El 4 de julio del presente año se conmemorará el 84 aniversario del sentido deceso del padre Juan Francisco Fantino Falco, cariñosamente llamado por quienes le conocieron y trataron como el “Padre Fantino”, referente inmarcesible de sacerdote digno y ejemplar, modelo de fecundidad apostólica, incondicional amor al prójimo y generosa entrega a las mejores causas de la Iglesia y de la Patria.
Gracias a los valiosos datos recogidos, entre otros, por Francois F. Sevez, monseñor Felipe Gallego y don Emilio Rodríguez Demorizi, entre otros autores, ha sido posible, además de los valiosos relatos orales de quienes le conocieron o estuvieron de cerca él, conocer su trayectoria vital y el mucho bien que hizo en nuestra tierra a la que tanto amó y prodigó bondades, hasta su postrero aliento.
Nació el 16 de mayo de 1867 en el pueblo de Borgo San Dalmazzo, provincia de Cuneo, región del Piamonte, Italia. Hijo de Francisco Fantino y Clara Falco. Tuvo tres hermanos, un varón y dos hembras, las cuales fueron religiosas.
De sus años de infancia y adolescencia, conforme destacan sus biógrafos, es muy poco lo que se conoce. En lo que respecta a sus estudios eclesiásticos fue alumno del Seminario Diocesano de su provincia natal, ingresando luego a la Pontificia Universidad de San Apolinar, de Roma, obteniendo en la misma el grado de Doctor en Teología el 8 de julio de 1897.
Durante dos años perteneció como profeso a la Congregación de los Padres Paules y esto explica su colaboración con la misma después de ordenado sacerdote diocesano.
En su época, práctica que en gran medida persistió hasta el Concilio Vaticano II, la recepción de lo que se conoce como Órdenes Menores, es decir, los Ministerios que el seminarista iba recibiendo antes de su ordenación diaconal, llevaban un proceso más riguroso que en la actualidad. E incluso la denominación era en parte diferente a la actual.
Por ejemplo, lo primero que un seminarista teólogo recibía era la tonsura clerical, la cual se expresaba simbólicamente mediante el corte de un trozo del cabello de la coronilla de su cabeza como expresión de entrega a Dios. Francisco Fantino recibió esta el 17 de junio de 1896 de las manos de Monseñor Francisco Cassetta. El 28 de junio del mismo año se le confía el Ministerio de Ostiario y Lector y el 12 de julio del mismo año de Exorcista y Acólito. Recibe el Subdiaconado el 25 de Julio, el Diaconado el 28 de octubre de 1896 y el 19 de diciembre recibe su ordenación sacerdotal en la Basílica Lateranense.
Canta su primera misa el día de navidad en la capilla de la Escuela Apostólica de su ciudad donde había sido alumno distinguido.
Su acendrada vocación misionera se hizo manifiesta desde el inicio de su Ministerio Sacerdotal y ya en octubre de 1897 llega a América por vez primera, enviado desde Roma a Venezuela para cooperar con la obra apostólica de los Padres Paules que a la sazón eran los responsables del Seminario Conciliar ubicado en Caracas.
Allí sirve durante dos años como Subdirector del Seminario Mayor de Caracas, desde 1897 a 1899, pero la divina providencia le irá llevando por insospechados caminos y él, como siervo fiel y obediente, acepta humilde sus designios.
Al culminar los Paules su servicio en el Seminario, pensó en México como el nuevo destino para su labor evangelizadora y encaminándose allí se detiene temporalmente en Curazao. Pero los planes del Señor eran otros. En Curazao entabla amistad con Don Felipe Cartagena Hinojosa, quien a su vez lo presenta al General Damián Báez, hermano de Buenaventura Báez, encomiando las virtudes del joven sacerdote.
Caía a la sazón la dictadura de Lilís y los expatriados esperaban transporte marítimo para regresar al país y proponen al Padre Fantino modificar sus planes y trasladarse a la República Dominicana. Dada la escasez de clero, Monseñor Meriño había ofrecido su acogida a los sacerdotes que desearan servir en la República Dominicana, aceptando el Padre Fantino su ofrecimiento.
El miércoles 8 de noviembre de 1899 arriban al Puerto de Santo Domingo en la goleta Leonor acompañados del Lic. Pedro Báez Lavastida, hijo de Don Damián. Don Felipe le presenta ante su amigo el Arzobispo Meriño ponderándole también sus destacadas cualidades.
Otra nueva manifestación de la Providencia fue para el Padre Fantino encontrarse a los cinco días de su llegada al país con el Padre Antonio Luciani, quien a la sazón fungía de Párroco de San Pedro de Macorís, misión sacerdotal que ejercía desde 1893. Este notable sacerdote gozaba de respeto y admiración por su manifiesto amor a los más necesitados. Gracias a sus diligencias se construye el Hospital San Antonio, referente en su día de digna y eficaz atención sanitaria en San Pedro de Macorís y en todo el país.
Huésped de la generosa hospitalidad del Padre Luciani llega el Padre Fantino a su primer destino en la República Dominicana, precisamente el Hospital San Antonio, , donde permanece cuatro meses. El Padre Luciani, en carta que dirige al Arzobispo Meriño, no desaprovecha la ocasión para ponderarle en elogiosos términos sus apreciaciones del joven sacerdote y educador: “qué le diré del Padre Fantino? Hasta hoy he observado una conducta ejemplar; es muy estudioso, paciente y pío; predica con bastante facilidad, doctrina y convencimiento. Yo creo que sería un contingente muy útil para la enseñanza y buen elemento en una parroquia”. (Sevez, 1941. Pág. 16).
Profundamente aleccionadores fueron para el Padre Fantino los meses vividos junto al bondadoso Padre Luciani con quien compartió, junto a los humildes a quien daba socorro, sus carencias y penalidades. De esta experiencia nos legó una reseña memorable:
“Recuerdo que cuando era seminarista nos solían repartir al principio de año una cedulita con el santo que había de ser el especial patrono del año. Una vez me tocó uno que tenía esta máxima: “Aprovéchate de la pobreza forzosa para llegar a la pobreza espiritual”. Y por cierto que en toda mi vida la he tenido que practicar; pues cuando salí de Caracas, en donde vivíamos pobremente, no me pudieron entregar más dinero que el necesario para el viaje y cuando llegué a San Pedro me encontré con el pobre P. Luciani, tan necesitado o más que yo, hasta tal punto que alguna vez estando conversando se aparecía la cocinera y con su lenguaje medio holandés solía preguntar: P. Lucianne ¿qué poner a cenar? Lo que Dios disponga hijita, contestaba risueñamente el Padre. Dando a entender con la respuesta que si no había qué cenar la Providencia no nos había de faltar”. (Monseñor Felipe Gallego, S.J. Una Gloria del Sacerdocio. Vida del Reverendo Padre Francisco Fantino Falco, 1960. Págs. 26 y 27).
El 13 marzo de 1900 llega el Padre Fantino a la ciudad de Santo Domingo, procedente de San Pedro de Macorís, acogiendo la invitación que, a tal efecto, le hiciera Monseñor Meriño. Inmediatamente es designado Director y Prefecto del Seminario Santo Tomás de Aquino, así como de la escuela preparatoria para seglares, anexa al Seminario.
En abril de 1901 también le fueron encomendados los servicios religiosos de la Iglesia del Rosario (antiguo convento de los dominicos) así como la capellanía de San Andrés. Fue un promotor incansable de la devoción a San Antonio de Padua, asociando a la misma la distribución todos los martes, después de la celebración eucarística, del “pan de los pobres” que se distribuía al igual que otras provisiones a muchos necesitados en las diferentes parroquias de Santo Domingo.
Efímera, no obstante, fue la estadía del Padre Fantino en Santo Domingo. El 15 de febrero de 1903 le designa Monseñor Meriño para hacerse cargo de la Parroquia San Fernando, de Montecristi, en sustitución del Padre Honorio Liz y Salcedo, trasladado a Moca.
No pocas conjeturas se suscitaron en su día en torno al repentino traslado a la línea noroeste del Padre Fantino en momentos en que comenzaban a germinar los admirables frutos de sus grandes desvelos apostólicos. Sugerentes, a este respecto, son las ponderaciones de Monseñor Eliseo Pérez Sánchez, testigo privilegiado de aquellos acontecimientos: “acreditado el P. Fantino por la admiración de sus discípulos y fieles, su preeminencia lo hizo objeto de las conspiraciones de gratuitos enemigos; por el solo hecho de ser un sacerdote celoso de su ministerio, como consagrado maestro al servicio de la difusión de las ciencias, las letras y las artes. Sus enemigos triunfaron a pesar de que todos reconocían la superioridad del abnegado varón, cuya obediencia y humildad eran signo de su apostolado…” (Monseñor F. Gallego, Op.cit, pág.32). ( Continuará)
Fuentes consultadas
Gallego, Monseñor Felipe. Una Gloria del Sacerdocio. Vida del Reverendo Padre Francisco Fantino Falco, Santo Domingo, 1960
Sevez, F. Bosquejo Biográfico del Padre Fantino, Santo Domingo, 1941.