“Si nunca se habla de una cosa, es como si no hubiese sucedido”-Oscar Wilde.

La juventud actual carece por completo de la capacidad para recordar eventos históricos recientes, como la revuelta militar de 1965, para solo citar un ejemplo. En general, ignoran nuevos acontecimientos históricos clave y, a pesar de tener toda la tecnología actual a su disposición, muestran una marcada aversión a la lectura. En comparación con la juventud de los setenta y ochenta, podemos afirmar que estamos experimentando, tanto mi generación como las siguientes, un claro proceso involutivo, una especie de profunda y dolorosa regresión cognitiva.

Como afirma el profesor de psicología, neurociencia y director de Memoria Dinámica de la Universidad de California, "todos olvidamos", y es normal "ser olvidadizo con la edad". Pero la juventud actual, en general, no sufre de problemas de fallos de recuperación de recuerdos, que es la situación, según el citado renombrado profesor, cuando "el recuerdo está ahí, pero no podemos extraerlo cuando lo necesitamos". Tampoco adolece de Olvido (con mayúscula), que es cuando un recuerdo parece haberse perdido o desaparecido por completo.

De cara a la juventud actual, nos enfrentamos a un caso diferente de olvido absoluto. Los acontecimientos clave de nuestra historia reciente, incluidos los más recientes, no entran dentro del ámbito de sus experiencias ni de sus intereses. Dejan pasar, no retienen los aspectos explicativos fundamentales de los hechos nacionales que podrían considerarse trascendentales, relevantes, y viven inmersos en el inmediatismo y las banalidades.

 La fracción juvenil en el universo de votantes, digamos, de menos de 30 años, no decidirá las elecciones municipales ni las presidenciales. Sin embargo, su voto puede representar pequeñas diferencias que en última instancia pueden decidir el triunfo de un candidato. Como carecen de recuerdos firmes y razonados, su pequeña fracción en el conjunto de electores resulta fácil de engañar y manipular.

Simplemente carecen de convicciones políticas consolidadas y conocimientos históricos. Sus creencias, sus sueños, percepciones sociales e ilusiones provienen de sus afirmados mundos pueriles, de su música, los antivalores de la llamada cultura urbana, de los malos ejemplos de quienes han alcanzado el bienestar sin los mínimos razonables de una cultura edificante.

Los adultos de más de 36 años decidirán el desenlace de los torneos electorales que se avecinan, representando el 57.6 % del padrón de electores. Desde esa edad hasta los 75 años, estamos hablando de 4.6 millones de personas. Aunque la regresión cognitiva, el interés por el conocimiento y la historia nacional, así como la falta de comprensión de la dialéctica oculta de los hechos también afectan a esta población abrumadoramente predominante en el padrón electoral, indudablemente tienen una mayor capacidad de discernimiento (por las experiencias vividas) y mejores referencias para elegir a sus autoridades.

No obstante, en este conjunto de electores decisivo, también la enfermedad del olvido o de la capacidad para retener hechos que moralmente deberían invalidar la posibilidad de triunfo de ciertos contendientes en los certámenes electorales, también está presente. Por ejemplo, para miles de ellos no existe el pasado reciente. Ya han olvidado incluso los pintorescos nombres de los procesos judiciales en curso, minuciosamente armados por la Procuraduría Especializada de Persecución de la Corrupción Administrativa (Pepca) en la actual administración.

¿Cómo seguir respaldando a los candidatos del PLD? ¿Cómo votar por ciertos seleccionados para cargos importantes por la FP? ¿Cómo favorecer con mi decisión electoral a muchas de esas minúsculas agrupaciones políticas que se llaman aliados, cuya actividad política es claramente un negocio rentable cada cuatro años? ¿Cómo votar por candidatos que llevan años en funciones y son incapaces de rendir cuentas a la ciudadanía sobre sus logros en beneficio de alguna causa noble que no sea la de su propio bienestar personal?

Lamentablemente, parece que en la mayoría abrumadora de los adultos prevalece el olvido y también el desinterés por las implicaciones de la importancia intergeneracional del voto. En un contexto en que vemos a una población atrapada por las preocupaciones diarias, el individualismo personal y social, la determinación de alcanzar la cima mediante vías fáciles escasamente exigentes en cuanto a la presentación de evidencia de mínimos niveles de cultura general, el casi absoluto interés por la relevancia de la calidad moral de los candidatos o la inversión de tiempo en investigar sus antecedentes de vida y sus relaciones sociales, el voto responsable y de elevados compromisos simplemente es de dudosa existencia predominante.

Las documentadas operaciones Antipulpo, Medusa, Falcón, Operación Larva y otras que también involucran a prominentes políticos o los implican de manera convincentemente indirecta, parecen no tener mucho peso en una conciencia social en franca decadencia moral.

Tampoco importa que aquellos que levantan las manos de los candidatos del PLD en las elecciones municipales de mañana y a su improvisado candidato presidencial sean los mismos que llevaron el clientelismo político y el patronazgo secular a su etapa más indecente, rapaz y rastrera. A nuestro parecer, ese individuo ha sido el mayor contribuyente al deterioro moral del sistema político dominicano. ¡Voten, pero voten con un mínimo de responsabilidad y menos olvido!