En la República Dominicana los salarios reales medios de la población ocupada venían mejorando algo en los años noventa, pero después comenzaron a disminuir o se estancaron, excepto para los empleados públicos. El problema fue agravado con la crisis bancaria de 2003-2004, en que bajaron abruptamente y los salarios privados nunca volvieron a recuperar los niveles precrisis. Como promedio, bajaron a un ritmo de 2% anual en los dos primeros decenios de este siglo, anulando los progresos de veinte años atrás, a pesar de que el PIB per cápita más que se triplicó.
Y esto aplica, como tendencia general, para los distintos sectores de la economía, pese a que hay grandes diferencias salariales dependiendo del sector, desde los más altos en el sector financiero, hasta los más bajos en la agricultura. Unos más altos y otros más precarios, todos bajaron. Se percibe que las mayores declinaciones del salario real tienen lugar en el sector turismo (hoteles, bares y restaurantes) y la agricultura.
Un aspecto ilustrado en el gráfico siguiente que llama poderosamente la atención es que, entre los asalariados, el único sector que salió ganancioso es el de los empleados públicos. De los tres grupos mencionados, hace 31 años el peor remunerado eran los empleados del Estado, pero resulta que ahora es el que más gana en promedio, llegando a duplicar en ciertos años la media de los otros (por hora trabajada). Esto tiene que ver con dos aspectos: uno es el espectacular incremento de los niveles ejecutivos (que fue mucho pero no son muchos), y otro es el de los maestros y personal de la educación (que fue bastante y son muchos).
De haber seguido todos los grupos el mismo curso salarial de los empleados públicos, la disparidad en la distribución funcional del ingreso no habría llegado a los extremos expuestos en el gráfico de la primera entrega. Pero resulta que los empleados públicos no influyen mucho en el promedio de las remuneraciones, en virtud de que son solo el 15.4% de los trabajadores, mientras que el 45.3% corresponde a los asalariados privados y el 39.3% a los trabajadores por cuenta propia, de forma tal que la tendencia general es marcada por los trabajadores privados (excluyendo patronos), que son el 84.6% del total.
Otro caso extraño es que los ingresos reales se han reducido tanto en el mercado formal como en el informal. Desde el año 2000 hasta el 2016, los ingresos reales promedios bajaron 10% para los trabajadores del mercado formal y 14% para los que trabajan en el informal. Todavía más curioso es que el ingreso que más bajó en términos reales es el que corresponde a los “trabajadores por cuenta propia”, los cuales vieron caer sus ingresos reales más rápidamente que los empleados por salarios. Ciertamente, hay mucha correlación entre informalidad y trabajo por cuenta propia, pero no es lo mismo.
Es interesante indicar que esta evolución descarta algunas hipótesis que se han emitido sobre el mercado de trabajo dominicano. Por un lado, anula cualquier interpretación que atribuya la caída de remuneraciones a intenciones perniciosas, e incluso cuestiona que sea un problema de escaso poder de negociación sindical, porque no habría forma de explicarlo cuando el trabajador es su propio patrón. Y por el otro, también anula la hipótesis que atribuye la creciente informalidad a que hay incentivos mayores ahora para irse a trabajar por cuenta propia.
Pero no deja de llamar la atención cómo puede funcionar un mercado de trabajo en el cual todos salen perdiendo mientras la economía crece.
Muchas veces tendemos a juzgar los salarios en base a una canasta familiar, entendida esta como un concepto normativo (lo que debe ser). Nunca he compartido este criterio. Sostengo que se deben evaluar en base a los criterios de inflación y productividad.
Si admitimos como algo de sentimientos morales que el salario debe definirse por costo de canasta, de forma que cada hogar disponga de ingresos suficientes para garantizar una canasta de consumo que incluya alimentación, salud, educación, vivienda, transporte, entretenimiento, cultura, etc., de más o menos igual calidad, entonces habría una base para postular que los salarios fueran más o menos iguales en casi cualquier país, dado que esa canasta no es muy diferente entre distintos países.
En Haití las personas deberían estar bien alimentadas, y en Estados Unidos también. Si en base a ese criterio postuláramos por iguales salarios, bajando al nivel de Haití los de EUA, se armaría de inmediato una revolución en el norte. Y si se igualaran subiendo los de Haití al nivel estadounidense, no quedaría una empresa abierta.
En términos de canasta, hay diferencias más pronunciadas entre zonas geográficas de un mismo país que entre países, porque pesa mucho el costo de la vivienda y el transporte en las grandes ciudades; pero grandes ciudades hay en países ricos y pobres, o con alta o baja productividad, y no todos pueden darse el lujo de pagar iguales salarios.
Obsérvese que hay otro concepto que no es normativo (lo que debe ser), sino objetivo (lo que es), que consiste en la canasta alimenticia, definida en base a requerimientos nutricionales, usada para definir líneas de indigencia y pobreza, no salarios.
En lo que sí deberíamos estar de acuerdo es en que, además de productividad, es un asunto de justicia social. Hay pocas cosas tan odiosas en cualquier sociedad como la injusticia social. Y uno de los más terribles aspectos del sistema salarial dominicano son los desmedidos desequilibrios que existen, tanto en el sector privado como en el público.