Se encuentran rastros de la ocupación norteamericana en la República Dominicana en una novela corta de 1965, La vida no tiene nombre (SD: Santuario, 2012) de Marcio Veloz Maggiolo. La temporalidad de esta novela adquiere relevancia al coincidir con otro hito histórico de similar importancia: la segunda intervención militar estadounidense en el país en 1965. Esto sugiere que Veloz Maggiolo sitúa su trama en la época de la ocupación de 1916, pero con la vista puesta en la segunda intervención. En cierto modo, utiliza la primera ocupación como metáfora encubierta de la segunda.

Esta es la razón por la cual Veloz Maggiolo opta por no adentrarse en detalles en lo que respecta a la primera intervención. No dice por qué ocurrió ni qué significó el acontecimiento para el pueblo dominicano de ese tiempo. Se concentra más bien en tres aspectos. Primero, en la descripción de los desmanes de los yanquis para con los que se levantan en su contra, esto es, los “gavilleros”; segundo, el novelista se centra en el carácter del mismo pueblo dominicano, el cual, apremiado por la miseria más espantosa, está dispuesto a vender a esos patriotas por tan solo cinco pesos o por una lata de leche en polvo; tercero, se concentra en la colaboración de ciertos elementos nativos en la represión que ejecutan los yanquis contra los dominicanos.

GRINGOS-1965

En esta obra se presenta la figura de un joven Trujillo, miembro de la Guardia Nacional, cuerpo militar represivo establecido por los norteamericanos con el fin de sofocar las revueltas. Es decir, el discurso que se construye en la novela no es un discurso patriótico, como lo es el de Horacio Read, en Los civilizadores (1924); el de Rafael Damirón, en ¡Ay de los vencidos! (1925); y el de José A. Osorio Gómez, en Silvana o una página de la intervención. (1929) No puede serlo, en vista de que los tiempos han cambiado y el concepto romántico de la Patria desapareció. En la guerra de 1965, para precisar, no se hablaba de Patria, sino de Constitución. No se hablaba de nacionalismo; antes bien, se hablaba de constitucionalismo.

Los Gavilleros. Fuente, AGN.

Aparte de la posibilidad, real, de convertir la ocupación de 1916 como telón de fondo de la segunda intervención de 1965, lo que descubrimos en La vida no tienen nombre es esencialmente una ambientación. El novelista, distanciado en el tiempo del evento histórico que describe, hace de la intervención de 1916 una mera envoltura para una historia, la de Ramón, hijo negro no deseado del Sr. Vieth, un padre blanco cruel. Ramón es el hijo que aquel, borracho y abusador, procrea con una haitiana hambrienta que aparece fortuitamente en su hacienda. El Sr. Vieth odia a ese hijo, el cual, al no recibir nunca ninguna muestra de cariño por parte de su padre, crece con rencor. A tal grado que, al final, como si fuese una trampa que le tiende Fremio, su hermano blanco, termina por ahorcar a su padre enfermo y casi a punto de morir.

Marines in the Dominican Republic (1916-1924), Wikipedia

Esto nos dice que lo que cuenta de La vida no tiene nombre con relación al tema que estamos desarrollando no es la trama; es, por el contrario, cada uno de esos puntos ya indicados arriba. Es a la dilucidación de esos puntos, por lo tanto, que pasamos ahora.

La novela comienza con la descripción del terror que los yanquis han implantado en las tierras del Este, es decir, en esa región de la República Dominicana en que se desarrolla la trama. “Las tierras del Este son pródigas en caña de azúcar y yerba para el ganado” (op. cit., 9), dice el narrador, que es el mismo personaje principal, Ramón, o “El Cuerno”, un temido “gavillero” ahora preso en un calabozo de la Guardia Nacional, en espera de su fusilamiento. Y prosigue: “Son tierras donde los hombres no tenemos ni siquiera precio; donde los hombres trabajamos como animales, de sol a sol, por unos cuantos centavos americanos”. (Ibid.) Esta miseria explica por qué muchos dominicanos, según Ramón, optan por colaborar con los invasores. “Para mí, que en estas tierras uno ya ha perdido hasta la conciencia”, dice, al entrar ahora de lleno en la descripción de las atrocidades de las tropas yanquis, “porque cada familia tiene miedo de sus vecinos debido al terror que implantan los invasores con la fuerza de sus fusiles máuser y de sus ametralladoras”. (Ibid.) Y concluye: “Ellos han establecido sus leyes a fuerza de ahorcamientos y balazos. Todos los respetamos, o mejor dicho, casi todos”. (Ibid.)

Trujillo Guardia Nacional. Fuente, Ciencias Sociales de 6to. de Secundaria

Ese “casi todo” es importante, ya que establece que hay dominicanos que no se venden, que resisten la invasión; en otras palabras, son los “gavilleros” –o como preferimos llamarles, guerrilleros nacionalistas–, a los cuales no solo pertenece Ramón, sino que es uno de sus jefes más destacados. Los “gavilleros” son patriotas que defienden sus tierras, y es esa la razón por la que, un poco más abajo, Ramón, al referirse a otras invasiones, como la de los haitianos, al igual que las de los ingleses y de los franceses, diga: “todo esto me lo dijeron los que saben de estas cosas y se han guardado sus historias para que los que vivimos en el campo no olvidemos que morir por nuestra tierra es un honor”. (Ibid.)

United-States-Occupation-of-the-Dominican-Republic-1916-1924-Wikipedia
United States Occupation of the Dominican Republic (1916-1924), Wikipedia

Los yanquis han formado un cuerpo represivo contra los dominicanos alzados, o “los de los montes”, que es así como llaman a los “gavilleros”, pero no en el sentido de patriotas, sino de bandidos y criminales. Es la Guardia Nacional y está compuesta por dominicanos serviles que están a su servicio. “¿Saben ustedes lo que es la Guardia Nacional?”, Ramón hace una pregunta retórica a los lectores. Y contesta: “Pues una milicia que los americanos han inventado, con la cual persiguen a los dominicanos que andan alzados por los campos. . . ¡Es terrible!”. (10)

A continuación, Veloz Maggiolo describe los métodos que las tropas estadounidenses empezaron a emplear contra la población desarmada inmediatamente después de su desembarco. “Llegaron un buen día los marines de Estados Unidos y oí decir que un tal míster Knapp tenía la muñeca fuerte, es decir: era capaz de meter en cintura a los más pintados”, cuenta el narrador. (Ibid.) “Yo no lo conocí”, continúa, “… sólo he oído mencionar su nombre, y les juro que lo que dicen de él parece verdad; por muertes y atropellos no se paraba el míster Knapp. Les partió el pescuezo a muchos infelices, y dicen que se reía cuando le informaban que uno de nosotros [los “gavilleros”] había caído en las garras de los marines. Esto sólo puedo asegurarlo a medias, porque también lo he oído, pero a juzgar por las cosas que he visto hacer a otros americanos, no dudo que lo del tal míster Knapp pueda ser cierto”. (Ibid.)

Ramón, en efecto, describe el tratamiento que le han dado los marines cuando cae preso. Pese a que estuviera herido de bala en una pierna, dice Ramón, ellos “me patearon como un animal cualquiera y me pelaron la espalda a fuerza de tablazos”. (11) Y comenta: “Dicen que este es el sistema que utilizan ellos en Estados Unidos para hacer hablar a los delincuentes”. (Ibid.) Este sistema, sigue contando, ya que él no conoce de “sistemas”, “tal vez sea incivilizado, pero la verdad es que siendo incivilizado yo buscaría otro modo de romperle la crisma a uno”. (Ibid.) Es decir, aquí tenemos un buen ejemplo de lo que hacen estos “civilizadores” para imponer su dominio sobre el pueblo y el país que ocupan.

Al referirse a las actividades colaborativas de su hermano Fremio, dice Ramón: “Fremio fue de los que ayudaron al capitán Harrison a ‘baquetear’ a Felipe Cruz, y fue de los que metieron un cubo de agua por un embudo al mayoral de La Capulina, Juan Remedios, un pobre negro que no era capaz ni de matar una mosca”. (15) Dos pobres desgraciados que, en 1916, experimentan las torturas yanquis del “baqueteo” y del agua o el “water boarding”, como se le llamó no hace mucho en la ocupación de Irak.

Es este tipo de comportamiento por parte de los invasores que hace que aparezcan en escena los “gavilleros” como fuerza popular de resistencia patriótica. Los “gavilleros”, de hecho, llegan a ser un enemigo sustancial para el cuerpo de infantes de marina. Utilizan la guerra de guerrilla, una táctica irregular a la cual no estaban acostumbrados los yanquis, y es esa la razón por la cual su reacción es siempre desproporcionada.

Las crueldades de las tropas invasoras hacen que los “gavilleros” les respondan de la misma manera. “Recuerdo el revuelo que hubo en todo el Este cuando se supo que los yanquis entraron en Samaná a sangre y fuego. Luego supimos que bajaron hasta Santiago y La Vega. Fusilaron allí a treinta o cuarenta estúpidos que se dejaron coger tranquilamente”, cuenta Ramón (27). Y prosigue: “Lo mismo sucedió en Haina, cerca de Santo Domingo, donde colgaron por las manos a seis dominicanos y luego de colgados los pasaron a bayoneta limpia. Todo eso y más han hecho ellos, y ahora gritan que cuatro gavilleros descuartizan a un gringo en tal o cual vereda”. (Ibid.) En otras palabras, los invasores hacen lo que quieren con los dominicanos y siguen siendo buenos, pero ¡ni cuánto se quejan cuando estos tocan a uno de ellos! Es, sin duda alguna, el complejo del civilizador, el cual, no importa lo que haga, siempre se considera bienintencionado en su manera de actuar.

La novela muestra cómo la ocupación estadounidense afecta a la vida de los dominicanos y cómo algunos luchan por su libertad. En esta “pelea desigual”, los yanquis siempre llevan la ventaja, y esto transforma la guerrilla. Hace que “después que un hombre comienza a pelear se convierte en fiera y ya no piensa en la muerte, ni en nada”, prosigue el jefe guerrillero. (26) Es decir, los ideales originarios de los “gavilleros” van corrompiéndose.

Ahora el discurso pasa directamente a los efectos de la propaganda yanqui sobre la población civil, la cual anteriormente estaba del lado de los patriotas. “Los que vivían en los pueblecitos de los alrededores de San Pedro de Macorís nos temían mucho”, cuenta Ramón. “Los americanos les habían metido entre ceja y ceja que éramos unos bandidos terribles, capaces de violar a sus hijitas y de degollar al más infeliz”. (Ibid.) Es justamente lo que ellos practican, pero que la propaganda se los atribuye a los “gavilleros”. Y continúa: “Eso contaban de nosotros. Y los buenos tontos se lo creían, de todo corazón lo creían, así que andábamos bien apretados de lado a lado y sin poder defendernos ni convencer a nuestros compañeros de los bateyes de que eso que los gringos decían no era cierto ni mucho menos”. (Ibid.)

El único remedio para esta situación es que los “gavilleros” utilicen la fuerza, mediante el asalto a las bodegas de los extranjeros. “Ante la negativa de los campesinos y de los obreros para darnos algún alimento, muchas veces, para no morirnos de hambre, tuvimos que asaltar una bodega, preferiblemente de algún extranjero, y aquello era leña para el fuego que los gringos nos habían encendido”. (Ibid.) Ramón está consciente de la efectividad de la propaganda y sabe de dónde viene: “Para mí que aquella propaganda perniciosa era preparada por el alto comando de los americanos situado en la Capital”. (Ibid.)

Cambia de esta forma la situación, y esto provoca un cambio en la misma naturaleza de la guerrilla. “Aquellos pueblos de mi tierra, que tanta protesta levantaron cuando los gringos pisaron nuestro suelo”, relata El Cuerno, “pronto cayeron en el servilismo que durante tanto tiempo nos han hecho a los dominicanos unos payasos que bailan para el que más comida ofrece”, sin duda, un típico ejemplo de sufrir el síndrome de Estocolmo. (Ibid.) Y describe los extremos a los cuales llega este “servilismo”: “Daba pena ver aquello. Muchachas entregadas por sus madres y cosas como ésas”. (Ibid.) Es algo que tiene su precio en términos de orgullo por parte de los “gavilleros”: “Nosotros llorábamos de rabia, pero no podíamos hacer nada. Pronto llegaron a creerse que éramos unos salvajes y que ellos eran los reyes del país. Pronto nadie salió después de las seis de la tarde y los americanos se hicieron cargo de las tabernas y de las mejores mujeres de cada pueblo. Así de triste era aquella vida por la que me desangré… Así de triste”. (27-28) En esta situación, Ramón llega a imaginarse a su padre colaboracionista que grita “¡Vivan los gringos!”. (30)

Es en esta coyuntura que algunos de los compañeros le llevan a Ramón la noticia de las fechorías de su padre y hermano. “¿Sabes que el traidor de tu padre está colaborando con los marines?”, le preguntan. “Ellos los usan como carnada para jorobar a los nuestros. También tu hermano. El único que sirve de ellos eres tú”. (33) Más adelante, dice: “Según cuentan por ahí los muchachos, tu padre se encarga ahora de buscar campesinitas para los marines. Dicen que hace todo lo que ellos le mandan con tal de que no le quiten un pedacito de su tierra. En El Seibo es el único que ha podido mantener intocada su hacienda”. (33-34) Esos mismos compañeros, en esta ocasión, le preguntan si es capaz de matar a su padre, a lo cual Ramón contesta que sí.

La actitud servil del pueblo cuyos derechos y libertad está defendiendo hace que El Cuerno decida retirarse de la guerrilla, pues ya no le encuentra sentido.

Los yanquis ofrecen una recompensa de cinco mil dólares por la cabeza de Ramón, el temido jefe “gavillero”. “En un país como éste no sería nada raro que el mismo viento del cañaveral denunciara por unos míseros dólares mi presencia por aquel lugar”, comenta él. “Hay quienes que por cinco mil pesos son capaces de vender su propia madre”. (51) Es un comentario que se hará realidad, ya que esa será la recompensa que Fremio, su hermano, recibirá por entregarlo a la Guardia Nacional. (55)

Pese a estos pensamientos tan pesimistas acerca de los dominicanos, Ramón enfrentará la muerte, aunque sea con un mínimo de esperanza, si no en ellos, en los mismos “gavilleros” que, dígase lo que se diga, son los únicos patriotas que quedan, pese a toda la campaña de descrédito en su contra por parte de los yanquis con sus maniobras discursivas para neutralizarles. “Me queda una sola esperanza”, dice al final. “¡Los gavilleros no se acabarán nunca!, son una raza interminable; mientras exista robo y pillaje habrá gavilleros, pero también mientras exista un poco de patriotismo. ¡Pobres gavilleros, ojalá no terminen todos vendidos por una fanega de arroz, entregados por una lata de leche en polvo!”. (56)

Así, llegamos al último punto, el de la colaboración de ciertos individuos nativos en la represión de los “gavilleros”. La colaboración que hemos visto hasta ahora, la del pueblo dominicano, no es voluntaria, pues el miedo a los yanquis y a la miseria se encargan de ello; es voluntaria, sin embargo, la colaboración de otros elementos escogidos por los mismos invasores para que hagan su trabajo sucio, un elemento común en cada cultura bajo las mismas circunstancias. En esto se destacará un personaje que después hará carrera política con el respaldo de los yanquis, llegando a imponer una dictadura de más de treinta años en el país, esto es, Rafael Leónidas Trujillo Molina, en los tiempos de la primera intervención militar, un simple oficial de la Guardia Nacional creada por los invasores con el propósito de reprimir a la población dominicana.

La Patria siempre será patria y, no importa el destino que nos depara la vida, hay que defenderla. Es lo que Ramón tiene en mente cuando decide meterse a “gavillero”, pues lo hace para defender a su patria, una patria que, por ser negro e hijo de haitiana, tiende a discriminarle.

El de Ramón es un ejemplo de primer orden. Y lo es ante Jonás, el cabo de la Armada americana que lo vigila, ahora que está preso y en espera del pelotón de fusilamiento. Jonás es un mexicano que pertenece al ejército yanqui. Este personero se ha olvidado por completo de lo que los yanquis han hecho y siguen haciendo en su país, que ahora sirve con arma en mano al enemigo. Se cree toda la propaganda yanqui sobre la gran democracia que es ese país y se pasa los días hablándole a Ramón del presidente Wilson. “Dentro de una hora tendré la visita de Jonás, cabo de la Armada”, cuenta El Cuerno. “Es mexicano y dice que Wilson ha sido uno de los grandes hombres de la tierra. Wilson es o fue el presidente de los gringos. Como Jonás se metió en las fuerzas de los americanos traicionando a sus amigos, ahora quiere decirme que hay un americano bueno y que ese americano se llama míster Wilson. (28)

Es obvio que, para el “gavillero”, Jonás no es sino un traidor a la Patria, en su caso, México. Pero no hay que ir tan lejos para encontrar traidores similares o hasta peores. Y aquí se nos ofrece el ejemplo del oficial Trujillo, un dominicano que sirve a los intereses de los invasores como perseguidor de los “gavilleros” y sometiéndoles a unas leyes extranjeras, las que los yanquis imponen en el país, que hacen traidores de los que en verdad son patriotas. (Véase 29).

Al huir de los yanquis, Ramón se encuentra con la escena en que Juan, el que heredó el mando de su banda, Mayí, “gavillero” que había sido ayudante de Chano, ya apresados y juzgados por los yanquis, se enfrentan al pelotón de fusilamiento. La tropa que los custodia está al mando de Trujillo, oficial de la Guardia Nacional. “Me extrañó ver a tantos dominicanos con el uniforme de la armada yanqui”, dice El Cuerno, “y más que nada me dolió la presencia de aquel oficial joven que servía incondicionalmente a los gringos”. (45) ¿Por qué lo hace, por qué traiciona a su Patria? Aquí está la respuesta: “Llevaba dos medallas en el pecho y por la gente que le acompañaba me di cuenta que los dominicanos seguíamos vendiéndonos por unos cuantos pesos. (Ibid.)

En lo que mira la escena, Ramón medita con “tristeza”: “Ya los gringos ni siquiera utilizan a sus tropas para aniquilarnos; usan a los mismos dominicanos para esa labor. (Ibid.)

Y es verdad, pues los yanquis saben escoger bien la gente que va a servirles para que les haga su trabajo sucio. El oficial Trujillo ordena a los dos “gavilleros” que caven su propia tumba, pero, ladino al fin, dice que tiene potestad de perdonarles la vida si “denuncian ante el pueblo allí reunido dónde se esconden los demás”. (45-46) En otras palabras, Trujillo quiere que traicionen a sus hombres y, en consecuencia, a sus propios ideales como patriotas. Juan y Mayí se niegan, y Trujillo ordena a unos soldados que caven las tumbas en su lugar. Cuando da la orden de vendarles, ambos prisioneros se rehúsan a hacerlo; quieren enfrentarse cara a cara con la muerte. Ramón nota cómo, en lo que da sus órdenes, en los ojos de Trujillo “brillaban el odio y el servilismo”. (46) Se lleva a cabo el fusilamiento. He aquí cómo se describe: “–El pelotón de fusilamiento estaba integrado por seis hombres, cuatro de los cuales eran dominicanos. —¡Fire!— gritó el oficial, y lo gritó en inglés, como si en el pelotón la mayoría no fueran dominicanos. (Ibid.)

Más tarde, hecho preso, el mismo Ramón termina en las garras del traidor Trujillo, el cual, de entrada, le da una patada en plena cara simplemente por ser prisionero. Sentado en la banqueta frente a tres oficiales gringos, Trujillo le presenta al “gavillero”, y, cuando los oficiales le hablan en inglés y Ramón no entiende, el traidor le dice que le hacen la misma propuesta que él le hiciera a Juan y a Mayí, o sea, la de revelar el paradero de sus hombres. El Cuerno le contesta la verdad, que hace tiempo que no anda con ellos, pero, tras una señal de Trujillo, dos oficiales gringos vuelven a patearle.

Con vendepatrias como Trujillo no hay ninguna esperanza para Ramón, el cual, al meditar en sus últimos minutos sobre el destino de los “gavilleros”, el de los que trataron de salvar a la Patria del invasor gringo, dice para sus adentros: “¡Todos terminarán como yo, bajo el fuego de las balas gringas, frente al pelotón de fusilamiento, frente al ‘fire’ de las tropas de ocupación comandadas ahora por esos dominicanos que como el oficial Trujillo han vendido su alma y su porvenir a los que pisan y maltratan un pueblo terriblemente pequeño!”. (56) Y concluye diciendo: “¡Qué doloroso resulta morir con esas dudas clavadas tan dentro! La vida no tiene nombre; no, no tiene nombre, es algo que no acabo de comprender”. (Ibid.)

En resumen, La vida no tiene nombre, de Marcio Veloz Maggiolo, cuenta la historia de cómo los dominicanos resistieron a la ocupación estadounidense de 1916.  La obra se centra en los valientes guerrilleros del Este, llamados “gavilleros” por los interventores, que lucharon contra los abusos de estos. La novela nos hace reflexionar sobre el concepto de la identidad nacional, el amor a la patria y los sacrificios necesarios para defender la libertad, incluso cuando algunos colaboradores locales traicionaron la causa. La historia de Ramón y los “gavilleros” nos muestra la lucha constante por la independencia en un país intervenido militarmente por los yanquis como lo fue la República Dominicana en el periodo mencionado.