Memoria, completamente sola a la luz de la luna.
Puedo soñar con los viejos tiempos
La vida era hermosa entonces.
Recuerdo el momento en que supe lo que era la felicidad.
Deja que el recuerdo vuelva a vivir.
Memories. Cats.
Andrew Lloyd Webber / T. S. Eliot / Trevor Nunn
Papi querido, en la fecha de tu cumpleaños, 10 de diciembre, me deslizo por los recuerdos, y siento que los que con más fuerza me alcanzan son los del amor que nos manifestamos cuando circulabas por nuestras vidas con tu paso largo, lento y firme.
Rescato y edito unas líneas que escribí hace años en las redes, para hacerlas más públicas y permanentes. Es mi regalo este año.
Papi, tú nos enseñaste a ver las constelaciones de las estrellas… la Osa Mayor, la Osa Menor y también a soñar, armando juguetes con las manos a partir de lo más simple, dibujando sombras fantásticas en las paredes durante los apagones, con actos de magia haciendo desaparecer uno de tus dedos.
Recuerdos
Como los rincones de mi mente
Recuerdos brumosos de acuarela
De la forma en que éramos.
The Way We Were.
Marvin Hamlisch / Marilyn Bergman / Alan Bergman
Mis hermanos y yo te esperábamos con alegría, corríamos a tu encuentro cada tarde cuando regresabas al hogar, vestido con tu chacabana blanca de lino impoluta, tus pantalones oscuros, en una mano cargabas tu maletín de médico, en tu paso denotabas tu cansancio, que olvidabas tan pronto te alcanzábamos en la calzada, y nos abrazabas sonreído y amoroso.
En este ejercicio, mantengo la idea que mis hermanos Cristina Amiama, José Antonio, y yo, somos hijos de gente buena y amorosa.
Cuarenta y ocho años atrás, una noche de fatalidad recibiste un impacto de bala que te conduciría a dejarnos, no sin antes luchar por tu vida y sufrir muchísimo. Todo a consecuencia de ejercer la mayor muestra de amor al prójimo, dando tu vida por proteger a otros.
A estas alturas de mi vida, habiendo rebasado tus años, no siento que esa noche perdieras la vida, hoy siento que te dabas con amor a tus pacientes cuando caminabas entre nosotros, y siento que esa noche diste tu vida hasta el extremo del amor al prójimo de forma instintiva. Así eras tú.
Regresas fácil a la memoria, tus maneras suaves y amorosas, tu parsimonioso andar. El amor a tu familia, a tu profesión de médico, al estudio, y a los más desprotegidos.
En las noches, cuando regresabas de la consulta o el hospital, después de la cena, Mami nos pedía que hiciéramos silencio, para no interrumpirte. Así y todo, cerrabas esos librotes de medicina, imposibles de tomar en mis manitas de niña que tenía, y me dedicabas tiempo, contestabas mis preguntas, sonreías. Conservamos algunos de esos libros de medicina como tesoro preciado, otros han sido donados en tu memoria, para aprovechamiento de nuevas generaciones de médicos.
Nos inculcaste el aprender a buscar por nosotros mismos las respuestas a nuestras dudas, a mantener la curiosidad por aprender algo nuevo cada día, eso se nos impregnó de por vida.
Mi mente guarda detalles como los momentos en que cuando te formulábamos alguna pregunta, nos mandabas a consultar la enciclopedia Quillet, la Temática o el Diccionario de la Real Academia (en la era pre-Google). Debíamos leerte nuestro hallazgo y con gran satisfacción nos escuchabas, y nos aclarabas. Era fenomenal cómo convertías una consulta en un momento familiar, pues dabas participación y presencia a Mami, combinando la seriedad con las risas.
Para Mami, mis hermanos y yo, eras una persona privada. No obstante, sólo cuando partiste a caminar lejos de nosotros, aprendimos sobre tu real.
Yo no lo vi, me lo contaron, y lo vi en las noticias. Tu despedida fue concurrida y llena de dolor, la gente clamaba: “se nos fue el médico de los pobres”, “¿quién atenderá a mi madre ahora?”.
Para despedirte se reunió una verdadera comunidad de personas, algunos pacientes, otros colegas, alumnos, amigos y familiares, todos quienes recibieron tu bondad y te amaron. Era tal la conmoción que alguien podría haberse confundido pensando que fuiste muy poderoso.
Cito las palabras de Mario Emilio Pérez, en una elegía dedicada a ti:
“Como médico, Papito (así le llamaban sus amigos y familiares) fue un triunfador. Como profesor, tuvo el prestigio que da la capacidad, gozando en todo momento de la admiración y el cariño de aquellos que en las aulas se nutrieron de su sólida sapiencia. (…)
El triunfo de Papito tuvo como corolario los límites reducidos de un hospital público, donde la mayoría de los pacientes son desheredados de la diosa fortuna.
Pero esta ayuda cotidiana al prójimo en desgracia era realizada sin estridencias, en el más cerrado anonimato, y hasta con ligero desdén frente a las manifestaciones entusiásticas de gratitud (…).”
Amado Papi, agradezco tu andar entre nosotros. También por la vida que viviste, por tanto amor desinteresado que entregaste y que nos rodeó en nuestras vidas, recibido incluso de personas que no conocíamos.
Sin dudas nos dejaste el mejor legado: un legado de amor.
Igual te agradezco porque tú y Mami se escogieron mutuamente. Sabes que el amor de ustedes nunca ha muerto, ni morirá.
Y así, nos quedamos con Mami, tu amada esposa, quien se ocupó de mantener viva tu memoria y nuestro amor hacia ti. En tu ausencia tuvo que sacar fuerzas de donde pudiera para educarnos, como madre y padre. Ella, nuestra amorosa, fuerte, decidida, protectora, estricta, honesta, trabajadora y amada mami.
Papi podría seguir hilvanando memorias, recuerdos y afectos que te mantienen vivo y presente en nuestros corazones y en nuestras mentes.
Tu buen ser y hacer, tu compasión y compromiso con los más vulnerables, tu amor por el estudio y el saber, tu amor por la familia, la entrega vocacional, la protección de los tuyos, tu rectitud y conducta ética, sólo por mencionar algunos de los elementos que me hacen pensar todos los días en ti.
Te pido, que, de la mano de nuestro buen Dios, sigas cuidándonos y amándonos desde el cielo.
Te amo Papi.