Hacía poco tiempo que la noche se había despedido del atardecer y en el interior de la Catedral Episcopal de la Epifanía de la ciudad de Santo Domingo flores y velones exaltaban la grandeza del Señor, mientras ministros, pastoras, pastores y amigos compartíamos la alegría de participar en la puesta en circulación del libro “Espiritualidad del Cristiano” autoría del Obispo Emérito de la Iglesia Episcopal Dominicana, el Rvdmo. Telésforo A. Isaac, cristiano ejemplar y extraordinario ser humano, dueño de una leyenda y de una historia de vida.

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Telésforo Isaac, obispo emérito episcopal.

En un ambiente donde solo se respiraba  generosidad, en éxtasis de profunda espiritualidad, una tarja mortuoria de 1938 del Rev. Charles Raymond Barnes, al comenzar el altar, en el piso de la catedral,  me impacto.  Estaba frente a un mártir de la fe, asesinado por el aparato represivo de  la tiranía Trujillista por haber denunciado al mundo el genocidio de la matanza haitiana.

 

Vinieron entonces los recuerdos y la nostalgia de los movimientos de Cristianos Comprometidos, de la Teología de la Liberación y de Los Cristianos por el Socialismo, de la cual varios de los que estábamos ahí fuimos parte de alguno de estos movimientos, incluso el Obispo Isaac.

 

El cristianismo desde sus inicios expresó el germen de la rebeldía, de la lucha contra la pobreza y contra la opresión.  Fue un movimiento subversivo de masas en contra del Imperio Romano.  Incluso en un momento dado fue clandestino, resistiendo en las catacumbas.  Fue un movimiento desafiante del sistema, realmente  revolucionario.  Pero luego fue absorbido por el Poder y pasó, por ejemplo, con Constantino a ser la religión del Estado, generando una tradición de acomodamiento institucional al sistema social vigente sin importar su naturaleza democrática o dictatorial, como ocurrió con la dictadura Trujillista y todos los demás sistema posteriores. La fascinación por el Poder ha sido  una tentación permanente para la iglesia católica.

 

Pero el germen de la desobediencia, de no compartir, de la elaboración de respuestas contestarías de sacerdotes, obispos y laicos ha sido también permanente, aunque el  poder de las jerarquías los ha enfrentado victoriosamente, pero su simbolización ha sido trascendente ante las aparentes derrotas.  Para poner un ejemplo. En 1920, pastores protestantes suizos  encabezados por Karl Barth y alemanes, en la figura de Emil  Bruner, Dictrich Bomhoeffer y Martín Niemoller, cuestionaron la teología oficial y propusieron la “teología dialéctica o teología de la crisis”, en una convocatoria de la “Iglesia Confesante”, abiertamente contra los nazis.

 

En Francia, surgió el movimiento “Neuvelle” (Nueva teología) y el de los “Sacerdotes Obreros”.  Cuando asomaba el “germen de la subversión” la respuesta del Papa Pio XII fue: ¡Que regresen a casa!  En todos estos movimientos el  pretexto ha sido el “olor a comunismo”.

 

La Revolución cubana conmovió y fue responsable en América Latina de un impacto general de la cual no escaparon las diversas expresiones religiosas, produciendo entre los cristianos,  el surgimiento de un complejo de culpa por su complicidad con el Poder, acomodados y bendiciendo con su silencio  los sistemas sociales vigentes.   El camino para transformar era desde el pueblo.  Surgieron entonces las “comunidades eclesiales de base” en las corrientes católicas, luteranas, metodistas y presbiterianas, para convertirse en una repuesta ecuménica subversiva.

El Rev. Telésforo Isaac y Adalberto Martinez.

Todo se complicó con la celebración del Concilio Vaticano II en 1965, celebrado en Roma, cuando en un aparte, 40  sacerdotes latinoamericanos, con algunas jerarquía como la del carismático Don Elder Cámara, obispo de Alinda y Recibe en Brasil, (a quien conocí) firmaron el “Pacto de las Catacumbas”, en un compromiso para la búsqueda de una transformación de la visión y la misión de la iglesia y de los católicos para regresar a sus principios originales en favor de los pobres.  En ese sentido Don Elder Cámara expresó, entre otras cosas: “Debo, siguiendo el ejemplo de Cristo, observar un amor especial por los pobres.  La miseria es escandalosa, envilecedora, daña la imagen de Dios que hay en cada hombre”.

 

Después, vino la II Conferencia Episcopal de Medellín (968), la III conferencia de Puebla, México (1979), la destacada participación del sacerdote Ernesto Cardenal en la Revolución Sandinista, los testimonios contestarios de la iglesia en El Salvador y en Guatemala, donde sacerdotes, monjas hasta un obispo fueron asesinados por los aparatos represivos y criminales de esos regímenes por sus testimonios y obras de fe a favor de la fe y del pueblo.

 

América Latina ardía por todos los costados, la guerrilla era el camino de la esperanza, el ejemplo era la Revolución Cubana y la Revolución Sandinista.  Se reprodujeron los Cristianos Comprometidos, la Teología de la Liberación y los cristianos por el Socialismo, donde se distinguieron las figuras de los teólogos, Rubén Alves, de Gustavo Gutiérrez, el ejemplo del sacerdote-mártir  Camilo Torres Restrepo, y luego el teólogo Leonardo Boff.  ¡De estos movimientos y del ejemplo de Camilo  nacieron los CORECATOS!

 

El 28 de octubre del 1970, el pastor Edmundo Desueza Fleury de la iglesia anglicana, amigo de Maximiliano Gómez (El Moreno), el líder de izquierda más carismático que he conocido, con Dagoberto Tejeda Ortiz y ministros de diversas denominaciones cristianas (Episcopales, Evangélicos, Católicos) fundaron el Centro de Planificación y Acción Ecuménica (CEPAE), con el apoyo económico de Consejo Mundial de Iglesias y con la visión de Cristianos Comprometidos con la Teología de la Liberación.

 

Desde el punto de vista internacional lo más trascendente fue la integración de CEPAE al movimiento Latinoamericano de Cristianos Comprometidos, a la Teología de la liberación, donde jugó un papel determinante en una relación trascendente con teólogos como Gustavo Gutiérrez, obispos como Roque Adames, ministros como Julio de Santa Ana y laicos como  Paulo Freire.

 

CEPAE se enriqueció con laicos como Rafael Tomás Carvajal, Carlos Pimentel, Ángel Matos, Max Puig, Santiago Sosa, con el sacerdote Santiago Hirujo y otros que llegaron después, redefiniendo nuevas propuestas, sin renunciar a sus  principios originales, en un proceso donde CEPAE ha sobrevivido hasta hoy.  Con el libro del Rev. Telésforo Isaac y el testimonio  del Rev. Barnes, en una catedral de recogimiento y de paz, me asaltó la nostalgia de una historia que transformó nuestras vidas y nos llenó de espiritualidad  a todos.