A raíz de los casos de  corrupción ventilados en la justicia debemos   pensar en el peso y significado que tiene la delación  en nuestra sociedad, y el recurso que la justicia  hace de esto  para inculpar a los acusados de corrupción .Recurriendo a la  delación premiada , como instrumento que otorga  diversos beneficios al delator.

Pensar en ello puede que traiga  cierta tristeza al relacionar el adjetivo delator, con ciertos hechos históricos.  La Real Academia de la Lengua, define como delator: Persona que delata a alguien e informa de forma secreta acerca de algo.

Se relaciona al delator con el que denuncia, el denunciador, acusador,  sinónimo de soplón, traidor y, chivato, palabra que se convirtió en un verbo en la dictadura de Trujillo, cuando  chivatear tuvo su mejor expresión en el horror de La Cuarenta (centro de tortura  y represión) escenario de la muerte de miles de dominicanos , que se negaron a delatar a sus compañeros del 14 de julio y otros movimientos políticos. Ese capítulo de la historia pocos lo   recuerdan, y, desconocen las nuevas generaciones, que poco saben de lo que se hizo, para que ahora puedan tomarse una café, en la puerta de sus casas, sin tener que pedir a  alguien le cuide las espaldas.

Por eso pensar en el delator, faltando  casi 2 meses para la  celebración del sesenta y dos  aniversario del ajusticiamiento, del dictador, nos puede producir cierta  preocupación al ver que nuestras autoridades judiciales, con toda la buena fe del mundo, tengan que recurrir a un instrumento legal, pero que al recordar el pasado resulta una práctica delicada, que tanto mal nos ha hecho. Aunque en el caso que nos ocupa se utiliza para fortalecer expedientes de corrupción.

Si bien es cierto que las policías siempre han contado con la delación como un recurso para perseguir el delito  común, también es cierto que, desde la óptica de lo humano, la delación es un acto miserable, odioso, que ha llenado de dolor a miles de seres en la historia de la humanidad. La traición y la delación han estado muy vinculadas, siendo la delación masiva determinante en el exterminio de 5 millones europeos de origen judío durante el dominio del nazismo.

Por no hablar del papel que la delación ha jugado en las dictaduras Latinoamericanas del pasado y del presente, ¿o acaso se cree que estas dictaduras no contaron  con esa vocación miserable de la traición?

No podemos obviar que la corrupción esta basada en una actitud delincuencial hacia el estado y del estado, que es  un sistema, en el que casi toda la clase política está o ha estado  involucrada. Y difícil su persecución.

Pero fomentar y cultivar la delación como recurso de la justicia, aplicada en las sociedades sajonas, al crimen común, es delicado. No debe ser igual delatarse entre mafiosos (existen códigos éticos de actuación criminal) a fomentar la delación entre gente común, empresarios, funcionarios, etc.

Mucho más delicado es exonerar de culpa y castigo al delator privilegiado, en una sociedad, que desconoce la sanción social y cohabita con la delincuencia de forma complaciente y olvidadiza. Utilizando la escucha telefónica para extorsionar.

Esperamos que los acuerdos con la Justicia sean racionales. Ya que no debe  ser igual que algunos individuos se acojan a medidas como esas para salvar  su piel, y sus intereses,  siendo tan culpables como los que delatan. De aquí que debe imponérsele siempre alguna condena, de lo contrario se le daría un mensaje equivocado a la sociedad.

Tener expedientes  blindados que, fortalezcan el papel de la justicia, es difícil, pero  tenemos que ser cuidadosos de no banalizar la delación, fomentándola en una sociedad que tienen en sus orígenes culturales  el chisme, en la tradición oral  y en su inconsciente colectivo, la traza de una conducta  delatora como profesión,  ser calié, espiar para delatar.

No podemos olvidar que  la dictadura tuvo éxito en imponer su control porque estaban dadas las condiciones, en la naturaleza humana  de  algunos individuos, hacia el servilismo y  la delación.

Podemos aspirar a una sociedad menos humillante, basada en el deber ser, capaz de  perseguir y sancionar sin artilugios ni  manipulaciones. Sobre todo, respectando los derechos de los demás.

Alcanzar la integridad,  de forma noble, educando, para que los   individuos, mediante la prevención, vigilen su accionar, asumiendo la responsabilidad de sus actos, rindiendo cuentas. Más que todo desde las administraciones públicas.

El estado ya  tiene  los instrumentos para dar seguimiento a las conductas  disfuncionales  de sus ciudadanos, como se hace en las sociedades decentes. “Una sociedad decente es aquella que acuerda respetar, a través de sus instituciones, a las personas sujetas  a su autoridad”, recuerda  Avishai Margalit.

Llevamos años haciendo leyes a la medida e introduciendo  acciones de seguimiento, para que los servidores públicos actúen con transparencia. Paralelamente, se efectuaba el desmontaje institucional de la sociedad, las instituciones son débiles, queda  mucho por hacer, necesitamos instituciones más fuertes si queremos cambiar, a menos que queramos cambiar para seguir siendo iguales o peor.

Tratar de perseguir la corrupción, como  se están haciendo hoy, es una experiencia inédita y necesaria, pero estas acciones deben llevarse a cabo de forma equitativa, cumpliendo y respectando  el derecho de los implicados y la equidad que  hemos exigido en otros momentos.