¿Qué es la vida humana? Biológicamente hablando cada ser humano existe desde el momento de la unión de un óvulo y un espermatozoide (humanos) hasta que el cerebro del individuo pierde de forma permanente toda consciencia y capacidad para el pensamiento. Negar esta definición científica en cualquier forma es aberrante, sin importar las apelaciones sociales, económicas, culturales, religiosas, filosóficas, y de otras índoles, ya que “vida humana” es un concepto de la biología. Manipular esa definición es muy común y lo vemos cotidianamente, igual que otros conceptos procedentes de las ciencias que se tergiversan o niegan por prejuicios basados en ideologías, la insensatez o la ignorancia. Basta evocar la negación del COVID y las vacunas por sectores reaccionarios e integristas, o el deprimente espectáculo del “peregrino” durante la pandemia.

Varios de los movimientos provida, especialmente de raíz religiosa, se centran exclusivamente en la vida humana intrauterina, y muestran una indiferencia brutal a los factores que atentan contra la vida humana una vez la criatura ha nacido, incluso en los casos de embarazos fruto de violaciones (especialmente entre menores de edad) no hacen el menor esfuerzo por impulsar la persecución de los violadores. Luciera -no en todos los casos- que lo importante es que el niño o niña nazca, luego, si lo matan de hambre o de un disparo o lo violan…poco importa.

La razón porque muchos movimientos provida sean tan selectivos en “defender ciertos tipos de vida” obedece a criterios misóginos, racistas e incluso clasistas. La sombrilla de todos esos movimientos es su sometimiento a una ideología machista que es el sustento de un modelo social conservador que proviene de la Europa medieval y que de manera inmediata en nuestras latitudes es fruto del tránsito de la vida rural a la urbana. La entrada activa en escena de las clases subalternas que demandan espacio para sus formas de pensar y de vivir, cuestión intolerable para los sectores de clase media reaccionarios, generan grandes conflictos sociales que se expresan en los medios de comunicación e impulsan agendas políticas, unas veces minoritarias, en otras de cierta importancia. A nivel de discursos simbólicos lo que antes era el “comunismo”, hoy es la “ideología de género”, ambos insubstanciales, pero con fuerza, a base de repetición y generar terror social en sectores pequeñoburgueses.

En Estados Unidos el movimiento provida actualmente está liderado parcialmente en muchos estados por organizaciones supremacistas blancas y por eso frente a la matanza de niños hispanos en Texas el silencio es la respuesta. El compromiso de esos sectores con la industria de armas los hace dóciles a la agenda trumpista y hasta idolatran a Putin, fruto de que el tema de ellos no es la vida humana, sino el control social de las mujeres blancas y la marginación de los afroamericanos y los latinos. La tropa de esos movimientos, los mismos que intentaron dar un golpe de Estado con un asalto al Congreso de los Estados Unidos, proviene de sectores blancos marginales por su bajo nivel educativo y sometidos a discursos religiosos fundamentalistas. Es una combinación de ignorancia, discurso de odio y culto a la violencia.

En nuestro país la marcha de los próvidas en jeepetas (signo inequívoco de clase social) fueron indiferentes a la violencia contra las mujeres haitianas embarazadas, ya que la vida de los haitianos no les importa por su sesgo racista, y no han dicho nada contra los violadores y el matrimonio infantil, por su honda percepción machista. Para ese grupo la propuesta del obispo de San Francisco de Macorís, en sintonía con Francisco, de dialogar con todos los sectores, les resulta un escándalo, una actitud intolerable para su agenda de poder en el Congreso y el Poder Ejecutivo. La universalidad de la vida humana, su catolicidad, es incompatible con el chovinismo nacionalista y mucho menos con el racismo antihaitiano.

La defensa de la vida humana es una cuestión que emana de nuestra naturaleza en cuanto especie, como mamíferos dotados de razón, que se inscribe en valores como la libertad, la lucidez y el amor, que ha de ser la base de toda ética. Es la alteridad, no el egoísmo, la tolerancia, no el integrismo, el fundamento para un mundo donde los humanos puedan vivir en paz y desarrollarse, cuidando de la vida de todos, en todas las etapas.

No defiende la vida quien se opone al aborto, pero es indiferente a que niños mueran en una escuela por ser latinos o se alegra que niños haitianos en el vientre de su madre sean tratados como animales. No es posible defender la vida y no oponerse a todo tipo de guerra, a luchar por un salario justo y esforzarse que haya pensiones justas para los envejecientes. No se defiende la vida cuando se tratan a los emigrantes como animales, o se niegan los feminicidios, se favorece el racismo o se justifica la explotación de los más pobres. No se defiende la vida cuando se promueve la magia para sanar las enfermedades y no se lucha por un servicio sanitario de calidad para todos.

Los abortos y los partos de adolescentes son consecuencia de una cultura machista que oculta al violador, que favorece el matrimonio infantil y que desprecia a las mujeres y niñas pobres, negras, migrantes. La clase media dominicana es proclive al racismo, el machismo y la xenofobia, fruto de su falta de reflexión crítica y la amoralidad con que arropa sus pulsiones para enriquecerse, sean legalmente o mediante la corrupción. El culto al lujo, el poder, el placer y considerarse blancos los hace indiferentes al sufrimiento sobre el que se apoya esta sociedad y que, en algún momento, si no se le hace justicia a los más pobres, ascenderá y barrera con todo el orden social y no necesariamente para establecer un mejor sistema. La defensa de la vida, o es integral, o es ideología para justificar diversas formas de marginación y explotación.