«Toda carrera tiene sus aspiraciones, que, naturalmente, forman el séquito de los que ya han llegado. No hay poder que no tenga su comitiva y no hay fortuna que tenga su corte. Los buscadores del porvenir hormiguean en el presente espléndido». -Víctor Hugo-.
Los que me conocen y han podido leer en mis juicios valorativos, constantes y firmes, sabrán que, admiro inconmensurablemente el accionar público y privado de una mujer extraordinaria, capaz de robar con una sola mirada el corazón y la razón de quienes usamos la política como mecanismo de interacción trasversal al resto de las actividades denominadas por el común como cotidianas. La muestra fehaciente del placer que causa al político, realizar sus labores al compás de los abrazos del depauperado. Lo saben todos. Esa mujer es Carolina Mejía.
Creo a partir de ella, y a través de ella, que la política, más allá de los discursos, esquemas de adhesión y estrategia de crecimiento, en su mayoría, electoreros y vacíos, deben ir creando espacios para féminas de su talla, con capacidad y vocación suficientes para lograr que su paso por las instituciones del Estado, marquen la ruta de una a administración sensible al dolor humano y consciente de la responsabilidad que surge de lidiar con muchos problemas y pocos recursos. Sobre todo, en un país de escasa madurez sociopolítica, como el nuestro.
Como en ella, también he puesto el ojo crítico sin romance, sobre otras figuras, quizá de menores dimensión en cuanto a su fortaleza político-electoral, ganado a pulso en una sociedad dirigida y legislada por patriarcas, pero firmes en su convicción de ejercer la política de manera pulcra y transparente. En esa ecuación, es imposible extraer un producto final sin destacar la participación de quien para el 2020, no era más que una empresaria de renombre en la hermana República de Santiago, el de los Treinta Caballeros, e importante miembro del cenáculo magisterial de una prestigiosa universidad.
Neófita en los asuntos de la ciencia del poder, para los ojos de un pueblo aferrado a dar un giro profundo a la forma de manejar las arcas públicas, que además es proba en la administración privada y en la formación de generaciones para el devenir de los tiempos. De su participación en política, los hijos de Peña Gómez y amantes de la campechanía de Hipólito Mejía, recordamos su gestión en el equipo financiero de aquellas funestas elecciones, en las que un Marqués, sin título y sin nombradía, se robó el sueño de todos los dominicanos.
No es casual, ni un capricho del presidente seguir siendo acompañado por un ente que al entendimiento de los que ejercemos la crítica a través de trozos deliberantes de nuestros propios juicios, ha servido de puente para que el PRM, hijo de Papá y nieto aventajado de José Francisco, tienda lazos con una institución, que si bien atraviesa una crisis de identidad, juega en este albur electoral un papel significativo en la interpretación de los hechos para quienes tienen como guía, a los que envueltos en sábanas, dicen representar al mismísimo dios. Anteriormente casi imposible.
Juega, además, y esto lo digo con cierto conocimiento concreto, un papel estelar en la multiplicidad de compromisos asumidos por un presidente, que ejerce el poder despojado de prejuicios y asumió el mando, sabiendo la responsabilidad que surge de la dirección pública cuando, quien te sucedió, utilizó su función para suprimir derechos básicos de la gente en busca de beneficios propios y de terceros. Ahí es donde se destaca Raquel, servidora incansable con apego al trabajo, que no ha cesado un solo día en aras de cumplir la palabra empeñada de quien apuesta a ella y delega sus compromisos confiando en que saldrá airosa.
Peña. Madre, maestra y empresaria. Destaca por su labor frente al Gabinete de Salud en tiempos de COVID, y pone de relieve su capacidad para dirimir conflictos y limar asperezas frente a un sector distante de sus competencias académicas. Logra armonizar y socializar para la adquisición de vacunas que al final, todos sabemos el resultado. Creo que al igual que los demás funcionarios tendrá sus aspiraciones, pero ha sido firme en demostrar que no tiene más interés que servir a su país y ser leal a su jefe, el presidente Luis Abinader, y esto la hace merecedora de ser su compañera de boleta otra vez.