A medida que avanzaba por las 960 páginas de 4321, la más reciente novela de Paul Auster, iba rumiando y consumiendo los detalles descriptivos de espacios públicos, calles, barriadas, parques, bares, bibliotecas, porque se trata de lugares conocidos y reconocidos por mi mente en modo ayer. Auster es, además, y en cierto modo, “un vecino” notable: el autor de la novela Sunset Park –y también de Brooklyn Follies– vive en el vecindario de Park Slope, condado de Brooklyn, fronterizo con la barriada de Sunset Park, donde viví por 20 años (y de donde tres de mis hijos son nativos). Crecí literaria y académicamente en Nueva York, como he escrito en otras páginas, pero añado ahora que ello equivale a decir igualmente en New Jersey pues, quien ha residido en alguno de estos dos estados se da cuenta con el tiempo de que funcionan como una sola entidad, más aún con el Newark nativo de Auster, donde un tercio de la población es latinoamericana.

Desde el magnificente Brooklyn Bridge –que yo cruzaba en bicicleta sábado tras sábado de todos los veranos en los 90– hace Auster que se arroje el personaje de Ciudad de cristal Peter Stillman. En el mismo West End Bar and Grill del poeta dominicano Carlos Rodríguez (pero en 1969) coloca Auster a los hermanastros amantes Ferguson y Amy (desde la página 565 hasta la 585) “para refugiarse de aquel desquiciado vecindario” del Upper West Side.

Empero, como todo transcurre empezando en los 50, algunos detalles de la cultura popular norteamericana se me escabullen: yo no había nacido aún, y mucho menos emigrado a la gran urbe, cosa que vendría a ocurrir en 1986. Va un ejemplo: no alcancé a visitar la mítica cafetería automática Horn & Hardart. Y otro más: cuando leí acerca de las primeras inquietudes sexuales de Ferguson, el personaje central, las que se despertaron mirando diariamente la botella de agua mineral con gas White Rock (“the world´s best table water”, proclamaban sus anuncios) con que su padre acompañaba cada almuerzo, la cual mostraba una especie de hada subida en una roca y con los senos al aire.

Yo no conocía esa bebida. O simplemente me había pasado desapercibida. Además de la distancia etaria, existe otra razón: aunque White Rock es incluso más antigua que Coca-Cola y Pepsi, nunca se constituyó –como estas marcas sí– en instrumento de conquista y propaganda universal de las costumbres del imperio. De manera que indagué en las redes, sólo para encontrarme con la sorpresa de que la primera imagen que aparece tiene borrados los pechos por un ramalazo de blancura que, para colmo, le borra de cuajo el brazo izquierdo. ¡Vislumbre de censura! Al acceder a la página web de White Rock Beverages, aumentaron mi sorpresa y estupor, pues el busto de la chica aparece totalmente cubierto en las botellas modernas, dejando apenas visible el hombro derecho y sus esbeltos brazos, más las piernas.

¿En qué momento –me pregunté– ganó el recato, y la muchacha se subió el vestido? Deduje que la compañía fabricante (de Queens, Nueva York, por cierto) se traiciona a sí misma en ese gesto, dado que desde su fundación en 1871 buscaban un logo contundente y definitivo, y lo encontraron cuando adquirieron los derechos de la pintura Psyche at Nature’s Mirror, del alemán Paul Thumann. ¿Por qué no aprovecharon el momentum –se dijo mi duende irónico– y le pintaron una sombra de rubor arrepentido en ambos pómulos?

¡Ay, la hipocresía de estos tiempos pusmodernos! Mientras superestrellas del espectáculo perrean hasta abajo, realizan desnudos integrales, se besan lúbricamente en público y se visten con ropa interior por fuera, resulta que se debe ocultar el dibujo cuasi inocente de un refresco porque nos muestra las tetas. Y justamente en el Estados Unidos donde Madonna besa con lengua a Cristina Aguilera y Britney Spears en los MTV Video Music Awards de 2003; donde Justin Timberlake, vestido como Dios manda, arranca parte del corsé de Janet Jackson y a ésta se le sale un pezón durante el espectáculo de la Super Bowl del 2004. El país autonombrado América en el que Miley Cyrus pasa de estrella infantil a la adultez del espectáculo demostrando al mundo que su lengua llega lejos, bailando en tubo o realizando un twerking a un hombre de mediana edad que ni los contorsionistas de circo.  Y eso, que la inocente y casta Fairy Lady de la estampa (Goddess of Purity, Diosa de la Pureza, la llamaba una antigua publicidad de este refresco) sólo vino a refrescarse en las aguas burbujeantes del río, semidesnuda, como toda una divinidad helena.

Pero ahí no acaba todo: la ninfa en cuestión ha ido adelgazando, para complacer los cambios en los cánones de belleza. El modelo de 1947 era 2 pulgadas más alto, pero 15 libras más liviano que el modelo original. El modelo de 1975 agregó otras 2 pulgadas, pero bajó 7 libras. Resultados: el modelo de hoy mide 5 pies 8 pulgadas, y pesa 118 libras (se considera bajo peso). El modelo de 1947 medía 5 pies 6 pulgadas, y pesaba 125 libras (se considera peso normal). El modelo original de los 1800 y tantos medía 5 pies 4 pulgadas, y pesaba 140 libras (se considera peso aproximadamente normal). A estas alturas, deberíamos poder ver en ropa interior o completamente en pelotas a nuestra hada anoréxica, y su desnudo explícito sernos casi indiferente o deleitarnos con las sedas y blondas de su lencería.

Para fortuna nuestra (y desgracia de los censores), Auster consigue la conexión sublime entre una vulgar bebida y la cultura más alta cuando Mildred, la tía intelectual de Ferguson, le dice que esa chica es nada más y nada menos que Psique, referida en el capítulo “Cupido y Psique” del libro de mitología de Bulfinch que le había regalado: Cupido es un dios, pero Psique se hace inmortal casándose con él. Pero ¿por qué tiene alas? se pregunta Ferguson. Pues, dice Mildred, porque psique significa en griego dos cosas: mariposa y alma, dos cosas muy parecidas. Aquel insecto cuando es oruga es un gusano feo, prosaico y un día se convierte en mariposa, la criatura más bella del mundo. Y así mismo el alma: lucha contra la oscuridad de la ignorancia, se sobrepone al dolor y al infortunio, se purifica por el sufrimiento y las calamidades, “y un día, si el alma en cuestión se lo merece, sale de su capullo y se remonta en el aire como una magnífica mariposa” (pp. 132-133).

Termino rescatando de esta (porción de una) reseña de un libro por lo menos tres puntos que merecerían amplificarse un poco: la furibunda relectura del pasado propia de esta época, los modos actuales de educación sentimental-sexual de los varones en las sociedades democráticas de Occidente y la filosofía vital y actual detrás de Psique como mariposa. Sobre las tres aristas diré muy poco, que al fin y al cabo la gracia de este artículo se supone que reside en el atrevimiento de reseñar la quinta parte de un libro:

  1. La relectura y acomodamiento de la imagen de Psique en la botella a los cambios en los estándares de belleza a lo largo de las décadas, lo dice todo. No es una acción fortuita, y más bien parte del impulso de revisión de la historia que pasa por el cambio en el eje del dominio imperial y cultural, y se enreda entre las patas de varias estampidas: la teoría crítica del decolonialismo a los procesos de dominación del conocimiento universalista euro-centrista (o “pensamiento abismal”) versus la vigencia del modelo epistemológico occidental, con infinitos estallidos a lo interno de las naciones poderosas. Los influjos de estas lizas en el plano individual son contundentes.
  2. La lógica de la indeterminación como instrumento de análisis que aplica Lipovetsky en La era del vacío y en otros espacios de reflexión se entrevera con lo anterior: se hace imposible desvincular el abordaje de la sexualidad en los varones de hoy sin detenerse en los avances de la condición femenina –mucho más amplia y audaz en los últimos 50 años que en los milenios anteriores, como señala el propio Lipovetsky. Añadamos, a la ventilación del tema a la luz de oleadas del Movimiento Feminista, los enfoques desde las nuevas masculinidades y las luchas por los derechos de la diversidad sexual y de género.
  3. Debería bastarnos la lección del pensamiento griego como actualidad para entender que el ser humano sigue estando en construcción, cosa visible en la obra de la escritora occidental más deslumbrante de la hora, Ann Carson, cuya abundante biografía es una sola línea: “nació en Canadá y se gana la vida enseñando griego antiguo”.

Cierro aquí, con el convencimiento de que todo esto servirá para volver en un siguiente artículo al West End Bar, por escrito o en astral, por si el espíritu de Carlos deambula por allí, y me invita a una cerveza.