Luego de pasar toda la jornada disparando nos fuimos al Comando B3 porque estábamos hambrientos y exhaustos. Nos sentamos en el piso del salón que estaba junto a la escalera, pero Manolo se quedó bajo el dintel de la puerta.
A pesar de los daños causados por la lluvia de morteros que había caído por aquellos días, esa tarde sonó el teléfono en el Comando. Cuando Manolo se movió a tomarlo, un proyectil entró por el ducto de la escalera y estalló en la puerta. Las esquirlas del mortero hirieron al poeta Jacques Viau Renaud, y su sangre nos salpicó a Norge Botello y a mí. El mortero también hirió en una pierna al ingeniero Bonilla, que era el Comandante del B3.
Cuando Jacques Viau cayó herido, con las piernas destrozadas, mi primo Amadeo Conde Sturla –con quien tenía mucha afinidad, ya que éramos de la misma edad- me ayudó a montarlo en una camioneta para trasladarlo al hospital. Al sostenerlo por las piernas ensangrentadas yo sentía que los dedos se me hundían como si en lugar de su carne tocara arena movediza. Pocos días después, el poeta murió.
Jacques Viau ofrendó su vida luchando por el pueblo dominicano. Su sangre aún me quema cada vez que escucho manifestaciones irracionales y xenofóbicas de personas que –disfrazadas de nacionalistas- siempre han estado ligadas a las peores causas y son los verdaderos enemigos de la patria.
Desde ese día, Norge y yo decidimos llamarnos hermanos de sangre. De ahí en adelante y hasta el final de la Revolución el mando fue asumido por Norge, que hasta entonces había sido subcomandante. Todos saben el papel que jugó Botello y su liderazgo sobre los combatientes que estuvieron junto a él.
De mi primo Amadeo Conde Sturla tengo gratos recuerdos. Una vez le conté que, recurrentemente, soñaba que al intentar disparar mi pistola 45 se me desgranaba en las manos. Un día mi primo se me apareció con un regalo: era una caja con una Browning 9 milímetros nueva, considerada un arma de guerra. Desde ese momento se esfumó el sueño de la 45.
Mantuve guardada esa browning hasta 2007 cuando aconteció un hecho que puso en riesgo la vida de mi hija Marcia Patricia. Un ladrón que había penetrado a la casa de al lado de mi residencia en Naco, y perseguido por la policía saltó hacia el patio, penetró a mi habitación y en el walking closet se apoderó de esa pistola y de otra Browning 380 que conservo con su correspondiente permiso.
Marcia Patricia se refugió en el estudio para protegerse del tiroteo que se extendió por alrededor de dos horas. El ladrón atacaba con mis armas, hasta que fue herido y capturado. Para entonces mi esposa Marcia ya había fallecido y yo me encontraba en Miami, donde me habían operado una rodilla.
Después de las investigaciones, la Policía me devolvió la Browning 380, pero no así aquella arma que me regaló mi primo Amadeo y que, si bien carecía de documentos, era para mí un importante testimonio histórico y un recuerdo de un familiar muy querido muerto durante la Revolución.
Extractos editados de mi libro “Relatos de la vida de un desmemoriado”