En el camino hacia posicionarse como un poder regional, República Dominicana se alza por encima de uno de los mayores lastres que han agobiado a Latinoamérica en los últimos siglos: el totalitarismo populista. Poniéndose del lado correcto de la historia y corrigiendo los desvaríos de las pasadas gestiones, el gobierno del presidente Abinader lidera al coro de naciones libres que claman por el restablecimiento del Estado de derecho y la plena democracia en la hermana Venezuela.

Y es que democracia no es solo el ejercicio automático de depositar el voto en una urna. Democracia es el respeto por la libertad y la garantía de que los sistemas tienen no solo el derecho, sino también la capacidad de renovarse, cambiar y corregirse. Ningún sistema democrático parte de la premisa del control absoluto de la verdad. Solo los totalitarios, los populistas, transitan el camino de los absolutismos maniqueos, promoviendo sistemas en los cuales solo ellos poseen la verdad.

Democracia es abrirse al diálogo, al consenso y a la oportunidad de participar en la vida política de una nación, tanto desde el gobierno como desde la oposición. Es aceptar la derrota con dignidad y regresar en la victoria con nuevas ansias de hacerlo mejor. Es permitir que los ciudadanos cometan sus propios errores, mientras se les garantiza el derecho a ello. Y es trabajar siempre bajo la premisa de que todo puede mejorar.

Esto no es lo que entienden los totalitarios populistas. Para ellos, la democracia no es más que un mecanismo vacío que utilizan para legitimar sus abusos mediante procesos teatrales. La entienden como un espectáculo sin sustancia cuya única función es "legitimar" su versión de la realidad. Porque, desde la arrogancia que caracteriza a los regímenes autoritarios, la verdad es solo una: la de ellos.

Durante las últimas seis décadas, República Dominicana ha transitado un camino de aprendizaje y fortalecimiento para erigirse hoy como un baluarte de la democracia en la región. Este proceso le otorga un valor agregado superlativo en un contexto internacional donde confluyen dos hechos clave: el despertar de nuestra nación como referente regional y el cambio dramático del Sistema Internacional, marcado por el retorno de la realpolitik. En este escenario, donde el interés nacional y las alianzas estratégicas definirán el futuro, nuestro sistema democrático se posiciona como un modelo a emular.

Hoy más que nunca, debemos sentir orgullo de que nuestro país crece, madura y se consolida como faro y bastión de la democracia en la región. Con firmeza, con orgullo y sin vacilación, República Dominicana defiende la libertad y mantiene viva la llama de la democracia para toda América Latina.