En las plataformas digitales puede encontrarse la película de Philippe Collin Los últimos días de Emmanuel Kant (1994). De poco más de una hora, el filme se basa en la obra homónima de Thomas de Quincey y, como indica el título, el director nos muestra los últimos días de la vida del gran filósofo nacido en el pequeño pueblo de Königsberg.
En el filme, Philippe muestra algunos de los temas más recurrentes de la biografía de Kant como son sus manías y costumbres. Observamos a los vecinos sincronizar sus actividades con las caminatas del filósofo y lo vemos dormir arropado hasta la asfixia junto al retrato de Jean Jacques Rousseau, el filósofo francés que influyó en su obra y que en El contrato social precedió la idea kantiana de la tensión entre los fines particulares y el proyecto colectivo de una ciudadanía moderna.
Podemos apreciar a un Kant preocupado por el problema de la naturaleza humana concebida como esa tensión provocada por la “insociable insociabilidad de los hombres”. Percibimos la angustia por un ideal de bondad inalcanzable, pero, al mismo tiempo, referente de perfección abierto hacia el futuro.
Asistimos a los encuentros sociales en los que Kant disfruta conversar sobre filosofía y política, escuchamos las analogías sobre el filósofo y Napoleón o las disputas con el constitucionalista Emmanuel Sieyès.
Y todo ello, mientras vamos presenciando su inexorable decadencia. Porque este filme también nos habla con ternura de los males de la vejez, del declive, de los límites insuperables de nuestra fragilidad; de la impostergable llamada de la muerte, a la que no debemos temer ni rendirnos como si se tratara de un imperativo moral.
Y finalmente, esta obra nos habla de la incertidumbre que somos capaces de soportar y que, según afirmó el mismo Kant, constituye un indicador de nuestra inteligencia.