El impresionante infantil recuerdo del tradicional árbol de navidad hogareño, completamente cubierto de pequeños bombillos de diferentes colores y numerosas bolas de fino vidrio, ha estado siempre en mi mente, aunque es durante los últimos meses de cada año cuando aquellas imágenes resurgen e inevitablemente me conmueven.
Viene entonces a mi memoria el esmero con que mis abuelas decoraban el nacimiento del Niño Dios y su entusiasmo cuando se aproximaba la hora de asistir a la misa del gallo.
Al transcurrir el tiempo y yo ir aprobando escalonadamente los cursos de la escuela primaria, fui creciendo y siendo promovido hasta alcanzar el octavo grado. Fue en aquella etapa de mi vida cuando me aficioné a la práctica de los deportes y aprendí a montar bicicleta.
Aunque no me entusiasmaba mucho el baile, acostumbraba asistir en compañía de mis mejores amigos a las fiestas organizadas por la escuela donde estudiaba, También en aquellos lejanos días empecé a sentir curiosidad e interés por los campeonatos de béisbol profesional que se efectuaban en nuestro país a partir del mes de octubre de cada año.
El impactante recuerdo de la etapa de mi adolescencia en tiempos de Navidad, jamás he dejado de tenerlo dentro de los primeros lugares de la escala de mis intereses sentimentales, aunque posteriormente pasaron a ser mis padres y ya no mis abuelas, quienes ocupaban los roles de mayor protagonismo y decisión en la decoración navideña del arbolito y de la representación del nacimiento del niño Jesús en un pesebre de Belén. De la misma manera pasaron a ser mis padres los que decidían los ingredientes, la distribución y el horario de la cena del 24 de diciembre, y el tipo de golosinas que se brindaría en nuestro hogar, así como también la selección y cantidad de los fuegos artificiales que encenderíamos mis hermanos y yo.
Lógicamente fui avanzando en mis estudios del bachillerato y no obstante todos los inconvenientes y traumas que colectivamente padecimos por las pérdidas humanas, los daños materiales y el sufrimiento psicológico derivados de la guerra civil del 24 de abril, terminé mis estudios de la escuela secundaria y me matriculé en el centro universitario que me pareció más apropiado. Fue en aquella etapa en la cual sentí un profundo interés y atracción por los temas de naturaleza social y política, descubriendo todas las enormes injusticias y desigualdades que acontecían en las poblaciones de nuestro país y de toda Latinoamérica.
Continuó siendo para mí el muy intenso y significativo simbolismo de la Navidad sumamente importante, satisfactorio y valioso, aunque luego llegó el tiempo en que mis padres empezaron a delegar en mí la decoración de fin de año de nuestro hogar y la renovada colocación del árbol navideño. Asimismo, me fueron asignando parte de la responsabilidad de realizar las compras propias de la Nochebuena, así como de recoger cuidadosamente en enero toda aquella decoración hermosa y fascinante de las alegres y reflexivas pascuas, para luego ordenadamente guardar todo aquello hasta el siguiente diciembre. Actividad que realicé con suma nostalgia y evocación de la época de mis abuelas y de algunos otros familiares que habían partido de este mundo terrenal.
Cuando finalicé mi carrera a nivel universitario inicié en mi vida una fase de maduración e independencia humana, la cual culminó con mi entusiasta decisión de casarme y procrear familia propia. No obstante, siempre la llegada del mes de diciembre resultó ser un excelente motivo para reunirme con mis padres junto a mi familia. Aquel fue un tiempo en el que en una primera etapa yo armaba el arbolito navideño sin la asistencia de persona alguna, pero luego ejecutaba esta hermosa tarea con la entusiasta colaboración de mis hijos mayores, quienes disfrutaban mucho aquella alegre y dulce labor. Además, ellos enriquecían y renovaban la decoración navideña del año anterior, así como también las piezas integrantes del pequeño pesebre que simbolizaba el nacimiento de Jesús.
El paso inclemente de los años siempre va acercándonos cada vez más a la edad de retiro, sucediendo que es durante aquel período de la vida cuando nuestros hijos paulatinamente nos van sustituyendo, y empiezan a llegar a nuestro mundo los encantadores y tiernos nietos.
Indefectiblemente, nuestros vástagos crecen, se desarrollan, maduran y avanzan en la vida con sus historias propias. Sin embargo, nosotros continuamos añorando y evocando el arbolito de Navidad de nuestra infancia, adolescencia y juventud; no obstante saber que pronto se habrá de transferir a nuestros nietos el encargo de organizar y montar la totalidad de la maravillosa decoración propia del décimo segundo mes del año, para conmemorar, como siempre, la maravillosa llegada de la eterna Navidad… desafortunadamente, ya sin la presencia material de las queridas abuelas ni de nuestros amados padres, quienes estarán en nuestras conmovidas memorias, como nosotros permaneceremos en las emocionadas mentes de nuestros hijos y nietos al llegar cada temporada navideña.