Entre el siglo XV y XVI Europa, fruto en gran medida de la rica influencia de la civilización musulmana que la rodeaba por el este y el sur, inició una etapa de transformación en el orden económico, político, social, cultural y religioso. El encuentro fortuito del continente americano por el Reino de Castilla -que abrió el proceso de invasión, conquista y saqueo de todo el nuevo continente y que mediante el robo de sus riquezas financió el desarrollo de la burguesía europea durante los siglos XVI al XVIII, fenómeno que Marx denominó la acumulación originaria del capitalismo- es el origen de la modernidad y la globalización.
La maduración de una masa crítica de pensadores fruto de la articulación de las universidades y las bibliotecas, sobre todo a partir del siglo XIII, con la recepción de Aristóteles de manos de la inteligencia árabe, y el uso del latín como lengua franca entre académicos, gesta un espíritu crítico sobre los dogmas religiosos y políticos, y abre las puertas a la ciencia moderna y la reforma protestante. Incluso en una sociedad tan conservadora como la española del emperador Carlos I floreció la Escuela de Salamanca que atisbó métodos y temas que ordenaron el mundo luego del siglo XVIII. La Europa del siglo XVI fue muy diferente a la anterior del siglo XIII.
La razón se estableció como punto de apoyo para redefinir la antropología, para articular la sociedad desde un consenso dialogado, para buscar la explicación sobre la realidad mediante métodos racionales y edificar Estados fundados en criterios racionales y no en la voluntad de un monarca. En gran medida Kant y Hegel brindarán las síntesis más elevadas de ese proceso. A partir del siglo XIX se quebrará gran parte de la confianza en la razón como guía del desarrollo de los individuos, la sociedad y la ciencia. Kierkegaard, Marx, Nietzsche, Freud, entre otros, abrirán grandes brechas en ese derrotero iniciado con la modernidad -se les conoce como pensadores de la sospecha- y reintroducirán la anarquía, el voluntarismo, el irracionalismo como caminos legítimos para la humanidad.
En términos políticos las tendencias liberales y socialistas con vocación racional impulsaron agendas en diversos países durante el siglo XX para que el Estado fungiera como distribuidor de la riqueza y ofertante de servicios esenciales como salud, educación, vivienda o seguridad social de manera universal, para ir gestando equidad. Los extremos de ambas tendencias apuntaban a debilitar y hasta extinguir el Estado, desde los neoliberales hasta los anarquistas, incluyendo hoy día absurdos como los libertarios. Estos “radicales” van minando la fuerza de la democracia y rompiendo los lazos sociales, para restituir modelos sociales de minorías autoritarias y mayorías sometidas por el hambre y la marginación a los intereses de las mismas.
El siglo XXI luce, por diversos medios, un retorno al pensamiento irracional y la vocación por la anarquía. La extrema derecha va desarticulando los mecanismos de equidad que los Estados modernos poseen, ellos y los regímenes autoritarios de diversos signos políticos desarticulan la democracia, dejando a los ciudadanos y ciudadanas indefensos frente a las minorías que detentan el poder y el gran capital. Las consecuencias serán un incremento de la pobreza y la negación de derechos, el incremento de la desigualdad y la radicalización política de los sectores precarizados por las medidas neoliberales. La anarquía se normaliza disolviendo las bases de la civilización racional moderna.