Para aquellos de nosotros que miramos nuestro mundo con compasión y preocupación es posible que en un momento u otro nos hayamos enfrentado a la pregunta: ¿Con quiénes comparto mi destino?
Es una pregunta que puede surgir cuando hay situaciones de injusticia o desigualdad, y podemos estar debatiéndonos, confundidos, sin saber cuál debe ser nuestra respuesta.
El arzobispo Desmond Tutu señala que no elegir es también una elección. Dijo: “Si eres neutral en situaciones de injusticia has elegido el lado del opresor. Si un elefante tiene su pie en la cola de un ratón, y dices que eres neutral, el ratón no apreciará tu neutralidad”.
Dio la casualidad de que para Mary Tiner y para mí, que éramos monjas jóvenes en ese momento, la pregunta surgió durante la agitación del Concilio Vaticano II, las reuniones transformadoras de los obispos católicos del mundo a principios de los años sesenta.
Un documento histórico, fruto del encuentro de obispos latinoamericanos en Medellín, Colombia, contenía la frase "la opción preferencial por los pobres". El contexto fue la misión de los religiosos en América Latina. Esa frase nos planteó todo tipo de preguntas incómodas a Mary y a mí que, en 1970, vivíamos y trabajábamos en un pueblo de República Dominicana. Como monjas, teníamos voto de pobreza. Para nosotras, significaba que no teníamos cosas propias, que todo era en común: los libros, los carros, la comida, las herramientas de las tareas a las que nos dedicábamos, ya fuera la enseñanza o la enfermería. No teníamos dinero personal. Pero todas nuestras necesidades eran ampliamente satisfechas en comunidad.
Empezamos a comparar nuestra pobreza con la pobreza de los dominicanos que nos rodeaban. Nuestra pobreza no tenía incertidumbre, ni miedo por el futuro. Podríamos tener molestias, pero no dolor. Podríamos tener los alimentos más simples y sencillos, pero no hambre. La “opción preferencial por los pobres”, a la que los obispos llamaban a los que querían trabajar en América Latina, nos preguntaba a Mary y a mí: “¿Con quiénes van a compartir ustedes sus destinos?” Después de meses de examen de conciencia, noches de insomnio, dolor por las pérdidas a las que seguramente nos veríamos enfrentadas, dejamos la pobreza de la monja por la pobreza de los pobres.
Después de muchos años, descubrimos que era imposible ser tan pobres como son pobres los indigentes, porque nuestra educación, un tesoro más allá del dinero o de las riquezas, nos colocará para siempre entre los privilegiados, no importa el poco dinero que tengamos. Así que en agosto de 1971, Mary y yo decidimos compartir nuestro destino, lo mejor que pudimos, con las campesinas de la parroquia de Cutupú, San Lorenzo, mártir.
El hecho de que no tuviéramos los medios para construir una escuela, para iniciar un fondo para las mujeres que tenían tan poco, resultó ser algo bueno. Solo teníamos nuestra buena voluntad, nuestro tiempo y nuestra energía. Las mujeres parecieron comprender eso de inmediato. Nunca nos trataron como extranjeras ricas que cuidarían de ellas, les traerían regalos o pagarían sus cuentas. Ni una sola vez nos pidieron que contribuyéramos con dinero a su federación. Así que cuando llegó el momento de iniciar un experimento de microcrédito, el único dinero disponible para iniciar un sistema de ahorros y préstamos era el efectivo que las propias mujeres pudieran aportar al proyecto.
Estoy orgullosa de ese aspecto de la federación de mujeres de Cutupú. Solo ellas se han sacrificado y se han quedado sin nada por lo que vieron como un camino hacia una vida mejor para sus hijos. Y a pesar de las dificultades y algunos fracasos, finalmente lo lograron. Cuando el dinero llega a la federación de fuentes externas, se utiliza para la educación de los miembros y el mantenimiento de la propiedad de la federación.
Lo que compartimos con las mujeres de Cutupú fue nuestra vida. Y resultó ser lo que necesitaban… simplemente nuestra presencia para ofrecerles algunas ideas sobre la organización de grupos, sobre la expresión de sus opiniones, sobre perder el miedo y saber cuáles son sus derechos.
Vivimos y trabajamos con estos cientos de mujeres valientes durante nueve años, y llegamos a la conclusión, en 1978, de que ya no necesitaban nuestro apoyo. Elegimos a cuatro mujeres fuertes de diferentes áreas de la parroquia, que habían estado con nosotras desde el principio y que habían viajado con nosotras durante dos años de grupo en grupo, aprendiendo cómo animar a sus integrantes y ayudarlas a resolver problemas internos.
En julio de 1980 salimos de Cutupú rumbo a Canadá.Los grupos de mujeres que dejamos atrás nunca estuvieron lejos de nuestras mentes, y nos mantuvimos en contacto por correo, teléfono y visitas anuales, y crecieron como comunidad con gran rapidez. Impulsados por la líder más destacada entre ellas, Altagracia Espinal, de Arroyo Hondo, hicieron la planificación y el estudio necesarios para convertirse en una federación, legalmente reconocida, en 1983.
Aprendieron a elegir y establecer una directiva para incorporar a los 20 ó más grupos en una federación con reglas y objetivos comunes y con un lema que los unía: Ni Un Paso Atrás.
En el cuadragésimo aniversario de su fundación en 1971, el grupo de Arroyo Hondo tuvo una celebración a la que fuimos invitadas. Todavía estaban presentes 19 de las fundadoras, pero su guía, Altagracia Espinal, había muerto el año anterior. En una mesa al lado del bizcocho de aniversario había una magnífica foto de ella en su mejor momento: su carácter noble, resuelto y decidido mirándonos directamente a los ojos, animándonos.
Ese día las visitó el padre Roberto Guzmán, y les dirigió un breve ritual de acción de gracias. Luego les pidió que contaran algunos de los motivos de su agradecimiento después de cuarenta años en su asociación. Sus testimonios me hicieron llorar. Hablaron de sus ahorros, un total de más de un millón de pesos en común. Nuevamente contaron cómo sus vidas habían mejorado gracias a los préstamos que tomaron de su propia asociación.
Bernarda: Pedí dinero prestado a la asociación para construir una cisterna para almacenar agua, y ahora puedo compartir el agua con mis vecinos. Mi hijo, que se educó a través de mis préstamos, los está pagando por mí.
Gertrudis: Arreglé mi casa con techo de zinc y pisos de cemento. Mis dos hijas están en la asociación conmigo ahora.
Otra, cuyo nombre no recuerdo, dijo que tomó un préstamo para comprar cuatro hectáreas de tierra! Esta fue realmente una iniciativa asombrosa para una campesina dominicana, ¡una mujer! ¡Esta fue la primera vez que escuché de tal salto hacia adelante!
La costumbre de ahorrar sus pequeñas cantidades de dinero cada dos semanas y así poder tomar préstamos de los ahorros de su grupo, no ha estado exenta de grandes sacrificios. Muchas de estas familias están encabezadas por jornaleros, y las mujeres tienen que hacer magia para encontrar un poco de dinero que puedan llevar para ahorrar en la asociación.
Con el paso del tiempo, se inició el gran éxodo hacia los Estados Unidos de dominicanos atraídos por el mito de que allí se podía llevar una vida sin preocupaciones. Muchos de los que se fueron y de los que siguen emigrando son hijos e hijas de las integrantes de la federación de mujeres, y estos hijos fieles envían remesas. Parte de ese dinero siempre llega a los ahorros de las mujeres.
Eladia habló de la responsabilidad de pagar un préstamo. Dijo: “El día que vence mi pago mensual, no cocino arroz para la cena”.
Una de las fundadoras, María Féliz, murió durante nuestra visita en agosto de 2019. Tenía 90 años y murió de cáncer. Cerca del final, un médico sin escrúpulos convenció a la familia para que la operaran. No sirvió de nada y pasó algunos días en Cuidados Intensivos antes de morir. La familia se enfrentó a una factura médica enorme. Cuando la asociación revisó sus cuentas, María Féliz tenía ahorros por $170,000 pesos. ¡Increíble! ¡Fue suficiente para cubrir la factura médica! Su amiga Rafaela nos comentó a Mary y a mí que recordaba el primer día que su asociación comenzó a ahorrar, en 1972. "¡Recuerdo cuando María y yo trajimos nuestras monedas el primer día de ahorros!"
Mi corazón se conmueve por todo lo que no puedo salvar.Tanto ha sido destruido. Tengo que compartir mi destino con aquellos que, generación tras generación, obstinadamente, sin poseer ningún poder extraordinario, reconstruyen el mundo. Adrienne Rich
Las mujeres valientes, fieles y resilientes de Cutupú continúan reconstruyendo su mundo.