Periódicamente, cuando la marea política subía o el hastío del país revivía las ansias de cambio, Joaquín Balaguer solía rejuvenecer el gobierno modificando el gabinete o trayendo gente nueva a su alrededor o a las posiciones más importantes de la administración pública. Tanto fue su éxito que hizo de esa rutina burocrática un método eficaz para ganar tiempo y espacio político y aquietar muchas veces la inconformidad popular, derivando en áreas del gobierno la insatisfacción que su prolongado ejercicio del poder creaba en la población.
Tal vez por eso, su gobierno excesivamente largo nunca parecía envejecer. Los cambios en el gabinete hicieron el papel del retrato de Dorian Grey, el personaje de la novela de Oscar Wilde, para que en su caso la administración que por años presidió luciera tantas veces joven, en medio de un creciente repudio. En ocasiones incluso recurría a los cambios cuando anticipaba alguna queja, antes de que sus causas degeneraran en crisis, creando a su alrededor el mito de gran manejador que se llevó a la tumba.
El presidente Luis Abinader ha entrado, tal vez muy tempranamente, al tramo más difícil por el que se le juzgará finalmente el gobierno. Si bien figura todavía con un nivel aceptable de aceptación en medio y a pesar de la crisis económica, factores ajenos a su control pueden modificar el panorama. Muchos de sus funcionarios han envejecido como el retrato de la novela de Wilde. Incluso ya eran viejos y gastados como dirigentes de su partido cuando él se juramentó y esa ancianidad no le ayudará a mantener joven al gobierno.
En el tramo del cuatrienio que le resta, la inyección de talento nuevo puede darle el espacio y el tiempo de reposo que el gobierno necesita para revisarse. Así podría realizar las acciones que las momias que mantiene en posiciones claves han obstaculizado con su inacción y escasa visión de futuro.