Todos los años, los medios dominicanos reseñan la paz y la facilidad del tránsito derivadas del feriado de Navidad, lo que pone en evidencia que si bien es necesaria una mayor educación vial, la reducción del parque vehicular es un elemento decisivo en la mejora del tránsito.

El transporte en la isla fue predominantemente peatonal si se trataba de una conglomeración humana (es difícil llamarlas “ciudades”) y por vía marítima y fluvial para las largas distancias.  Casi finalizando el siglo XIX se introdujo el célebre “Tren de Sánchez”. En realidad, un sistema ferroviario para transporte de mercancías y en ocasiones pasajeros desde la ciudad de La Vega hasta el puerto de Sánchez. Segmentos similares existían en los terrenos cañeros de La Romana, El Seibo y la Altagracia destinados únicamente al traslado de las gramíneas hasta los ingenios.241218-parqueo-en-Santo-Tomaìs-728x546

En esos años diversas ciudades europeas empezaban a incorporar el sistema de tranvía para el tránsito de pasajeros en los centros urbanos.  Poco después se les fueron añadiendo sistemas subterráneos de transporte, todos ellos con una visión de movilización grupal.  Ninguna de estas realidades guardaba un paralelismo con la situación dominicana, marcada por la escasa densidad poblacional. Aquí, la construcción vial siguió el modelo basado en el vehículo individual característico de los Estados Unidos,  que tiene sentido en un país de casi diez millones de kilómetros cuadrados y donde casi la mitad de las ciudades cuentan con menos de mil habitantes.

La ocupación militar y administrativa a cargo de los EEUU significó la construcción de las tres principales autopistas que unen la ciudad capital con los otros tres puntos cardinales de la República.  Estas vías eran de bajo uso dados los ya mencionados bajos índices poblacionales (de bajos ingresos económicos, por demás).  Poco después de la construcción de las carreteras llegó el abaratamiento de la producción automovilística, mejoría en los precios no perceptible para la población local ya que los impuestos a las importaciones podían ser superiores al 100% de los costos de fabricación.  Fue únicamente cuando sobrevinieron las firmas de acuerdos de libre comercio y la consecuente reducción de las tasas arancelarias que el país llegó a aumentar de manera no planificada la proporción de vehículos con relación a metros de trazado vial.  Un huracán que nos tomó por sorpresa.  La planificación se quedó corta, aunque no haya sido concebida con alevosía como algunos atribuyen al urbanista Robert Moses, en EEUU.

La construcción del dos líneas de metro en la ciudad capital, si bien ha significado una respuesta para muchos usuarios, no está a la altura de las necesidades creadas y el tránsito continúa siendo caótico durante al menos un sexto del tiempo hábil diario de los citadinos porque, es justo reconocerlo, el crecimiento de la economía dominicana se ha registrado en el aumento de puestos de trabajo y de vehículos para llegar a los lugares donde se trabaja. A pesar de la experiencia de la pandemia, que nos empujó hacia el uso de modalidades virtuales de colaboración, siguen teniendo vigencia las labores presenciales. Todo esto tiene un alto costo energético y una incidencia negativa en la emisión de gases de carbono. Hay elementos de progreso, es indudable, pero es evidente que nos queda pendiente una mejor integración de todos ellos para lograr un bienestar colectivo.