Casi siempre las series de televisión ya sean de novelas, de lágrimas en los ojos, policíacas de tiros y persecuciones, o cualquier otro tema, aunque los protagonistas pasen innumerables vicisitudes, se hayan dejado un reguero presos, muertos o heridos durante el desarrollo de la trama, los finales, esos de The End en las gringas y de Fin en las de habla hispana, suelen acabar bien, muy bien, o requetebién, superando todos los problemas sufridos. Por encima de todas las maquinaciones en su contra acaban enamorándose, se besan apasionadamente y dejan entrever que se casan y vivirán felices comiendo perdices por lo menos hasta la temporada de veda de esas sabrosas aves, o hasta que les lleguen los impuestos que es mucho peor.
En el caso Odebrecht, ha sido una telenovela que ha durado nada menos que cuatro años y casi medio más, parecidas a las mexicanas, colombianas o españolas que por su larga duración los actores comienzan de jovencitos y acaban canosos, arrugados, con nietos y en sillas de ruedas.
En sus comienzos tuvo mucha expectación por el monto de los sobornos implicados, unos 92 millones de dólares según admitió la empresa constructora brasileña, más de 4.500 millones de pesos criollos, posiblemente el más grande ¨trinque¨ hasta el momento y con serias repercusiones internacionales en la imagen del país. Cantidad suficiente para comprar un cucurucho de maní caliente de los de antes en el malecón, y hasta una menta de guardia de los tiempos de las bachatas de Radio Guarachita.
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Catorce fueron los actores iniciales, según se estableció en el guión de la novela y para lograr un estreno de gran impacto que provocara una gran audiencia dieron todos con sus huesos tras las rejas, las del Palacio de Justicia de Ciudad Nueva remozado especialmente para acoger con mayor comodidad a tan distinguidos huéspedes. Aunque solo fuera por un muy corto periodo de tiempo pues por orden del juez unos se marcharon tan campantes para sus casas, y otros continuaron con la llamada prisión preventiva por periodos de varios meses y de hasta de un año.
Con el paso del tiempo, ese magnífico aliado para diluir o desaparecer escándalos por graves o grandes que sean, la novela de marras fue perdiendo interés pues los espectadores que ya habían visto otras similares, e intuían que el final de la saga estaba lejos y que iba a ser muy bueno y hasta feliz para los que llegaran al tan esperado final-final como así sucedió, ya que solo fueron dos los extrañamente condenados.
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De los catorce imputados iniciales doce de ellos unos antes y otros después fueron saltando del bote que se hundía sin remedio gracias a sus salvavidas legales siendo rescatados en la costa más o menos sanos y salvos.
En este caso los protagonistas principales no se enamoraron, no se besaron, ni se intuyó que se iban a casar, pero la sentencia ha tenido un precioso final para ellos: ocho años para uno y cinco para otro que si bien parece mucho sigue siendo un castigo leve para el monto del delito y la calidad del perjudicado en el caso que es nada menos que todo el pueblo dominicano.
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Con 4.500 millones de pesos se pueden arreglar muchas cosas de importancia e impostergables en el país, desde aumentar considerablemente los barrilitos a los legisladores, importar yipetas de alta gama para lambones del régimen de turno, o comprar mansiones en Punta Cana a políticos destacados por dudosos tejemanejes comerciales. Y también dan algo para tratar de solucionar cosas menores y de muy poca importancia como las pensiones de los jubilados o mejorar la sanidad, o la seguridad ciudadana.
Pero lo mejor de todo, lo más mejor como decía aquel anuncio de antes ¿recuerdan al niño diciéndolo graciosamente? es que ninguno de los dos convictos cumplirá la sentencia entre celdas con barrotes ni bolas de hierro atadas a los pies como dibujaban a los presos en los muñequitos de antes. Uno, el de los cinco años según las noticias publicadas lo hará fuera de la cárcel y el de los ocho años en régimen de libertad condicionada sin poder salir del país y con presencia periódica ante las autoridades.
Señores, cuánto sadismo, cuánta crueldad la de nuestras autoridades judiciales que se ensañan de esta manera con esos ángeles de nuestra sociedad y así mismo de nuestra suciedad ¡Mira que no poder ir a Miami de compras o a Nueva York de paseo de lujo! Y por si fuera poco faltan los recursos de apelación para la reducción de las sentencias los cuales son capaces de dejar las penas a la mitad pues los dominicanos tendemos a ser tan benévolos con nuestros héroes.
Para que vean que la ley es igual para todos, seguro que si un pobre roba tres gallinas para comer por puro hambre se pasará tres años sin salir de la chirola y en las peores condiciones de hacinamiento.
Cuesta mucho creer que en una masa de bizcocho tan grande de 4.500 millones de pesos solo participaran dos personas sabiendo cómo se las buscan los hueveros de la cogioca en esos selectos hemisferios de la corrupción. Cuesta mucho creer que se ha hecho verdadera justicia en esa novela tan larga y cansona que muy pocos le dieron seguimiento hasta sus últimos capítulos. Y cuesta mucho creer que las sentencias han sido ejemplarizantes para que otros avivatos de altura no lo hagan de nuevo, sino todo lo contrario es un efecto llamada de esos de: ¡Entren tós a mafiar que al final no pasa ná o casi ná!
Que después de los veredictos la sociedad dominicana agotada, desesperanzada, resignada, decepcionada, apenas se hayan oído protestas como las que se deberían haber oído y sobre todo dejado sentir, suena a una tomadura de pelo de dimensión y alcance verdaderamente nacional, pero en este sentido y en este país tan especial como decía el gran Cuquín Victoria ya somos unos calvos integrales de tantas como hemos sufrido y de las que nos quedan por sufrir!
Después de todo tendremos que felicitar a los a los bogados defensores de los absueltos y condenados por sus brillantes desempeños y sobre todo al poderoso señor Tiempo que además de ser un gran borrador existencial es el único en el mundo que no tiene prisa. Hasta la próxima novela señores, que no habrá de faltar ¡Qué novelón nos han dado, qué novelón!