Vivimos en tiempos de un reduccionismo aberrante, donde lo complejo se fragmenta y simplifica, no para entenderlo, sino para apartarse de complicaciones. Apetece vivir y quedarse en lo sencillo. El común de la gente abjura cualquier asomo de sofisticación, aferrándose a la chabacanería.

El ritmo del deterioro conceptual es tan veloz que, por suerte, terminará destruyéndose a sí mismo; igual que un vehículo que pierde control por exceso de velocidad. Se ha escrito mucho sobre este fenómeno; afecta al lenguaje, la escritura, la música, la comunicación y, por supuesto, la política.

Por ejemplo, sería suficiente cuantificar el vocabulario promedio del dominicano -sin diferencia de clases- y comprobar que es escaso y elemental. Pronunciamos el castellano cada vez peor. Nos acercamos a una simplificación lingüística que nos conducirá al “Tú Juana, yo Tarzán”, del noble inglés que, al perderse de niño en la selva, aprendió sus primeras palabras entre chimpancés.

En cuanto a la música, ni hablar. Ya se vislumbraba y tomaba cuerpo el desastre en las escasas y guturales letras de Toño Rosario (meritorio, hay que decirlo, por no ser soez).  Veamos una de sus anti cervantinas y selváticas letras:

Machúcalo, machúcalo, machúcalo

(Oye, oye, oye)

Machúcalo, machúcalo, machúcalo

(Ta' cruzao', ta' cruzao', ta' cruzao', ta cruzao')

Kulikitakatí, kulikitakatá

Kulikitakatí, kulikitakatá

Sakalakatikitakatiki, sakalakatikitakatiki

A partir de ese momento, no se ha detenido el deterioro. Surgen letras de entrepierna, coito, violencia y droga; escritas y cantadas por ídolos populares de estilo elemental, en pretensiones de protesta. Letras pornográficas y de bajo mundo. Simples y carentes de romanticismo. Obscenidades rapeadas o dembowseadas, o como se diga, justificadas con sofismas bobalicones.

Argumentan que esos artistas, disfrazados y millonarios, crecieron dentro de las miserias y abyecciones del barrio; víctimas del sistema. De ahí, concluyen los apologistas, que tengan derecho a desahogarse genitales en manos. También a promover drogas y santificar narcotraficantes. Razonando así, cualquier transgresor – siempre y cuando hayan tenido una infancia traumática – queda justificado.

Pasemos a la música clásica. Van cayendo en la inanición, o eliminadas, las orquestas sinfónicas emergentes, haciendo imposible educar el oído del dominicano. Es insuficiente una sola orquesta sinfónica, situada en la ciudad capital y con una temporada al año, para dar a conocer la buena música. Se quiere simplificar, o simplemente ignorar, la educación musical.

Si a esto añadimos que la clase gobernante permitió la desaparición de las bandas municipales, entenderemos que se ha privado al pueblo de la oportunidad de escuchar algo distinto al bullicio de la radio y la televisión. Entonces, no es de extrañar que la mayoría de los jóvenes de este país no hayan estado nunca cerca de un violín. Por eso prefieren la tambora.

En los medios de comunicación, cualquier malhablado carente de dicción se agencia un canal de YouTube para gritar tonterías.  Esos medios se ocupan de convertir la degradación y la vulgaridad en negocios multimillonarios: transforman a gente de baja ralea en “influencers”. Sus dueños pasan a ser “empresarios” a los que políticos y parte de la sociedad quiere besarles la mano. Una tragedia social que a pocos les interesa entender.

No olvidemos los Emoji, ahora adueñados del intercambio cotidiano. El puñito con el pulgar levantado – que comenzando el cristianismo era gesto reservado a cesares – hoy, junto a otros muñequitos similares, sirven de comodín por su simpleza. Esos Emoji, creados por el japonés Shigetaka Kurita en los noventa, expresan sentimientos e ideas que antes se escribían o conversaban. Otro reduccionismo universal.

Así las cosas, “pónmelo suave“es la consigna reinante que va dejando sin alas la cultura del planeta. Pero en particular, y con saña, en países ineducados y proclives a lo elemental como el nuestro.

Si no me han entendido, o encuentran estas disquisiciones complejas, no se preocupen, pronto vendrá Tokischa al Palacio de los Deportes y los pondrá a gozar.