El ser humano es mucho más complejo de lo que a simple vista parece. Quien estudia al cuerpo humano suele quedarse maravillado con su sofisticada fisiología y descubre que las conductas inadecuadas están en la base de gran parte de nuestras enfermedades. Por otro lado, una parte reducida de nuestra mente es la que llegamos a conocer, pero nuestro inconsciente sigue siendo un misterio.
Tenemos una tendencia natural a “cogerlo suave”, aunque sabemos que para lograr desarrollarnos necesitamos algún tipo de esfuerzo. Por ejemplo, reconocemos que subir escaleras es un buen ejercicio, pero difícilmente rechazamos un ascensor para tomar una escalera. Preferimos ver la tele, pese a saber que leer favorece un mayor desarrollo cerebral y una mejor capacitación social.
De igual forma, en nuestras relaciones sociales se muestra una tendencia a la superficialidad, podríamos tener miles de contactos, pero tal vez ningún amigo, mantener conversaciones rutinarias, compartir con muchos, pero sentirse solo, estar con personas durante años y un día reconocer que realmente nunca las conocimos.
Tenemos una imagen o rol social, y llegamos a creer que simplemente eso somos. Intentamos simplificar nuestras vidas desplazando de nuestra consciencia, innumerables pensamientos que intentamos ignorar. Pero Freud nos enseñó que todo lo que evitas se oculta en el inconsciente y al igual que las semillas que enterramos en la tierra, se desarrolla. Parecería cómodo vivir de forma superficial e irresponsable, creyendo que, si no “complico mi mente”, la pasaré bien. Pero pensamos hasta sin saber que estamos pensando, por lo que, aunque puedes reducir los límites de tus pensamientos conscientes, realmente estarías limitando tu capacidad mental y tus pensamientos se mantendrían fuera de tu control, pudiendo afectarte. Algunos autores plantearon que sólo utilizábamos el 10% de nuestra mente y muchos neurólogos lo rebatieron, diciendo que utilizamos el 100% de nuestro cerebro, pero mente y cerebro no es lo mismo. Aunque todos utilizamos el 100% del cerebro, el porcentaje de utilización de la mente es evidente que varía notoriamente de una persona a otra.
Si eres superficial, si no has logrado desarrollar una visión madura de la realidad, si prefieres “no complicarte con temas difíciles”, si tu prioridad son los placeres temporales y tratas de sólo pensar lo indispensable, es evidente que la forma de relacionarte con los demás tendrá que ser superficial, porque es la vida que escogiste. Evidentemente, a algunas personas les cuesta más evolucionar que a otras, pero superarnos un poco cada día debe ser nuestro propósito fundamental en la vida y esa superación, se manifiesta de forma evidente en la manera en que nos relacionamos con los demás.
Algunas opciones parecen más agradables, pero no necesariamente más convenientes; como tener conocidos en vez de amigos, procrear hijos, pero desentenderse de ellos, esforzarnos solamente por el dinero, preferir actividades que no requieran pensar, acostarnos con un cuerpo, pero no con una persona, habituarte a substancias o actividades que “disipen” la mente, etc.
Conoces de tus amigos: profesión, dirección, familiares, pasatiempos, bebida favorita, equipo deportivo, la música que les gusta y los lugares que prefieren, pero si no conoces: sus sentimientos, temores, sueños, esperanzas, lo que no les gusta de sí mismos, sus valores, lo que realmente piensan de ti, etc., debes reconsiderar si son verdaderamente amigos. Si siempre que compartes con tus amigos están alegres, no son tus amigos.
Si tu pareja llora a tu espalda y no a tu lado, no eres su pareja. Si no conoces las preocupaciones, penas o sueños de tus hijos, nunca has tenido hijos. La vida superficial parece cómoda, pero te facilita experimentar el infierno estando en vida.
Si te cuesta mostrarte como eres, se debe a tu baja autoestima, no te quieres lo suficiente y además temes compartir lo más valioso de ti, por lo que prefieres mostrar tus aspectos insignificantes. Tu superficialidad puede ser un escudo, pero su peso te ahoga.
Eres la primera persona que escucha y analiza tus propias palabras, al analizar lo que hablas te conoces mejor. Las conversaciones superficiales nos ayudan, pero no lo suficiente y te embrutecen si son muy prolongadas, utilizan mucho frases de moda o expresiones cliché, que no dicen nada importante, no nos comprometen ni definen y no requieren pensar mucho. El diálogo es de vital importancia para la salud mental, pero es importante que nuestras palabras sean verdaderamente nuestras y no un simple eco.
En un mundo en que las estadísticas evidencian cada vez más depresión, paradójicamente vemos imágenes sociales en las que todos presentan radiantes sonrisas y compiten por ser quienes muestren las fotos personales más alegres. Las relaciones superficiales no nos hacen felices, pero suponen mantener las apariencias, por lo que, aunque se esté sufriendo se aparentará estar vibrante de gozo.
Cuando logras conocerte, valorarte y amarte, en vez de convencer a los demás de tu felicidad, aprendes a descubrir tu mundo interior y compartirlo con quien tenga la capacidad de apreciarlo contigo. El poder de una sonrisa es inmenso, cuando viene de alguien que te conoce bien.