Roelisabell Garcia Rossó, es coautora de este artículo.

¡REFORMAS! El presidente Abinader asumió su segundo mandato con la promesa de un conjunto de reformas, incluyendo una reforma constitucional y una reforma fiscal. Por ahora, esto no está en la conversación diaria de los ciudadanos. La profesora, el colmadero, el pequeño empresario, el estudiante universitario no están hablando ni un minuto de las bondades o desgracias de “las reformas”. Hoy, las reformas son un tema de “políticos”.

Es cierto que las reformas se presentan en un ambiente “favorable” dado el respaldo positivo del presidente y su amplia mayoría legislativa. Aun así, no perdamos de vista que la palabra “reformas” de entrada puede generar resistencias y escepticismo. Para muchos ciudadanos, la palabra “reformas” activa marcos asociados a “ajustes” que podrían implicar “sacrificios”, “pérdida de derechos o estabilidad”, o incluso un “cambio que no necesariamente beneficia” a todos por igual.

Este es el principal desafío para cualquier proceso de reformas: legitimidad. Hablar de reformas es hablar de cambios que, por su naturaleza, tienden a generar incertidumbre. La legitimidad en estos procesos no se obtiene con decretos o titulares en medios. En términos de narrativa, el desafío pasa por hacer creíble una promesa: los cambios que vienen los vamos a “construir juntos”.

En América Latina, hemos visto numerosos ejemplos donde la falta de legitimidad ha llevado al fracaso de intentos reformistas en todos los niveles. Tomemos el caso de las reformas fiscales en varios países de la región. En algunos lugares, estas reformas han sido percibidas como injustas, excesivas y favorecedoras de una élite económica, provocando movilizaciones sociales que obligaron a los gobiernos a retroceder. Un claro ejemplo es el intento de reforma fiscal en Colombia en 2021, donde la falta de diálogo previo y el rechazo de diversos sectores resultaron en protestas masivas que forzaron al gobierno a retirar la propuesta.

Para evitar este tipo de desenlaces, es fundamental enmarcar las reformas como un proyecto común, construido colectivamente con la ciudadanía. Aquí es donde cobra importancia el relato de "Construir juntos". Es urgente superar la idea de que las reformas son pensadas o, peor aún, impuestas por un grupo reducido de tomadores de decisiones. Las reformas deben ser el resultado de un proceso inclusivo donde todas las voces sean escuchadas. Este enfoque no solo facilita la aceptación de los cambios, sino que también ayuda a crear un sentido de responsabilidad compartida.

Un ejemplo exitoso de este enfoque lo encontramos en Uruguay durante el proceso de reforma del sistema de salud a principios de la década del 2000. El gobierno uruguayo implementó un amplio proceso de consulta y diálogo social que involucró a sindicatos, empresarios, profesionales de la salud y ciudadanos comunes. Esta inclusión no solo ayudó a mejorar la propuesta, sino que también generó un amplio consenso que resultó en una reforma ampliamente aceptada y legitimada.

El éxito de la narrativa de "construir juntos" se basa en su capacidad para enmarcar el diálogo ciudadano como el centro del proceso. No se trata solo de informar o consultar a la población, o de escenarios de compañeros del partido y fotos posadas, sino de crear espacios genuinos de participación donde las preocupaciones y propuestas de los ciudadanos sean realmente consideradas.

Este enfoque ha sido particularmente efectivo en el proceso de reformas educativas en Chile. Tras años de movilizaciones estudiantiles, el gobierno chileno comprendió que, para lograr una reforma educativa sostenible, era necesario un proceso de diálogo amplio y participativo. Se implementaron mesas de diálogo, consultas públicas y espacios de discusión que, aunque no resolvieron todos los conflictos, sí permitieron avanzar en un proyecto de reforma con mayor legitimidad.

A diferencia de otros países, la valoración positiva del presidente Luis Abinader puede ser una carta crucial que transfiera viabilidad al proceso de reforma. Sin embargo, es fundamental no depender únicamente de la imagen del mandatario, ya que todo proceso de reforma es, por naturaleza, conflictivo. Para evitar desgastes, hay que apalancarse en otros elementos que generen consenso, como el diálogo ciudadano, la participación enérgica de múltiples sectores y la construcción de una narrativa inclusiva que permita distribuir el peso del cambio entre todos los actores involucrados.

Enmarcar las reformas como un esfuerzo colectivo y no como un mandato unilateral marca un tono y estilo del proceso que fortalece la percepción de quien lo dirige. La verdadera reforma indeleble es un país donde las voces de todos cuentan. Construir juntos o imponer, ese es el dilema.

Sobre los autores:

Ricardo Amado Castillo es Profesor de movilización de bases en la Maestría de Comunicación Política y Gobernanza Estratégica de The George Washington University. Fundador y director de Autenticidad firma de estrategia, comunicación política y asuntos públicos. Recientemente ha asesorado liderazgos, campañas y gobiernos en Bolivia, Colombia, Ecuador, México, Panamá, y República Dominicana.

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Roelisabell Garcia Rossó es consultora de comunicación política y estratégica en Autenticidad, firma consultora de Ricardo Amado Castillo, miembro del Observatorio de Desinformación de la Universidad Complutense de Madrid. Recientemente ha trabajado y colaborado con equipos en campañas electorales e institucionales en Ecuador, República Dominicana, México.