La fatiga, el cansancio, la pereza y la falta de esperanza se pueden medir matemáticamente y aunque estas mediciones se hagan desde la sociología, la mercadotecnia u otras disciplinas, a veces hay evidencias prácticas que comunican lo mismo sin tener que recurrir a encuestas de opinión.

El descenso global de las ganas de trabajar empezó a verificarse en los Estados Unidos, donde, a pesar de que inicialmente hubo un fuerte desempleo provocado por los cierre de negocios provocados por la pandemia del Covid 19, posteriormente, lo que se ha registrado son renuncias laborales a todos los niveles. En los EEUU, este fenómeno se evidenció primero en el sector donde se hace más evidente, en las industrias de servicio como el turismo, los cines, los restaurantes, etc., pero ahora aparecen indicadores tan certeros como la cantidad de publicaciones, sobre dejar el empleo en una red de mucho tráfico como Reddit. En esta semana se pudo observar que la actitud está trascendiendo el Atlántico y su popularidad empieza a alcanzar países como el Reino Unido o Francia. En el terreno político la situación se presenta aún más grave. La abstención proyectada para los comicios presidenciales franceses que tendrán lugar en poco más de tres meses aumentó significativamente con respecto a las presidenciales anteriores, donde ya eran bajas.

Se atribuye a las ayudas económicas otorgadas durante la pandemia el haber fomentado esta situación, pero ya los países europeos contaban con sistemas de ayuda desde antes de la pandemia y la decisión de no involucrarse laboralmente, de muchos de sus ciudadanos, se agudizó después. Es innegable que la seguridad financiera contribuye a la osadía de la pereza, pero este no es el único elemento. Después de todo, la gente trabaja no solo para sostener su tren de vida, sino también para proveer de sentido y propósito a la existencia. No en balde todavía resuena en la mente de muchos la frase de Freud de que la salud en la persona adulta se puede resumir en su capacidad de amar y trabajar.

Quizás, volviendo a Freud, la humanidad está haciendo un duelo colectivo de nuestras antiguas maneras de funcionar y lo que más falta hace en estos momentos es volver a encontrar gozo en el trabajo, en las tareas que se emprenden, en las interacciones interpersonales, aunque hayamos perdido amigos y relacionados en estos meses de pandemia.

En este camino, las personas con discapacidad pueden ser grandes maestros.  Ellas se han pasado todas sus existencias viviendo en un mundo mucho más eficiente, mucho más competitivo de lo que ellas pueden llegar a asumir y, sin embargo, como nos lo muestran cada día, son capaces de dar y recibir amor.

Unilvia antes de la pandemia.

En la comunidad de El Arca en República Dominicana vivimos este mes de enero el deceso de Unilvia Bencosme, la segunda persona acogida en el hogar hace ya más de treinta años. Iba a cumplir 50 años, que ya es una edad venerable cuando el cuerpo presenta tantas deficiencias que ni siquiera con medicamentos diarios logra un funcionamiento similar al de las grandes mayorías.  A pesar de sus limitaciones, la primera vez que ella fue a una sala de cine y que le ofrecieron cocaleca su gesto espontáneo, acostumbrada como estaba a compartir con los demás, fue de brindar de su funda, pero no solo a quienes fueron con ella, sino a todos los presentes en la sala. Su capacidad de hacerse ilusión con los que la rodeaban era enorme. Igual podríamos hacer los demás.