Desde el momento en que el presidente de la República encabezó la presentación del Proyecto de Ley de Modernización Fiscal y hasta la fecha de hoy, lo que ha ido ocurriendo en todos los sectores sociales y económicos del país es una especie de oleada tras oleada de críticas y rechazos, tal y como un tsunami que no se detiene y que por el contrario, crece en la población y en grupos específicos mientras se diversifica en ámbitos que nos sorprenden por no ser habituales en exponer sus reproches en forma pública.
En defensa del Proyecto han salido básicamente los funcionarios del gobierno, con tan mala suerte que han sido objeto de burlas generalizadas en las redes sociales al publicarles declaraciones pasadas, donde criticaban lo mismo que ahora con ardor están justificando.
Al defender el Proyecto, estos funcionarios se enredan cada vez más en sus contradicciones según el dicho reconocido de “el dónde dije digo, digo Diego”. Esto a su vez, irrita a otros estratos sociales a los que gradualmente les va llegando el agua de dicho tsunami, sea porque no entendían el alcance de la Reforma, sea porque no estaban al tanto de sus implicaciones, o quizás porque ahora, en el fragor del debate, se documentan y notan que mientras ellos serán afectados, otros gozan de privilegios y por ende no serán tocados.
De pronto, pasada la sorpresa del anuncio y empezar a conocer poco a poco su alcance y profundidad, llega la incertidumbre y un recóndito temor empieza a emerger desde lo profundo de la conciencia: cada uno lo ve desde sus intereses. Y como la Reforma nos afecta a todos: la señora viuda o divorciada que solo tiene su casa y que ahora le dicen que la misma será revalorizada y que según el nuevo valor tendrá que pagar un impuesto cada año, hasta un profesional que apenas “araña” un salario que no cubre las necesidades de su familia pero del que deberá pagar impuesto; o la expresión del joven trabajador que se queja porque “hasta el salami pagará impuesto”; y así hay un largo e interminable etcétera en donde cada quien se siente golpeado más de una vez; de hecho, muchas y repetidas veces.
La incertidumbre lleva al temor, al miedo y a la preocupación excesiva y continua. El tránsito a la frustración, al enojo y a la impotencia, va a depender de qué tiempo permanezca gravitando sobre nosotros la fuente que genera estos sentimientos. Este constructo psicológico individual, que es un producto emocional y subjetivo, sometido a constantes presiones, nos puede colocar al límite de nuestras respuestas. De cómo se consolida la sumatoria del malestar individual a la colectividad y se quebranta el orden, es un trabajo que corresponde a otras disciplinas. De lo que nosotros tenemos evidencia es de que por ese camino se ha violentado más de una vez la paz social.
La democracia, en su concepto más simple, señala que, en ella, las leyes son construidas o transformadas por las mismas personas que las van a vivir, cumplir y proteger; es cuando la participación de la ciudadanía, junto a sus gobernantes, establecen un diálogo franco, abierto y sincero, para alcanzar los objetivos propuestos. La comunidad nacional está pidiendo, como nunca antes se había visto, que el gobierno coloque su oído en tantas alertas sonando al mismo tiempo, y que actúe en consecuencia.