El problema haitiano es multifacético: abarca dimensiones sociales, históricas, políticas, diplomáticas, culturales, económicas y, sobre todo, humanas. Los desafíos que enfrenta Haití, al igual que muchos países en África, no son solo problemas nacionales, sino también de toda la humanidad, que se ve afectada e involucrada, a veces sin percatarse. La clave para resolver esta situación radica en eliminar la pobreza en estos países, ya que la migración masiva desde Haití, al igual que en otras naciones en condiciones similares, es principalmente una cuestión de supervivencia. No obstante, también surgen ideas complementarias, algunas de ellas tan absurdas, como la propuesta de una fusión entre Haití y la República Dominicana, que, aunque bastante descabellada, merece ser abordada con seriedad.
Es un grave error querer endosarle a la República Dominicana la responsabilidad de resolver los problemas de Haití. La comunidad internacional, si es realmente inteligente y humana, debería involucrarse de manera efectiva para solucionar los problemas estructurales de Haití, comenzando por sus debilidades institucionales. Se necesita restaurar la seguridad ciudadana y jurídica, y realizar inversiones a largo plazo para reconstruir el tejido social, mejorar la salud, la educación, y otros sectores vitales. Sin embargo, la comunidad internacional lleva años prometiendo una ayuda que nunca llega.
En este contexto, cabe recordar el gran terremoto que sacudió a Haití el 12 de enero de 2010, cuando figuras como los Clinton aparecieron como supuestos salvadores, recaudando cientos de millones de dólares para la reconstrucción de Haití, incluyendo un excelente plan de viviendas. ¿Cuántas casas se construyeron? Ninguna. ¿Qué se reconstruyó? Nada. En lugar de hacer algo tangible, realizaron giras y discursos.
A menudo, la comunidad internacional tampoco reconoce el extraordinario esfuerzo que la República Dominicana ha hecho para integrar a los haitianos en su sistema educativo y de salud. Muchos niños haitianos asisten a nuestras escuelas, a veces en detrimento de los propios niños dominicanos. En los hospitales, la invasión de parturientas y pacientes haitianas copa los recursos y camas disponibles, desplazando incluso a mujeres dominicanas, como vimos en un caso reciente donde una parturienta dominicana no pudo acceder a una cama porque todas estaban ocupadas por haitianas.
Nuestro presidente ha sido claro en múltiples escenarios: “la República Dominicana no puede cargar con el problema haitiano”.
Si la comunidad internacional realmente quiere ayudar, que lo hagan en Haití: construyendo escuelas, hospitales, formando médicos y maestros capacitados, y enseñando en el campo cómo preservar el medioambiente y asegurar la producción de agua.
No obstante, las grandes potencias, como Estados Unidos, Canadá y Francia, parecen tener un interés distinto. Han promovido la idea de la fusión de ambos países y hasta han impreso mapas donde se muestra la isla sin fronteras. Esta idea, evidentemente, busca que la República Dominicana cargue con el peso de un Estado fallido.
Desde la primera constitución haitiana de 1801, redactada por Toussaint L’Ouverture, Haití ha tenido la ambición de controlar toda la isla. En su artículo primero, expresaba: “Santo Domingo en toda su extensión forma parte del Imperio francés”. Incluso en la constitución haitiana de 1987, se mantiene la noción de que “Haití es una república indivisible”, perpetuando la idea de que la isla es una e indivisible.
A lo largo de la historia, varios líderes haitianos han expresado la idea de una fusión. Michel Martelly, expresidente de Haití, llegó a decir en una entrevista con Nuria Piera, que Haití y la República Dominicana deberían fusionarse para frenar la migración ilegal. De manera similar, Guy Philippe, excomandante rebelde haitiano, afirmó en 2005 que Haití podría “tomar la isla entera sin disparar un tiro”, refiriéndose al crecimiento demográfico en territorio dominicano.
En cuanto a otros intentos históricos, Faustin Soulouque, presidente y luego emperador de Haití en el siglo XIX, intentó varias veces invadir la República Dominicana, pero fue repelido en todas sus campañas. Esta ambición expansionista se ha mantenido viva en la política y la visión de algunos sectores haitianos hasta la actualidad.
El problema migratorio también ha sido rechazado por otros países. En las Bahamas, los migrantes haitianos son encerrados en condiciones inhumanas, y Chile ha realizado deportaciones masivas. Incluso, recientemente, el gobierno británico ha aumentado su apoyo a las Islas Turcas y Caicos para proteger sus fronteras ante la crisis en Haití. Sobre Trump, en Estados Unidos, ya sabemos su pensamiento de deportación masiva.
Por ello es encomiable la disposición del presidente Abinader sobre la deportación de 10,000 haitianos cada semana, de los dos millones que ya están dentro del país. Esta medida ha sido criticada por empresarios, constructores y propietarios de tierras agrícolas, quienes argumentan que dependen de esta mano de obra, que normalmente trabaja en condiciones precarias y con salarios miserables, llevándolos a un estado de semi esclavitud. Es necesario destacar que estas deportaciones deben ser administradas y supervisadas adecuadamente, ya que hemos observado actuaciones incomprensibles. Por ejemplo, no es humano llevarse a una madre y dejar a sus hijos atrás o que después de montados en “la camiona” en el curso del viaje salten a la carretera. Tampoco el maltrato y el despojo de sus pertenencias es aceptable.
Es importante recordar que, aunque los inmigrantes ilegales no tienen derechos civiles y políticos en nuestro país, están protegidos como seres humanos por la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En conclusión, el problema haitiano es complejo y delicado. Tanto el gobierno como el Pueblo dominicano deben enfrentarlo con respeto, pero también con firmeza, y siempre con la vista puesta en la defensa de la soberanía y los intereses de la nación.