“San Jerónimo penitente” (1630) de José de Ribera.

“Se puede ser obeso y santo, pero no se puede entrar en el cielo

con un cuerpo atlético y un corazón no arrepentido y lleno de soberbia”.

Jaume Vives

 

Pero ¿por qué ayunaban los santos católicos?

 

El ayuno o inedia, que consiste en la privación total o parcial de alimentos, es una práctica que tiene como objetivo la renuncia a los placeres mundanos, el sacrificio, la penitencia y el acercamiento a Dios, mediante la imitación de Cristo (Imitatio Christi), quien ayunó durante 40 días y 40 noches en el desierto. El diablo tienta en forma de manjares exquisitos: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? Él les contestó: Esta clase de demonio solo puede ser expulsado con oración y ayuno” (Marcos 9, 28-29).  ¡Cuántas veces habría sido tentado Santo Tomás! Y, aun así, subió a los cielos gordito y feliz.

 

El demonio acecha en los manjares exquisitos, cuando Dios se olvida de cocinar.

El ayuno es también una respuesta radical a la Gula, uno de los siete pecados capitales, que se basa en un deseo excesivo, una compulsión de ingerir alimentos sin tener hambre, sin la necesidad de restauración física; una entrega al placer gastronómico (¿Sustitución de la sexualidad genital por la oral?) Si se extiende la metáfora del deseo o apetito exagerado por las cosas, entonces, estamos, siguiendo a Levinas, frente a un “hambre por las cosas mundanas”. (Interesantemente, la palabra gula se traduce al inglés como “greedy”, que también significa ambición). La gula de comida, de poder y riquezas tienen como objetivo lograr una “sensación oceánica”. De manera que algunos intelectuales glotones se convierten en (h)ommelettre.

 

La comida constituye signos culturales y actos sociales que ponen en contacto a dos o más personas y que median los significados entre ellos (Yúdice). Entonces, ¿Qué implica la no-comida? Un acto solitario que pone en contacto al ayunante, no con otros seres humanos, sino con Dios. De esa manera, la no incorporación de alimentos conlleva el sentido de la desesencialización del cuerpo y de una determinada cultura. A diferencia de Baudrillard para quien el cuerpo es una alegoría del microcosmos, George Yúdice, en su artículo “Feeding the Trascendent Body,” afirma que “El cuerpo no es simplemente la pantalla en la que se captura el intercambio desenfrenado de información e imágenes, es, más bien, el campo de batalla en el que se constituyen los sujetos, deseando y rechazando contradictoriamente las representaciones prescritas” (Mi énfasis. 1993: 81). El cuerpo magro y emaciado del ayunante es el espacio en el que se muestra al mundo el sacrificio, la fe, la imitación del sufrimiento del cuerpo de Cristo y la convicción profunda de la doctrina cristiana.

Ayuno y ascetismo

Sean suficientes estas digresiones, porque lo que me interesa ahora es considerar algunas líneas de investigación a las que remite el ayuno. Veamos, por ejemplo, la espiritualidad, el ascetismo, la imitación de Cristo, la iconografía del dolor, la corporalidad y representación. No elaboraré todas estas vertientes, sino que esbozaré algunas de ellas. El ascetismo es una práctica espiritual, contemplativa en soledad, ayuno y pobreza. Rosa Behar y Marcelo Arancibia, en su artículo “Ascetismo y espiritualidad en la anorexia nerviosa: un análisis psicosocial e histórico”, analizan los síntomas de la “anorexia santa” en la Edad Media y la comparan con la anorexia nerviosa moderna y encuentran similitudes en los síntomas. Estos autores proponen que en la abstinencia de placeres del ascetismo, que incluye el ayuno, “se distinguen cuatro dimensiones: agresión o motivación homicida, deseo de castigo o gratificación masoquista, motivación erótica o sexual e impulso autodestructivo o suicidio”.  En dicha gratificación masoquista, antesala del gozo, se manifiesta una iconografía del sufrimiento, como se puede observar en la pintura barroca española sobre Cristo y los santos y mártires.

 

Cuerpos desmundanizados

La no-comida implica la renuncia a la vida (no-vida) que inexorablemente lleva al no-lugar, al no-mundo, que Claudia Gutiérrez denomina “cuerpo sin mundo”. Los efectos del hambre (ausencia de alimentos) producen tensión, ansiedad, irritabilidad, depresión y trastornos de estrés postraumático (TEPT). Aun así, el hambre genera una sensación de euforia triste y, en algunos casos, delirio, visiones. Es por lo que Epicuro asegura, en sus Sentencias vaticanas: “El grito del cuerpo es éste: no tener hambre, no tener sed, no tener frío. Pues quien consiga eso y confíe que lo obtendrá competiría incluso con Zeus en cuestión de felicidad” (33). El Papa Francisco no estaría de acuerdo con Epicuro.

 

El cuerpo ayunado, emaciado, flagelado, negado es un cuerpo disciplinado. En sentido foucaultiano, hay un poder que somete al cuerpo a una disciplina. Pero ¿quién disciplina el cuerpo de los ayunantes? ¿La Iglesia? ¿Los ayunantes mismos en una disciplina internalizada o autodisciplina? En ambos casos, aunque la Iglesia no los obligue a ayunar, a riesgo de dañar su salud y hasta alcanzar la muerte, la Iglesia inscribe en el cuerpo desmundano la doctrina de cristo de ayuno y sacrificio y pobreza.

 

Recientemente, murieron de inanición 47 miembros de la secta Good News International Church, en Kenia, que ayunaron “para encontrase con Jesús”. El pastor Paul Mackenzie Nthenge asegura que fueron miles los que ayunaron. Esta muerte por ayuno, en la línea de los santos, mártires y ascetas del cristianismo, constituye una desmundanización radical del cuerpo. El presidente de Kenia, William Ruto, tildó este acto como “un tipo de terrorismo”. De manera, que estamos en presencia de un “ayuno terrorista”.

 

A modo de conclusión y por falta de tiempo y espacio (¡esa es siempre la excusa!), como no soy teólogo ni filósofo de la religión, mi propuesta es mucho más simple: Una gastrosofía de los santos católicos que dé cuenta del tipo de alimentos, la forma de consumo, los espacios y rituales del consumo, del cuerpo que construye el sujeto “deseando y rechazando” las representaciones (Yúdice) y del cuerpo y su articulación con el poder (Foucault). ¡Es cuanto!

Con su permiso. Ahora me voy a comer un mangú.