Antonio Scurati es un escritor italiano nacido en Nápoles en 1969 que se ha desempeñado como profesor de bachillerato. Después pasó a ser docente de Literatura en una universidad de Milán y fue director del Centro de Estudios sobre el Lenguaje de la Guerra y la Violencia en la Universidad de Bergamo.

Scurati se ha distinguido como escritor y la notoriedad la ha obtenido por una trilogía, la novela documental sobre Mussolini y el fascismo en Italia. Ha publicado hasta el momento “M El hijo del siglo”, “M El hombre de la providencia” (2020,2021, editorial Alfaguara), y está previsto que salga en Italia en este otoño el tercer tomo que narrará la decadencia, caída y muerte de Mussolini.

Fue educado en las ideas antifascistas que fueron las predominantes en Italia después del fin de la Segunda Guerra Mundial. En Italia para actuar en política había que dar muestras de haber combatido al fascismo o, al menos, de no haber sido fascista. Esto era válido inclusive para la derecha italiana católica organizada en el gran partido dominante en la Italia posbélica, la Democracia Cristiana, cuyo fundador Luigi Sturzo, sufrió la persecución fascista.

Posteriormente se fue perdiendo la memoria de la dictadura fascista y comenzaron a aparecer líderes como Almirante con su Movimiento Social Italiano (MSI), neofascista, y luego  aparecieron políticos como Salvini y Meloni, que recogieron lo que fue uno de los aportes de Mussolini a la política: el populismo político de derechas. También el ataque frontal a la democracia. A la cual Mussolini barrió. El fascismo era explicita y combativamente anti liberal (contra las libertades individuales) y anti democrático (anti soberanía popular mediante un voto libre, no degradado por el poder del dinero).

En el siglo XXI han surgido políticos, movimientos y partidos políticos que sin ser fascistas en sentido estricto asumen muchas de las ideas fascistas, sin explicitar que provengan del mismo. Es obvio que los nuevos partidos que siguen estas ideas no van a renacer a los fasci di combattimento (tropas uniformadas paramilitares fascistas, que sembraban el terror contra los socialistas, comunistas, sindicalistas, obreros y campesinos que lucharan por sus derechos). Lo más probable es que no se pongan camisas negras y atemoricen con el puñal, el bastón, la pistola y el fusil, a quienes discrepen de ellos (eso esperamos).

En una sociedad de masas se trata de seducir a las masas para conquistar el poder. Algunos de los partidos actuales que se les tacha de adoptar ideas fascistas, como la “Liga del Norte”, “Fratelli de Italia”, según Scurati, son herederos conscientes del fascismo, del populismo de Mussolini, que se basaba en tratar de percibir el estado de ánimo de las masas y potenciar sus miedos, sus fobias, con fines de ganancia política.

Gran conocedor de Mussolini, por haberlo estudiado durante toda su trayectoria vital acudiendo a los archivos y documentos, la conclusión de Scurati es que, aunque se podía percibir a Mussolini como un bufón, por su gestualidad, teatralidad, poses, en realidad era un político con gran talento. Que sabía sacar partido de las oportunidades que se le presentaban. Por eso considera que inventó el liderazgo populista en el cual el líder es quien guía a las masas estando siempre “un paso atrás” de ellas. No planteando alcanzar metas lejanas, ajenas a sus preocupaciones, o que estos vieran como inalcanzables.

Quizás Trump no sabía quién era Mussolini, pero aplica parte de sus “técnicas” políticas. Encontrar un enemigo es esencial en este relato político. Enseguida plantear una lucha frontal a vida o muerte entre “ellos y nosotros”. Y reducir toda la complejidad de problemas existentes a una causa única.

Mussolini lo buscó en los socialistas, los comunistas y los sindicalistas combativos. Sin embargo, como ha demostrado Emilio Gentili  (Mussolini contra Lenin, 2019),  cuando el fascismo toma el poder, los socialistas leninistas no eran una amenaza real en Italia. De manera que Mussolini utilizaba esto para unir más a sus seguidores y para crear una atmósfera de temor. Además, con la simplificación, los mensajes penetran más fácilmente. Yo o el caos. Yo o el desastre. Yo o los bolcheviques.

Mussolini supo captar en política el advenimiento de la era de las masas, extra dirigidas, manipulables, que pierden su individualidad en la multitud, según estudió Gustave Le Bon. Mussolini tenía intuición y olfato político, pero también muchas limitaciones. Para Scurati era un hombre vacío –especialmente en sus inicios-, no tenía ideas propias. Carecía de una estrategia. No tenía lealtad a nada, ni a nadie. Por eso dice de él que era un táctico, en él había lo que denomina “supremacía táctica de la nada”. Un oportunismo radical. Su meta era táctica no estratégica: coger el poder.

Considera Scurati que, cuando los intelectuales y las personas de izquierda despreciamos a gente como Trump viéndolos como unos zafios, vulgares, estúpidos, carentes de inteligencia y de razonar correctamente, realmente “los estúpidos somos nosotros”. Porque no hay nada de estúpido en su accionar. Emplean una técnica de seducir a las masas, de dominarlas, de manipularlas, para utilizarlas para sus fines políticos.

Mussolini –siempre según Scurati- fue el primero que puso el cuerpo en el escenario político. Antes de él los políticos, los hombres del poder, eran escurridizos, se escondían, se mostraban poco en público, vivían en una atmósfera de misterio. Apenas se mostraban en actos solemnes. Eran como estatuas movientes y gestuales. Y era que el poder iba de la mano de la discreción, del secreto.

Mussolini, hizo todo lo contrario, se exhibe, actúa ante el público. Hace una comunicación física con la gente, con las masas. No es una comunicación intelectual. Habla no a la cabeza sino a las tripas, al corazón, a los sentimientos. Esto tenía sentido.

No todos somos licenciados o doctores en ciencias políticas, historia, sociología o humanidades ni podemos comprender conceptos complejos, abstractos, pero todos, letrados e iletrados, tenemos un cuerpo y vemos, tocamos, sentimos, odiamos, sufrimos, gozamos, reímos. Solo una minoría muy minoritaria actúa por ideas. Piensa de manera abstracta. Y son menos aún quienes piensan estratégicamente y su accionar es racional, adecuando los medios a los fines, como dice Max Weber.

¿Qué hacer para luchar contra los herederos actuales del fascismo? No olvidarnos que la democracia es lucha por la democracia. Tener en cuenta que las conquistas obtenidas en un momento dado no son para siempre, que hay combatir para mantenerlas y para ampliarlas.

La democracia no ha existido siempre, más bien es reciente, aunque se remonte a la democracia ateniense. En la historia lo corriente han sido las tiranías, las dictaduras, los despotismos, los monarcas absolutos. La democracia ha sido una conquista y hay que luchar por mantenerla, por preservarla, porque ha sido un paréntesis en la historia, no es un hecho que una vez obtenido esta dado para siempre.

Yo agrego que el problema está en cómo se conciba la democracia. La democracia no puede limitarse simplemente a dos cosas: votar cada cierto tiempo para elegir a los gobernantes y preservar las libertades individuales. A eso se ha reducido la llamada democracia liberal.

La Democracia con mayúsculas, que no es la democracia liberal sino la Democracia a secas, implica, además de lo anterior, ir ampliando los derechos, las libertades, la igualdad y la inclusión, a medida que crezca la riqueza social de un país, porque sin aumentar la riqueza solo se puede repartir pobreza y la igualdad en la miseria no es un objetivo para nadie cuerdo.

En definitiva, no se puede preservar a la democracia de sus enemigos si la democracia política no se completa con la democracia social y económica.

Torrelodones, 24 de septiembre de 2022