Juan Pablo Duarte es un gran desconocido en la República Dominicana, el país que nació gracias a su ideario y a su lucha revolucionaria. Es posible que se conozca más el nombre y los escándalos de un rapero de la transculturación y los bajos fondos, que la figura del Padre de la Patria dominicana. Basta con preguntarle a un estudiante de bachiburrato para convencernos y quedar estupefactos ante la fuerza letal que tiene la publicidad contemporánea sobre las masas, y como esta se encarga de deconstruir la memoria histórica y reconstruir falaces apreciaciones.

Esta propuesta de que como nación repensemos al patricio, tiene varias aristas y lecturas. La primera se centra en el conocimiento. En la necesidad de una aproximación a conocer la vida, obra, pensamiento y apostolado libertario del padre de la patria dominicana. La ignorancia es la peor forma de esclavitud y por ello consideramos que desde el estado y sus instituciones se debe relanzar a Duarte, para redimirlo y exaltarlo hacia el pedestal que le corresponde en justicia, dentro de nuestra sesgada, manoseada y manipulada historiografía nacional.

Hemos dicho anteriormente que nuestra historia, esa cadena de narraciones fabulosas y fabuladas que la gran mayoría de los historiadores han insertado como un chip en la mente colectiva, es el compendio de supuestos acontecimientos más traído por los pelos y de más sesgado cariz que pudiera imaginarse.

Nuestra historia es hija de escritores tendenciados y plumas pagadas al mejor postor. Si no, obsérvense los trabajos de nuestros primeros historiadores como José Gabriel García, por ejemplo. En ese Herodoto criollo subyace la intencionalidad maldiciente contra sus contrarios políticos o los enemigos de sus patronos, que le pagaron su versión de la historia dominicana. Igual ruta y comportamiento han seguido, con honrosas excepciones, otros amanuenses que se han encargado de copar los episodios nacionales de una cantidad enorme de héroes y heroínas, asonadas y batallas, generales y coroneles, de soldados y escaramuzas, suficientes para narrar un  milenio de la historia de China.

Duarte siempre se mostró identificado  con la democracia, aunque dolorosamente la palabra democracia no aparece en ninguna parte del texto de nuestra primera constitución

Este berenjenal  irresponsable nos ha hecho parir la idea de un Duarte natimuerto, un santo acartonado, como dice Balaguer en la apología más santa y cuasi divina que  acaso se haya escrito acerca de un hombre que fue humano, demasiado humano, político, pensador, visionario, filántropo, creyente excomulgado por los detentadores de su propia fe, maestro masón, viajero, comerciante, líder de masas y general de los ejércitos de la república. Pero, sobre todo, Juan Pablo Duarte fue y sigue siendo un incomprendido de la historia, que enfrentó el destierro o el autoexilio para salvarse de sus propios hermanos y enemigos políticos.

Si bien Duarte y los Trinitarios son los grandes ausentes del proceso de independencia o separación, ya que: no estuvo en la noche del 27 de febrero, no redactó ni tuvo nada que ver con el Manifiesto de independencia del 16 de enero de 1844, obra de Bobadilla y los conservadores, no peleó batalla alguna, no fue presidente, no ocupó cargo político, electivo ni designado, como tampoco estuvo en la constituyente del 6 de noviembre, ni peleó por la Restauración, aun así, Duarte es el Alma de la República.

Esta idea de repensar a Duarte no está exenta del sabor a pesimismo, explicado el fenómeno por la falta de documentación histórica creíble y conservada científicamente para tener una idea de la ignorancia nacional hacia Duarte. El destierro a Venezuela, voluntario o no, ha continuado a más de ciento cuarenta y siete años de su muerte. Si se quiere mostrar la historia, la mejor forma es sustentar lo narrado en documentos, piezas, sitios y monumentos históricos, además de introducirla en la mente colectiva.

Las ideas libertarias de este joven de veinticinco años que fundó la Trinitaria, una organización abiertamente prohijada por la Masonería, no eran bien vistas por los conservadores tradicionales de la época ni por el clero católico, que hallaron en el letrado Tomas Bobadilla y Briones la cabeza más preclara para compilar y ayudar a redactar la primera Constitución dominicana.

Los Trinitarios fueron echados del movimiento separatista y solo dos de ellos pudieron firmar el Acta de Independencia o Separación, conservado para la historia por Wenceslao Vega, en su libro “Los documentos básicos para la historia dominicana“  Quien quiera, por ejemplo estudiar el interregno histórico de la Anexión a la Corona Española, sin apasionamientos ni maledicencias,  debe buscar en los archivos de la Universidad de Sevilla para enterarse, y se pueden descargar, de cómo se concibió el Tratado de Anexión, cual fue la carta de intención, quienes son los firmantes y a que clase o sector del espectro político de esa Primera República pertenecían, y cuales autoridades eclesiásticas locales sirvieron de lobistas para lograr las negociaciones, entre otros datos, incluido el padre de la Patria Ramon Matías Mella, quien viajó a España, designado por Santana, a negociar la Anexión. Santana no firmó ni contrató solo. Sostengo la tesis de que Santana lo que hizo fue reconectar a esos ciudadanos españoles de ultramar, como dominicanos, nuevamente con la corona española, y sus fusilamientos, moralmente inaceptables, fueron apegados al derecho, ya que nuestra primera constitución política, supuestamente liberal, incluía la pena de muerte.

Ante la ausencia y la indiferencia tradicional para conservar la documentación histórica y específicamente en torno a la figura de Juan Pablo Duarte, se hace bastante difícil reconstruir una nueva y más realista idea de Duarte. Se dificulta repensarlo incluso en los años en que recibiera las ideas libertarias y de participación política, de la concepción del ideal democrático de figuras como Simón Bolívar, de José de Sanmartín, de O’Higgins, de Miranda, del mismo Abraham Lincoln, es decir, de los líderes, caudillos, libertadores y conductores de masas que brillaron antes que él o de quienes le llegó la necesaria influencia.

Este Duarte repensado, debe ser visto como un pensador y analista político influenciado por la revolución burguesa de 1789 en Francia; proceso que en lugar de traer libertad, igualdad y fraternidad, lo que trajo fue un baño de sangre, que se llevó a sus mismos organizadores, también como bajo la influencia del discurso de Ferdinand Lasalle y de Simón Bolívar en el Congreso de Angostura, pero también como comulgante con las ideas de unidad y compromiso con la democracia como sistema de gobierno, expresadas en el famoso discurso de la Casa Dividida, pronunciado por un Abraham Lincoln, basado en un texto del Evangelio.

Duarte siempre se mostró identificado  con la democracia, aunque dolorosamente la palabra democracia no aparece en ninguna parte del texto de nuestra primera constitución. Sí aparece la palabra república, lo que nos puede hacer deducir la idea de democracia en el texto. Esa primera constituyente, reunida en San Cristóbal el 6 de noviembre de 1844, hizo nacer un estado-nación a la medida de las circunstancias políticas de entonces, pero también a la medida de la voluntad de los conservadores que la conformaban. De ahí nació un estado en el hemisferio occidental para cohabitar con la primera nación libre de América, Haití. Un monumento a la libertad, ante los ojos del mundo. Ese nuevo estado comenzó, y ha seguido mayormente, caminando con dos patas fundamentales: El autoritarismo y el continuismo, en razón de que designa al general Pedro Santana como presidente, con poderes prácticamente dictatoriales y sin obligación de rendir cuentas a nadie de sus actos, por dos períodos consecutivos, sin elecciones y sin preguntarle al pueblo.

En este mar de inconvenientes y luchas por el poder político, es que Duarte tuvo que moverse y tratar de que su cabeza no perdiera su puesto natural. Nada asegura ni puede negar tampoco que Duarte podría haber sido fusilado y correr la misma suerte de Francisco del Rosario Sánchez.

Aunque, ya finalmente, es bastante difícil asumir un Duarte como el que nos han pintado los historiadores, si se compara su vida y acciones con la práctica tradicional de sus supuestos seguidores dentro del panorama político dominicano. Duarte, como tampoco Juan Bosch entonan con el conjunto, por ello se ha construido y divulgado sistemáticamente la idea de un Duarte falso, y más apropiado a los intereses del conservadurismo dominicano tradicional. Repensar a Juan Pablo Duarte es una tarea pendiente en la agenda histórica nacional.