En mis lecturas cotidianas de la prensa internacional descubro un artículo sobre la vida y obra de un filósofo contemporáneo británico ido a destiempo, el profesor Mark Fisher. Entre las obras de su autoría que se destacan se encuentra ‘Realismo capitalista: ¿No hay alternativa? Inspirado en el atractivo del título y mi curiosidad por descubrir el significado del concepto, busco la obra en Internet y la encuentro en formato digital. Al adentrarme en la lectura, testifico la manera en la que el autor extrae su concepto de realismo capitalista a través del relato de expresiones artísticas modernas (película, obras de teatro, música, etc.). Inspirado en la película Children of men (2006) -cuya trama gira entorno a la aparición de una mujer embarazada en una sociedad que padece una epidemia de infertilidad- Fisher nos muestra la desvalorización de las actuaciones humanas en un sistema capitalista.
Para él “[e]l poder del realismo capitalista deriva parcialmente de la forma en la que el capitalismo subsume y consume todas las historias previas. Es este un efecto de su «sistema de equivalencia general», capaz de asignar valor monetario a todos los objetos culturales, no importa si hablamos de la iconografía religiosa, de la pornografía o de El capital de Marx.”
Ahora toca la pregunta, ¿por qué la capacidad de asignación de valor monetario -no valor axiológico- del realismo capitalista es una noción que surge a propósito de la muerte de El Peluche y, agrego, del estado actual de la sociedad dominicana y de toda sociedad (moderna, posmoderna, capitalista realista, etc.) que se rige bajo este sistema? El Peluche (Orlando Alonzo) fue un artista dominicano que se destacó como cantante de merengue. Tras sentir dolor de cabeza y molestias en su pecho asistió a una clínica privada y no fue atendido, por lo que se trasladó a otro centro de salud (Plaza de la Salud). Tras horas de espera, a sus 51 años, murío en el baño sin recibir la atención requerida. Después del suceso los medios de comunicación se hicieron eco, una vez más, de una triste realidad común en los servicios de salud: su constante negación a los ciudadanos dominicanos. La muerte de El Peluche es eso, una evidencia del realismo capitalista que ocurre todos los días.
Históricamente las profesiones tradicionales (medicina, abogacía, farmacología, etc.) se ejercían como un sacerdocio. La vocación era la norma y el prestigio social del profesional venía más del propio ejercicio (curar las enfermedades, impartir justicia, curar el alma) que del valor monetario del servicio. La relación médico-paciente, abogado-cliente, cura-siervo, creaba un lazo personal intuitu personae. Con el advenimiento del capitalismo a nuestras sociedades se les extrae el valor histórico a las profesiones y se pasa a la asignación de valor monetario. Ya el profesional no atiende a un paciente, cliente o feligrés. Todos pasamos a ser mercaderes y clientes. Las consecuencias son evidentes tanto a nivel general como a nivel personal.
A nivel general, tomando como ejemplo al sector médico, la aspiración a un sistema de salud universal, gratuito y de calidad que satisficiera un derecho fundamental, la salud, basado en la solidaridad, se esfumó. Entregamos la atención al sistema financiero. Los pacientes pasamos a ser clientes de una aseguradora que nos brinda atención en función del plan de salud que nuestra capacidad monetaria nos permite. En un país plagado de miseria en el que más de la mitad de la población no tiene categoría de consumidor-cliente y sobrevive de la informalidad, el sistema de salud es mixto. Público para los pobres y privado para los empleados formales y personas pudientes.
Para lograr este modelo de salud frankensteiniano las leyes criollas neoliberales inspiradas en los Chicagos Boys (fallido modelo chileno) utilizaron su habitual estrategia de debilitamiento del Estado a través de la descentralización de la capacidad reguladora del Sistema que descansaba en el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social. Así nacieron un sin número de entes reguladores incomprensibles para el ojo humano (SISALRIL, Consejo de la Seguridad Social, Servicio Nacional de Salud, SIPEN y Ministerio de Salud Pública), cuyas competencias se entrelazan y crean más celos entre funcionarios que coordinación interinstitucional. Una vez debilitado el Estado se alcanzó el objetivo real y ulterior, pasar el dinero de los servicios médicos y las pensiones a la banca. Olvidada la atención primaria, entramos al reino del copago y de la violación a la ley. Quienes gozan de un plan premium, saltan al médico familiar y pueden acudir al médico especialista por una gripe. Quienes no gozan de ese privilegio deben acudir a los precarios servicios que se ofrecen en los saturados hospitales públicos atendidos por médicos mal pagos y sobrecargados. Entonces, no es de extrañar que sean los bancos los que sueñan con la atención primaria (filtro para acceder a los especialistas) y la otrora lucha sindical de los médicos (CMD) no sea reclamar reivindicaciones salariales y adecuación de los hospitales, sino torpedear la atención primaria, puesto que ya no se trata de una lucha sindical sino de una guerra entre empresarios, médicos privados de un bando y bancos del otro. La víctima habitual de la guerra es el cadáver de la atención médica expresada en la negación del servicio.
A nivel particular, el valor histórico de la vocación es engullido por la condición de consumidor. Todo individuo en el capitalismo realista es un consumidor. La satisfacción del deber cumplido (curar, abogar por justicia y curar el alma) se sustituye por consumir. Poco importa si una clínica no ingresa a quien no tiene seguro, si un médico opera a quien no lo necesita o si un abogado de la defensa victimiza a los victimarios del robo del erario público. La vocación es sustituida por la facturación en post de poder consumir un fin de semana en las playas del este de la isla, hacer un viaje al exterior y que todo quede evidenciado en las redes. Esta sensación de que no hay alternativa al capitalismo realista, resumida en el título de la obra de Fisher, encuentra alternativas puntuales en economías avanzadas. Un ejemplo de esto es el uso de la bicicleta en Holanda, ejemplo que -como modelo para alejarnos del consumismo desbordado- abordaré en una siguiente entrega.
En fin, la consecuencia de este modelo ‘externalidades negativas’, en lenguaje de los economistas) se evidencia en nuestra psiquis cuando, en nuestras jeepetas a vidrios subidos, cruzamos el río Ozama al compás de una canción de Taylor Swift mientras no soportamos escuchar a Pedro Guerra y a Los Guaraguao que nos cantan que ‘debajo del puente, en el río, hay un mundo de gente, abajo, en el río, en el puente’, y ‘qué triste se oye la lluvia en los techos de cartón, que triste vive mi gente en las casas de cartón’. Así olvidamos a los miles de pacientes que, como El Peluche y los ejemplos de Fisher, aquí y del otro lado del Atlántico, mueren por negación de atención o en las garras de la moderna epidemia de depresión y de paso también olvidamos a nuestro planeta que agoniza en un mar de desechos plásticos.