El 25 de marzo de 1864, afrontando todo género de adversidades, Duarte retorna a la patria de sus desvelos, “después de más de veinte años  de dramática ausencia”, como afirmaba Félix María del Monte. Lo hace, pasando desde Venezuela a Curazao, Las Islas Turcas y el Puerto de La Guaira, llegando  a Monte Cristi, vía Cabo Haitiano, junto a su tío el General Mariano Diez, su hermano Vicente Celestino, Olegario Oquendo, militar Venezolano y el joven poeta y patriota Coronel Manuel Rodríguez Objío “el Garcilaso de la jornada”, como expresara Rodríguez Demorizi. Báez. Les recibe el  jefe de operaciones del gobierno restaurador, general Benito Monción.

A poco de regresar, después de ponerse a la orden del gobierno restaurador en armas, sin invocar trato preferencial alguno, pues pide que se le considere “como un soldado más”, solicita caballos y pertrechos, pues quiere irse enseguida al campo de batalla a correr todos los riesgos y peligros que las circunstancias le deparen, sabedor de la desigual y dura contienda que sus valientes compatriotas libraban contra el poderoso ejército peninsular de España.

Cabe acotar como un dato significativo, que en su trayecto de Montecristi a Guayubín, específicamente el 27 de Marzo del indicado año 1864, visita Duarte a Mella, Vicepresidente del Gobierno en armas desde el 18 de Marzo de dicho año, vencido ya por terminal enfermedad, a quien no veía desde 1844. Mella moriría dos meses después, específicamente el 4 de junio de 1864, envuelto su cuerpo frágil en la bandera nacional, como había pedido en caso de llegar al ocaso de la existencia sin ver aún liberada a su patria de la intrusión foránea luchando contra la cual consumió sus postreras energías.

¿Qué ocurrió para que a Duarte, que como antes se afirmara, vino dispuesto a entregar hasta el último hálito de vida, presto a la fiereza del combate, apenas diez y nueve días después de su retorno, el gobierno restaurador en armas le solicitara marchar a Venezuela en una misión diplomática ?

Así se lo informaba el ministro de Hacienda y Encargado de Relaciones Exteriores, Alfredo Deetjen,  en un lacónico oficio fechado el 14 de abril de 1864:

Habiendo aceptado mi gobierno los servicios que de una manera tan espontánea se ha servido usted ofrecer, ha resuelto utilizarlos encomendándole a la República de Venezuela una misión cuyo objeto se le informará oportunamente.

En esta virtud mi gobierno espera que usted se servirá alistarse para emprender viaje, mientras tanto se preparan las credenciales y pliegos de instrucciones del caso.”

No cabe duda de que, en aquellos momentos, el gobierno restaurador buscaba por doquier desesperadamente una ayuda internacional que no llegaba, cuando más pesarosas y difíciles eran las circunstancias.

Ya el  17 de Abril, es decir, apenas ocho días del arribo de Duarte al país, se había producido el desembarco de las tropas españolas por Montecristi al mando del General Rafael Primo de Rivera, siendo tal la desventaja, como consigna Archambault, en su conocida “Historia de La Restauración” que los generales Benito Monción, Federico de Jesús García y Pedro Antonio Pimentel contaban apenas con 500 hombres mal armados y alguna pieza de artillería, contra un poderoso ejército de 17 mil hombres, muchos de los cuáles eran veteranos de guerra.

Ante un panorama tan ominoso, no es descaminado pensar en que el concurso de Duarte, dotado de condiciones intelectuales y diplomáticas superiores, podía ser más útil en una acción exterior que en la acción bélica, pero cabe preguntarse: ¿fue este el único motivo por el cual le fue encomendada la misión a Venezuela o existieron otras razones subrepticias que incidieron para que esta determinación se concibiera y decidiera con tan inusual premura?

Cuando con sereno espíritu se ahonda en las ponderaciones de los historiadores que han profundizado en este punto, termina uno reconociendo que respecto a tan aguda incógnita no existen consideraciones concluyentes y antes bien muchas dudas e incertidumbres.

Destacados historiadores e intelectuales dominicanos están contestes en señalar que el móvil último de enviar a Duarte a Venezuela era apartarlo del escenario de la lucha restauradora, bajo el velado temor de que su figura procera hiciera sombra a nuevos lideratos que ya habían enseñoreado con roles de principalía en el firmamento nacional.

Tres de esas opiniones  sirvan como ejemplo de lo antes afirmado.

Según  Pedro Mir: “Duarte traía sobre sus hombros dos grandes problemas. Era la figura histórica más profundamente venerada por las más grandes masas del pueblo dominicano. Ese era ya un grandísimo problema. El otro es que era un intransigente y tenaz adversario de toda tendencia, concepción o manejo encaminado a enajenar el territorio nacional. Y era difícil negarle a aquel apóstol un lugar en los momentos en que, como en 1844, se libraba la gran lucha por la consagración de una independencia de la cual él era el forjador más ilustre y consecuente. ¡Qué hacer!

Y concluye: “La solución era triste pero fácil. Más de veinte años de prédica anexionista constante había logrado endurecer y aún contaminar a los espíritus más puros y Duarte no cabía en aquel escenario. Su destino era el de los fantasmas, disiparse en las sombras”.

De su parte, el también destacado historiador Francisco Henríquez Vásquez (Chito) al ofrecer su parecer, afirmaba: “Al abandonar nuevamente la Patria en cumplimiento de la misión que le había sido confiada, dos sentimientos contradictorios debieron embargar el ánimo del primero de nuestros fundadores: la alegría de saber segura la victoria del Pueblo Dominicano en armas y la tristeza de saber que tenía nuevamente entre sus manos crispadas el báculo del proscrito.

Pero mayor debió ser su amargura al contemplar el espectáculo que a poco de ser firmada la paz con España, los herederos de los ministeriales del tiempo de Boyer, los nuevos rivieristas, los émulos de los afrancesados, los anexionistas que presionaron para hacer inapelable su salida al extranjero, preparaban en la sombra el regreso de Buenaventura Báez al país”.

Arriba, a la luz de lo expuesto, a la siguiente conclusión: “Infortunadamente el Gobierno Restaurador, cuando todavía era presidido por Salcedo, no supo o no quiso rechazar el chantaje español, procediendo a pedirle a Duarte que aceptara salir al extranjero como enviado plenipotenciario. Pero, entonces resultó lo increible! Que después de derrocado Salcedo, siendo encargado de la cartera de Relaciones Exteriores, nada menos que Ulises Francisco Espaillat, tan injusta decisión no fuera revocada”.

Y el también el destacado historiador y gran estudioso de la vida de Duarte, Juan Daniel Balcácer, sostiene  que Duarte se vio compelido a abandonar en tres ocasiones la república (1843, 1844 y 1864) y que en esta última ocasión, se hizo “con el velado propósito de alejarlo de Santo Domingo, pues era evidente que algunos de los caudillos en ciernes de esa epopeya bélica no estaban dispuestos a permitir que un prócer civil de su estatura moral y de sus múltiples méritos ciudadanos los pudiera desplazar del centro del poder político, en caso de permanecer activo en la política criolla”.

No obstante lo expuesto, se produjo otro hecho que cuando se profundiza en él no puede ser dejado de lado cuando se busca hacer luz sobre las posibles causas que determinaron el retorno de Duarte en misión diplomática confidencial a Venezuela.

Tres días después de arribar Duarte al país, es decir, el 28 de marzo de 1864, en el periódico pro monárquico de Cuba “El Diario de La Marina” fue publicado en su contra un artículo infamante, más bien un libelo, de autor anónimo ( sólo firmado por la letra G). El referido escrito, en su transcripción íntegra, es el siguiente:

Hay noticias dignas de crédito de que el General Duarte ha venido a cooperar activamente con los rebeldes, este Duarte, de nombre Don Juan Pablo, es sujeto que hizo gran papel en 1844, cuando se formó la República Dominicana, habiendo sido proclamado entonces como su primer presidente en el Cibao.

Pero careciendo de tacto para saber manejar sus negocios, o sobradamente presuntuoso para contar con el apoyo de otras influencias que las de sus vaporosos satélites, se malquistó desde el primer instante con el General Santana, quien estrenó combatiéndole las fuerzas y el prestigio que alcanzara en sus primeras victorias sobre los haitianos.

Es don de las nulidades políticas salir de la inactividad para consumar su descrédito, y el paso que da hoy Juan Pablo Duarte uniéndose a la pésima causa de la rebelión, merece desde luego la calificación de disparate, y tal, que para ser capaz de cometerlo se necesita un cerebro desorganizado. Precisamente habrán querido Benigno Rojas y los dos o tres jefes menos ignorantes de la rebelión sacar gran partido para con los suyos de este incidente personal, y se pretenderá dar a Duarte la significación de un gran hombre capaz de hacer milagros.

Resultado indefectible: que el Presidente Pepillo Salcedo, Polanco el generalísimo y los no menos generalísimos Luperón y Monción, no querrán ceder la preeminencia que hoy tienen entre los suyos y verán de reojo al recién venido, a quien considerarán como un zángano perezoso que viene a libar la miel elaborada por ellos.

 

Verdad es que la miel y la colmena no valen gran cosa; pero esos señores no las han visto más gordas, y las tienen en tanto aprecio que entre- riñen por ellas como César y Pompeyo por el Imperio del mundo. Dígalo si no el ejemplo de Florentino asesinado por Juan Rondón, a causa de rencillas anteriores sobre lo mío y lo tuyo en los saqueos de Azua, San Juan, etc.

La llegada de Duarte entre esa clase de gente, puede asegurarse, por consiguiente, es como una nueva causa de complicación y disolución que surge entre los rebeldes, ya profundamente desmoralizados por sus propios desórdenes”.

No se precisa de abundantes elucubraciones para colegir que ese suelto calumnioso comportaba el avieso  propósito de sembrar desmoralización y fomentar la intriga en los líderes restauradores, procurando revertir el efecto político del retorno del Patricio.

¿Cuánto influyó en el ánimo de Duarte el referido libelo, para hacerle variar de opinión y terminar aceptando la misión confidencial que se le encomendara a Venezuela? Duarte vio claro desde un principio la sórdida finalidad del mismo y le escribe a Espaillat, Vicepresidente del Gobierno Restaurador en Armas, confirmándole su aceptación, ponderando que “… nos es necesario parar con tiempo los golpes que pueda dirigirnos el enemigo y neutralizar sus efectos”.

A este respecto  el gran historiador Emilio Rodríguez Demorizi, se pregunta: ¿Fueron suficientes tales intrigas para desviar a Duarte de su propósito de verter su sangre por la Patria y para decidirle a abandonarla definitivamente?

Y concluye: “para un alma como la suya, negada a toda discordia y a todo recelo entre hermanos eso bastaba!”

Nota: Lo esencial del presente artículo y otras consideraciones ampliadas sobre el tema, se encuentran en el texto “Duarte en la restauración: sus desvelos patrióticos y diplomáticos” elaborado en coautoría por quien suscribe y el Embajador Emilio Conde Rubio, publicado por el Ministerio de Relaciones Exteriores (Instituto de Educación Superior en Formación Diplomática y Consular), en el año 2014, tras cumplirse el bicentenario del nacimiento de Duarte.