En su definición más básica, la geopolítica estudia la convergencia de la geografía y las personas, jurídicas o físicas, en el accionar de la política y las relaciones internacionales. Los riesgos geopolíticos son aquellos riesgos que se encuentran asociados a la tensión causada por las acciones de los actores del Sistema Internacional en función a los intereses nacionales y las esferas de influencia naturales a cada Estado.
Por esto los inversionistas, los tomadores de decisiones, los diseñadores de políticas públicas, los analistas, los economistas, entre otros, estudian la constante interacción de los diferentes actores del sistema, para medir el nivel de riesgo que generan las tensiones que son generadas en las realidades geopolíticas de cada uno de los países y territorios que así les interesan. Es por esto que es de grandísimo interés para un país importador de trigo, como la República Dominicana, el estar pendiente de las tensiones que pueden generar las negociaciones entre los sindicatos de trabajadores portuarios y el gobierno del país desde el cual se importa una parte del trigo, ya que un rompimiento de relaciones entre gobierno y sindicato puede representar un retraso en la entrega de los cargamentos, lo que se traduce en un aumento del precio de la harina y una eventual presión directa sobre la paz y estabilidad social del país.
Así mismo, es de interés para los diseñadores de políticas públicas el analizar y entender las consecuencias, a nivel diplomático y comercial, de fortalecer o dejar palidecer las relaciones con uno u otro país en el marco de los ajustes naturales a los cuales la Balanza de Poder del Sistema Internacional se ve sometida en el Juego de las Grandes Potencias.
Como es sabido el interés nacional, o razón de Estado, es permanente no así los intereses personales o de los gobiernos de turno. Es por tanto vital el que las políticas destinadas a promover y proteger este interés nacional no se vean alteradas, o diseñadas, bajo el manto seductor de nóveles encantadores de serpientes que arriban a nuestras costas con mucha fanfarria y discurso reivindicador, explotando reales o percibidos desacuerdos con las acciones de nuestros aliados y socios tradicionales.
En el caso de la República Dominicana esta existe de manera conjunta en una isla del caribe. Esta isla es compartida con los remanentes de un país que en su momento fue conocido como República de Haití, pero que en la actualidad es una población abandonada a su suerte por la comunidad internacional a merced de bandas criminales y grupos de narcotraficantes que utilizan el territorio para sus fines personales.
Esta isla, segunda en extensión de la región, se encuentra entre en el Mar Caribe y el Océano Atlántico con Centroamérica al oeste, Norteamérica al norte y Suramérica al sur. Estas tres regiones, herederas de los principios fundacionales de occidente, son hogar de más de mil millones de personas que de manera regular se comunican en cuatro idiomas de manera predominante siendo estos el español, el inglés, el portugués y el francés. En este hemisferio se concentra aproximadamente un 33.6% del Producto Bruto total del planeta, posicionándose en segundo lugar detrás del continente asiático; y en primer lugar en distribución per cápita.
Teniendo esto en consideración, además de las consideraciones tocadas en artículos anteriores, hagamos una comparación entre las dos potencias que dominan el interés de los analistas y estudiosos dominicanos, los Estados Unidos de América y la República Popular China.
Es importante destacar que a la hora de analizar el presente o el futuro de las relaciones entre países se deben de tomar como punto de partida los datos, no las opiniones.
Empecemos primero con algunos datos geográficos para establecer el contexto espacial de las relaciones. La distancia más corta por vía aérea, en línea recta, entre República Dominicana y los Estados Unidos es de 1,490 kilómetros al continente y de 446 kilómetros a Puerto Rico. Mientras que la distancia más corta entre China y la República Dominicana es de 13,457 kilómetros.
Si consideramos la distancia desde el punto de vista náutico, la distancia entre uno de los principales puertos de Santo Domingo y el Puerto de Beaumont en Texas es de 2,027 millas náuticas o 5 días a una velocidad media de 17 nudos. Así mismo la distancia al Puerto de Shanghái es de 14,694 millas náuticas o 36 días a una velocidad media de 17 nudos.
Luego de establecer las distancias que nos acercan o nos separan podemos pasar a ver como esto ha afectado el establecimiento de relaciones y el flujo de migrantes. Los Estados Unidos de América y la República Dominicana establecieron relaciones diplomáticas en 1884, pero desde la independencia han tenido relaciones comerciales, aunque no oficiales. Mientras que no fue sino hasta el 2017 que se establecieron relaciones diplomáticas con la China continental; 1946 si contamos desde el establecimiento de relaciones con la República China, hoy Taiwán.
A la fecha República Dominicana es hogar de más de 300 mil estadounidenses, mientras que los Estados Unidos es el hogar de más de dos millones de dominicanos. Permitiendo esto que se mantenga un flujo constante no solo de personas, sino de intereses, bienes y capital entre las dos naciones.
En China residen menos de 60 dominicanos y desde inicios de siglo hasta el 2021 habían ingresado al país unos 7 mil migrantes provenientes de China.
En el sector turismo las cifras entre 2021 y 2022 entraron al país 4,638,176 extranjeros residentes en los Estados Unidos, mientras que este número fue de 2,269 de aquellos que residen en China.
En el componente económico, siempre tan importante, podemos continuar con la tendencia que se ha establecido en los renglones anteriores.
En el 2023 el intercambio comercial extranjero de República Dominicana ascendió a más de 43 mil millones de dólares, US$12,390 de exportación y más de US$31 mil millones en importaciones. De estos la República Dominicana exportó a los Estados Unidos 6,244 millones de dólares e importó US$13,322 millones, representando un 50% y un 43% respectivamente del total. Es importante destacar que del total exportado a los Estados Unidos el 88% fueron bienes de consumo y bienes de capital. En el caso de China la República Dominicana importó productos varios por un monto de 5,000 millones de dólares y exportó US$273 millones de los cuales el 87% fue en materias primas.
Continuando en el mismo renglón económico pasaremos a mencionar la Inversión Extranjera Directa. Del total recibido a septiembre del 2022 los Estados Unidos representan el 28% con 1,074 millones de dólares. Mientras que la Inversión Extranjera Directa de la República Popular China, de haber alguna, no fue lo suficientemente significativa para ser diferenciada en las estadísticas oficiales presentadas por el Banco Central.
Pudiésemos continuar presentando datos que evidencian de manera categórica las diferencias abismales que existen entre las relaciones económicas, políticas, geográficas y de integración poblacional entre estas dos potencias y la República Dominicana, pero como ejemplo estas bastan.
Es entendible que el desengaño que algunos sienten al encontrarse en la periferia de sus propias expectativas insatisfechas los puede llevar a considerar como viables las promesas que ofrece una potencia lejana aun cuando esta se entienda a sí misma como el centro del mundo y al resto de los extranjeros como bárbaros. Hacen eco hoy en día y encuentran tierra fértil, las promesas alternativas de un nuevo orden de las cosas que ofrecen los ejecutores de la diplomacia del lobo guerrero; pero estas capitalizan sobre la insatisfacción natural y saludable que germina en las democracias saludables para transformarla en desencanto y desconfianza en todo el modelo democrático. Es así como estos discursos de reivindicación y cambio son utilizados armas alternativas para avanzar sus intereses nacionales en el extranjero y lograr maximizar la ventaja comparativa que puedan tener en el tablero internacional.
No nos dejemos engañar, la República Dominicana ya ha dejado atrás su momento histórico de ser peón en el tablero mundial y se encuentra en el proceso de transición a ser una ficha de importancia, en algunos sentidos hasta determinante, en asuntos regionales. Pero este desarrollo y este crecimiento ha sido dentro del sistema surgido en el mundo liberal democrático occidental, cuyas raíces se encuentran firmemente asentadas en los discursos de Solón, no en los preceptos de restablecimiento del Mandato celestial de Confucio. Volcarnos a coquetear con antagonizar a nuestro mayor socio y aliado, para satisfacer reclamos poscomunistas de redención histórica fundamentadas en simplificaciones de los complejos procesos históricos que definen y gobiernan los movimientos del Concierto de Naciones, solo tendrá como consecuencia el descarrilamiento del gran proyecto de nación que hemos ido desarrollando cuya finalidad es la mejoría de la calidad de vida de todos los dominicanos.
Para ejemplo de a donde conducen las decisiones personales y autoritarias que sacrifican el interés nacional en el altar de los deseos egocéntricos y apoteósicos de sus grandes líderes, solo debemos de mirar a los países de la región que así lo han experimentado y que pasaron de ser potencias regionales a ser casos de estudio sobre como un Estado-Nación moderno puede colapsar.
Debemos de ser precavidos y trabajar para evitar la instrumentalización ofensiva de sectores estratégicos que pueden actuar en contra del interés nacional de la República Dominicana, comprometiendo de esta manera el futuro del desarrollo del país. Aun cuando algunos ponderarán que el crecimiento no ha sido tan equitativo como pudo haber sido posible, tenemos que contextualizar en relación comparativa con aquellos otros países que han seguido un camino similar. Permitirnos exponernos a ser una víctima secundaria del fuego cruzado que se da entre las grandes potencias no beneficiará nunca, en ninguna manera, a la República Dominicana.
En el marco del concierto de naciones y de su accionar en el tablero mundial, la República Dominicana como próximo centro logístico y financiero de la región, debe de sostener relaciones tan cordiales como la distancia así lo permita y observar de manera cauta la participación de potencias extra hemisféricas en sectores estratégicos, evitando que estos se vean comprometidos o entregados a aquellas potencias.
Nuestro norte y nuestra meta debe de ser, antes que todo, el incrementar el nivel de integración con los países del Gran Caribe y el continuo fortalecimiento de las relaciones bilaterales, de comercio e inversión, con nuestros aliados y socios tradicionales, con quienes compartimos una historia y un futuro en común.
Sin entrar en consideraciones sobre la legitimidad de los deseos y reclamos de reorganización de la Balanza de Poder que la República Popular China y otros poderes menores persiguen, lo que sí debe de quedar claro es cual es la postura de República Dominicana en todo esto. Y es evidente que por cuestiones geográficas, demográficas, culturales, económicas y de interés nacional nuestro destino y el futuro desarrollo de nuestra nación se encuentra firmemente anclados en la periferia de los Estados Unidos de América y en el centro del Gran Caribe como centro logístico y financiero de la región; no como parte accesoria de un proyecto global de vinculación económica en el cual nuestro papel fundamental sería reducido a ser una economía extractiva que provea los recursos primarios a una potencia extranjera enfrascada en una lucha existencial para definir su lugar en el mundo.