En ocasión del fallecimiento de la reina Isabel II de Inglaterra, las amigas junto a las que leo me solicitaron una redacción sobre la vida y obra de esta longeva funcionaria. Me tomé en serio la petición y, como llegué a ciertas conexiones inhabituales, comparto el texto con un público más amplio.
Al ponerme a revisar lo que se ha difundido últimamente, me llamó la atención que el entorno de esa mujer destinada a representar la continuidad de la herencia ancestral del pueblo, a ser un símbolo viviente de la nación, tipo panteón de la patria, la bandera o el escudo, que iba a ocupar un rol central en la Iglesia anglicana, no hizo muchos esfuerzos para que ella tuviera un asidero intelectual respetable. La enseñaron a leer y a escribir y tuvo varios tutores que la instruyeron sobre la constitución, pero no la inscribieron en una escuela formal, ni le dieron mucha información sobre historia, geografía, economía, literatura, biología, química o matemática avanzada. La tiraron al ruedo solita: “Tú, ocúpate de asistir a todos tus compromisos y de siempre llegar a tiempo”. ¿Dónde estaban los jesuitas?
Definitivamente los ingleses piensan de una manera distinta a la mía. En el centro del escudo de mi país natal, la República Dominicana, hay un libro que alguna gente dice que es la Biblia, pero en todo caso es referencia a la importancia de leer. Y con mi otro país de ciudadanía, Francia, ni hablar, allí se cree que es a partir del pensamiento que se puede demostrar la existencia de las personas.
Digamos que el entorno dirigente y aristocrático inglés de la primera mitad del siglo XX no confiaba mucho en las personas muy cultas. Me los estoy imaginando: “Válgame, pero su rol va a ser el de reina, no el de una académica. Ella va a representar a la corona, no a los investigadores. Para ser honestos, me parece que la gente que ha estudiado mucho es cansona, a cualquiera le cuesta una gran concentración el seguir su conversación”.
Me puse a indagar y el actual rey Carlos es el primer heredero inglés en haber sido en un centro educativo de enseñanza primaria y secundaria. Sus hermanos varones hicieron lo mismo, oportunidad que no le fue ofrecida a la princesa Ana, educada con tutores al mismo tiempo que un grupito de niñas que asistía al palacio para fungir como compañeritas. Carlos III también fue el primero en tomar clases en la universidad, algo que hicieron solo él y su hermano menor. Es innegable que el nivel educativo de la monarquía representativa está mejorando. Todas las nietas de Isabel II entraron a la universidad y solo la menor no se ha graduado, en realidad por un motivo de edad.
Sin embargo, a pesar de contar con ligera preparación académica inicial, se ocupó de mantenerse activa en el desarrollo de sus competencias y contrató especialistas para que la fueran ayudando. La vida también le fue dando lecciones que ni el mejor programa de historia y geografía hubiese podido concebir. Como si fuese una premonición, en 1947, el día que cumplía la mayoría de edad se encontraba en Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, y desde allí pronunció una de las frases que más se le han citado después: “Declaro frente a ustedes que toda mi vida, sea corta o larga, estará dedicada al servicio de ustedes y al servicio de la gran familia imperial a la que todos nosotros pertenecemos”. Cinco años después estaba en África de nuevo cuando la corona imperial cayó sobre su cabeza al producirse el fallecimiento de su padre.
En el extendidísimo lapso de su servicio, las antiguas colonias de ese continente también empezaron a ceñirse sus propias coronas y así, empezando en el año 1962 con Kenia y llegando hasta 1990 con Namibia, una a una las antiguas administraciones coloniales fueron declarando su disposición a asumir sus propios destinos, tal como se había hecho antes en Irlanda y en lo que se conocía como el Protectorado Británico de Palestina. Más significativo aún, a los pocos días de su fallecimiento, la primera persona en asumir el mando político del Reino Unido es hijo de un hombre de origen hindú nacido en el protectorado de Kenia. El descendiente directo de la herencia colonial hoy está a la cabeza política de la nación a la que servía la reina.
De los cambios en las expresiones culturales también es pertinente hablar. En esos años hubo tiempo para reparar reputaciones malogradas como las de Jafiz Abdul, Alan Touring y Srinivasa Ramanujan. Las mujeres también fueron ocupando posiciones cada vez más importantes, tal como lo demuestra el hecho de que 3 de los 15 primeros ministros que se reportaron a la reina fueron sus congéneres.
Políticamente, el desfile de jefes de estado frente a ella no puede calificarse de otra manera que de impresionante. Además de de los ya citados 15 primeros ministros británicos, y otros tantos canadienses, hay fotos de ella junto a 13 presidentes norteamericanos, 10 franceses y numerosos cancilleres alemanes, el último de los cuales reconoció públicamente sus dotes conciliatorias. Con todos ellos se comunicaba siguiendo las más estrictas reglas del protocolo y era a través de su indumentaria que enviaba mensajes, particularmente a través del uso de las flores.
Esta tradición se inició con su vestido de boda, en 1947, cuando se eligió un tema primaveral para reflejar el renacimiento después de la guerra. El mismo motivo se incorporó también al momento de su coronación en 1953 cuando se bordaron las flores emblemáticas de todos los territorios del Commonwealth y más adelante se incluyó con mucha visibilidad al usar hojas de arce en el vestido de su visita a Canadá en 1957. A lo largo de toda su vida siguió repitiendo el uso de elementos botánicos siempre que pudo: cayenas para las islas del Pacífico, orquídeas para Kenia, amapola amarilla para ver a Ronald Reagan, peonías para China y trébol para Irlanda son de fácil recordación.
Aunque no fue gobernadora en el sentido propio de la palabra, el respeto, la perseverancia y el comedimiento con el que manejó su vida son dignos de emular por los que tienen vocación de estar al frente de cualquier tipo de entidad.