El regreso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos anuncia una redefinición de las relaciones internacionales y de las alianzas en el ámbito mundial. La política exterior de su primer mandato aún está fresca en la memoria internacional: un enfoque disruptivo, retórica directa y una fuerte inclinación por el unilateralismo marcaron su gestión, apartándose de la diplomacia más tradicional de su predecesor. Estas características, que contrarrestan el enfoque cooperativo de la actual administración de Joe Biden, presagian cambios significativos en la política exterior mundial.

Una de la características más destacadas del primer mandato de Trump fue el lema ‘‘America First’’, una consigna que dejó clara su prioridad en los intereses nacionales por encima de cualquier otro compromiso internacional, coincidiendo este lema con la Doctrina Monroe, famosa por su frase  ‘’América para los Americanos’’ . Esta visión anticipa un debilitamiento con las iniciativas multilaterales en áreas clave como el comercio, el cambio climático y la cooperación en defensa.

También,  las relaciones con Europa podrían verse afectadas. Países como Alemania, Francia o Polonia, que dependen del respaldo de Estados Unidos para garantizar su seguridad, podrían verse forzados a replantear sus políticas de defensa ante un eventual distanciamiento de la administración Trump de la OTAN o una reducción de las ayudas militares.

El retorno de Trump genera expectativas de una política más agresiva hacia China. Durante su primer mandato, la relación con Pekín estuvo marcada por tensiones comerciales y una retórica confrontacional que llevó a una guerra comercial de impacto global. En esta nueva administración, es probable que esta línea se mantenga e incluso se endurezca, especialmente en sectores estratégicos como la tecnología y la seguridad. Trump demuestra una postura firme de restricción del acceso de China a tecnologías avanzadas, como los semiconductores, una medida que podría presionar a otros países, particularmente en Asia, a alinearse con su enfoque de contención. Para los aliados de la región del Indo Pacífico,  Japón, Corea del Sur y Australia, podría significar la toma de posiciones más explícitas en el conflicto de influencias con China, reconfigurando el equilibrio geopolítico en una región crucial para el comercio y la seguridad internacional.

Por otro lado, la relación de Trump con el presidente ruso, Vladimir Putin, sigue siendo un tema de especulación. En su primer mandato, Trump mostró una actitud menos crítica hacia Rusia, lo que se interpretó como un intento para evitar confrontaciones directas con Moscú. En el contexto actual  como por ejemplo la guerra en Ucrania, podría tener una postura menos solidaria con este país lo que ocasionaría  efectos profundos en la estabilidad de la región. Un eventual cambio en la política de apoyo a Ucrania, como la reducción del respaldo financiero o militar, podría debilitar la resistencia ucraniana y fortalecer la posición de Rusia. Esto no solo afectaría a Europa sino también a otros actores internacionales, pues una menor implicación estadounidense en el conflicto ucraniano abriría la puerta a mayores avances rusos en Europa del Este, alimentando la desconfianza y la inseguridad entre los países de la región.

América Latina tampoco está exenta de los efectos del retorno de Trump. Sus estrictas políticas migratorias y el endurecimiento de las fronteras marcaron una era de relaciones complejas con países como México y las naciones centroamericanas, prometiendo una política migratoria  bastante fuerte. Con Trump en el poder, es probable que se refuercen estos controles y se busquen nuevos acuerdos de contención y repatriación con los gobiernos latinoamericanos, cuyo papel en la gestión de los flujos migratorios es fundamental para la seguridad fronteriza de Estados Unidos. Además, el endurecimiento de su postura hacia Cuba y Venezuela, que se traduce en sanciones, castigos y un respaldo a las facciones de oposición, es bastante probable que se reactive. Esto podría provocar una mayor fragmentación dentro de América Latina, donde algunos países prefieren mantener una política de no intervención y promover la cooperación regional sin presiones externas.

Otra de las áreas que podría experimentar cambios significativos es la política climática. Durante su primer mandato, Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París y mostró un escepticismo constante frente a las acciones para combatir el cambio climático. Su regreso podría significar un obstáculo en los esfuerzos globales por reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y adoptar políticas sostenibles. Este posible desinterés en la cooperación climática limitaría la influencia de Estados Unidos en los foros internacionales dedicados a esta causa, dejando un espacio que otros actores, como la Unión Europea e incluso China, podrían aprovechar para asumir el liderazgo en la lucha contra el cambio climático.

En términos generales, el regreso de Trump introduce una dinámica compleja en la política exterior global. Su estilo disruptivo, su manera atrevida de gobernar y su preferencia por enfoques unilaterales generan un entorno de incertidumbre que podría afectar tanto las alianzas tradicionales como los marcos multilaterales de cooperación. Los líderes mundiales deberán adaptarse a una era de realineamientos y de reajustes estratégicos, en la que cada actor evaluará sus propios intereses frente a un Estados Unidos menos predecible y más enfocado en sus propios asuntos. El nuevo gobierno de Trump no solo influirá en la política exterior de su país, sino que, inevitablemente, dejará una marca en el equilibrio de poder mundial. La posibilidad de una reconfiguración del orden internacional, impulsada por la naturaleza particular de su liderazgo, plantea desafíos y oportunidades para todas las naciones, quienes deberán repensar sus relaciones y estrategias en este nuevo capítulo de la historia diplomática global.