Porque: El caos, cual que sea, es el producto de la ausencia de autoridad.

Si por algún motivo caen los
cerrojos del sistema legal y
estalla la anarquía,
veremos al animal salvaje,
enjaulado dentro del hombre.
Schopenhauer. –

Si pensase y así dijese -cosa esta que no haré-, que este es un pueblo -como la gran mayoría de países tercermundistas- que solo piensa en la inmediatez de las cosas, como esa dé a hombres que bien podrían trabajar para producir bienes y auto sustentarse colmarlos de clientelismos políticos o dádivas, como ese de regalarles mil pesos a -en su gran mayoría- hombres jóvenes, con todo el vigor para el trabajo, en vez de establecer reglas claras que no permitan que cualquiera pueda moto conchar, motivado por las consecuencias de seguridad y vagancia que esto implica, y quizás, solo quizás, no tendríamos tanta juventud desperdiciada, sin futuro para ellos ni para los suyos, pero, no lo voy a decir.

Y, no lo haré, porque esto conllevaría agrias acusaciones que, por igual, me darían lo mismo, pero, lo cierto es que comenzando por nuestras leyes, hasta las acciones de las mayorías de funcionarios que se relevan para ocupar una posición dentro de “eso” que llaman Estado, todos sus esfuerzos van dirigidos al ahora, a descaradamente regalar los dineros del gobierno que manejan, tal y como lo han hecho y hacen los descendientes de héroes y políticos, con un desparpajo que avergüenza, tal y como sucedió en las pasadas navidades, donde bondadosos “políticos” repartían bonos parecido a como lo hacen connotados “lavadores” y faranduleros, cuyo dinero tiene un fuerte olor a las sustancias aquellas y, otros tantos, que dominan los juegos de azar, pero, no lo voy a decir.

Estas son partes del porqué el desarrollo del criminal clientelismo político, que, siquiera por asomo, se vislumbra preocupación alguna por el porvenir de las próximas generaciones. En tanto, borrachitos de éxitos efímeros, nuestros políticos y funcionarios, sean faranduleros u “Onorables”, articulan discursos que nos hacen ver -cual si fuesen magos-, que la fantasía sobre nuestro bienestar y el bienestar de las próximas generaciones, viven y vivirán como turistas en nuestra propia tierra. Y, mientras esto prosigue, el loco del dólar, cual, si fuese un mono, se encarama cada día más alto con el bulto que contiene la solución de nuestros problemas.

Quizás ocurra que, de tanto teorizar, su mente se haya olvidado de la realidad y, todo se circunscribe en “habría” que hacer tal o cual cosa, pero, no la hacen. Es el caso de la tan cacareada e ineficaz reforma policial -quizás, mucho más importante que el de la propia economía-, la cual constituye el mayor fracaso político de las últimas décadas.

La permisividad ha jugado a plenitud su papel. Un policía mal elimina una persona, aun y no estando de servicio y, la pena es una suspensión, luego, reintegrarlo y a repetir el mismo accionar. La cancelación o pensión debería de ser el primer paso ante la violación de los reglamentos policiales o militares, y, luego, el sometimiento a la justicia por el hecho cometido, del cual -como es el caso repetitivo-, en más del 90% saldrá bien librado, porque de todos es conocido como se desenvuelve nuestra justicia y, eso está bien, pero, de ahí a volver a usar el uniforme, es otro cantar.

Esta situación es tan grave, en cuanto a no querer diferenciar el mismo hecho cometido por un militar, policía y un civil, que hoy nos encontramos con todo tipo de malhechores dentro de las filas de estas instituciones, todo, por no aplicar correctamente los reglamentos que castigan las faltas cometidas por estos o quizás, por la falta de responsabilidad de quienes los deben hacer ejecutar. Bueno sería cuestionar lo siguiente; ¿alguien ha pensado cuantos, de estos policías y militares, que en la actualidad están sometidos a la justicia por todo tipo de abusos, incluyendo hasta los sexuales, volverán impunemente a deshonrar el uniforme y burlarse de los reglamentos?

Sin duda alguna, por ahí, en el cumplimiento de los reglamentos, anda el mayor problema de la llamada reforma. ¡Sí señor!