Orlando Jorge Mera fue víctima de una democracia que no ha llegado a su mayoría de edad, y que adolece de un mal crónico que se llama clientelismo político.
Este mal viene de los últimos gobiernos, y persiste en la actual administración. El peor momento fue el “comesolismo”: el Estado como una vaca para ordeñar; militantes acaparando todos los puestos; “botellas” cuando no había puestos, y “nominillas” para los que se quedaron fuera. El sistema incluye “bocinas” pagadas, y funcionando como una orquesta al servicio del poder, sin escrúpulos éticos, y sin guardar las apariencias. El clientelismo mantiene una macrocefalia de la administración pública, con duplicidades y contradicciones a diestra y siniestra, solo para tener donde colocar a los compañeros de la base.
El clientelismo mató a Orlandito, pues el matador se creía con derecho a su tajada, concesiones arbitrarias, que no le hacían mal a nadie, pero violaban las reglas establecidas; a lo cual Orlandito, por sus criterios éticos, no accedió. El partido explícitamente ha defendido el derecho de sus militantes a los puestos, e incluso una funcionaria dijo sin ambages a la prensa: “yo traje mi gente”, sin que nadie se escandalizara, ni viniera una corrección desde el poder.
Lo que falta para completar la democracia es eliminar el clientelismo político
Me atrevo a afirmar que si esto se hubiera corregido, Orlandito estuviera vivo, y esta tragedia no hubiera acontecido. Es un defecto de nuestra democracia. Europa logró, por influencia de los puritanos, lo que en America Latina suponemos que no se puede lograr: países que funcionan bajo el imperio de la ley, y donde ni la militancia política, ni los lazos familiares, ni la amistad personal determina quien ocupa los puestos.
La sociedad es un sistema = organismo = estructura = conjunto, y las partes definen el todo, y el todo repercute sobre las partes, y el primer requisito para la eficiencia del sistema es que impongamos el ‘imperio de la ley’ de manera irrestricta, bajo una consigna nacional de ‘tolerancia cero’; de lo contrario, seguiremos perdiendo vidas valiosas, sea por accidentes de tránsito, por la violencia intrafamiliar, por asaltos en la calle, o por excesos de la policía. Por esta razón, a la hora de corregir estos males, no se puede hacer de manera individual, como si “la fiebre estuviera en la sabana”, sino atacar el problema de raíz.
Hemos avanzado, y el mayor logro es que desde 1965, con García Godoy, hemos elegido autoridades de manera institucional, y -a pesar de algunos amagos de interrumpir el orden- somos uno de los países más estables de América Latina, y eso ha favorecido que nuestros vecinos de Puerto Rico, Venezuela, y Haití, sientan confianza de venir a invertir en nuestro país.
Lo que falta para completar la democracia es eliminar el clientelismo político, y eso se hace imponiendo de forma irrestricta el imperio de la ley, y ‘tolerancia cero’.