1.
A veces hay que alejar los ojos del presente.
Demasiado tiempo en las mismas imágenes quema los ojos como si de las imágenes saliera una luz moderna que mata la parte biológica que, en el ojo, ve. Ni siquiera el sol, cuando se mira demasiado, produce ciegos; también las imágenes están hechas de un material casi con forma de aura o espíritu, sea lo que sea eso, que hipnotiza primero para después cegar.
Si solo ves una cosa, estás ciego para todas las demás. He aquí lo obvio. La obsesión produce una gigantesca ceguera periférica. Obsesionado por una imagen cualquiera, el ciudadano de este siglo se tropieza con sus cordones.
2.
Hojeo periódicos antiguos –es decir, periódicos que tienen algunas semanas. La palabra ‘antiguo’ es hoy bastante menos antigua de lo que era hace un siglo. Como si las palabras tuvieran tempo dentro y ese tiempo fuera cambiando según la aceleración o la inactividad de los días. No hay calendario ni cronómetro homogéneo y universal. Cada día, cada semana, cada año o década, se trata con la individualísima velocidad que puede o quiere. El calendario y el reloj son objetos de una ciencia casi abstracta. Son válidos en el vasto espacio que no vemos; pero no en las personas que somos, vemos y tocamos.
Creemos en días con el mismo ritmo por metro cuadrado (o ritmo por zapato) como si los acontecimientos cayesen del cielo en respuesta a un metrónomo universal; creemos en eso como quien cree en Nuestra Señora del Tiempo Homogéneo.
3.
La palabra ‘antiguo’ tiene pues, hoy día, mucho menos tiempo dentro. En 2022, al final del día, una noticia de la mañana ya es una noticia antigua. Esto es lo que todos sabemos.
En términos de información, un día se vuelve antiguo al ritmo de los minutos y nunca de las horas, las veinticuatro, que el calendario estipula – y esta aceleración de la información no deja que los humanos se escondan.
4.
La información busca a los humanos como si estos fueran forajidos. Quien no esté informado comete el crimen de no estar informado. Y la información persigue a estos sujetos (sujetos poco sociables, es decir: poco informables) por todos los medios posibles. Hasta en la más alta y aislada montaña, el misántropo, en ayuno de carne y noticias, podrá recibir información, vía audio o cartel blanco con letras tamaño 60, de una avioneta mañosa que por allí pase. Imagino un cuento rápido: alguien que huye hacia la esquina más esquina del mundo, para, allí, de sus acontecimientos alejarse – y que es perseguido por la información del día, igual que el depredador persigue a la presa. “¿Sabes lo que acaba de pasar? “
He aquí la pregunta que persigue al señor ciudadano de este siglo. Nos rendimos a la información como al enemigo: bandera blanca y brazos arriba: ¿okey, decidme las últimas noticias?
5.
El cuerpo humano está obsoleto, decía Stelarc.
Está superado.
La tecnología podría mejorar y actualizar el cuerpo humano, murmuraba este artista/investigador en sus aparentes delirios de los años noventa del siglo pasado, delirios que en poco tiempo se convirtieron en ceros y unos, concretos y funcionales.
Dame un delirio, yo te devuelvo u a máquina, dicen las matemáticas y los ingenieros a su alrededor.
6.
Pero no se trata del obsoleto del que Stelarc, loco de las tecnologías, hablaba. No son todos los humanos los que, en conjunto, están obsoletos como el Zx Spectrum.
7.
Solo algunos humanos no tienen ya piezas compatibles para conectarse a la electricidad de los acontecimientos y de los días. Estos pocos, así como el Zx Spectrum –cuando se miran desde muy arriba, desde el punto del que miran los lúcidos y los cínicos– estos pocos, los obsoletos, ocupan espacio material y espacio nostálgico, pero poco más.
7.
En el siglo de los escaparates. Aquí estamos. Hace falta un escaparate luz que incida en él.
Quien no esté expuesto detrás de un cristal o quien esté en la oscuridad, está –por exclusión– en una cinta mecánica, alistado en el pacífico ejército de los consumistas. Podemos rodar por estos tres espacios, pero poco más.
Podemos pensar que no es así, pero realmente no caminamos desde un escaparate hacia otro, no se trata de un cambio en el espacio causado por un esfuerzo físico; caminamos desde un escaparate hacia otro por encima, finalmente, de una cinta mecánica. Cambiamos de sitio, es decir, de producto que tenemos delante, sin ningún esfuerzo. Ya sea estando en el espacio físico, allí fuera, ya sea estando sentadísimos ante la pantalla.
Los quietos y los vagos hace mucho que no son excluidos del reino del consumo. Son demasiados como para ser ignorados.
8.
Seamos claros, amigo Jonathan.
Un ser vivo se queda obsoleto cuando se vuelve inútil y se vuelve inútil cuando no consume.
La inutilidad ya no es la incapacidad para producir -inútil ya no es quien no trabaja. Hace mucho el centro pasó de las manos que hacen a las manos que desean.
Aquí seguimos. Más estúpidos, sí, pero todavía con diez dedos.
——
Traducción de Leonor López de Carrión
Originalmente publicado no Jornal Expresso