El cine, como el arte, erige la sensibilidad; es el Séptimo Arte el que libera la experiencia visual luego de siglos de imperio de la palabra impresa.
Los filmes nos llevan a identificarnos con el mundo de la pantalla, y paulatinamente crean una cultura visual, pasando a un estado de empatía sistémica. Por supuesto, no todo lo que se filma o llaman película es cine, que tiende a motivar rechazo cuando no lo es.
Quien conoce o intuye el alcance del arte y la cultura sabe que si bien producen eventos mentales en nosotros, esos sucesos se complementan con la mente, pues esta funciona como un programa que da respuestas al contacto con esas obras. Siempre que una obra la conmueva.
Es en el cine estadounidense que se descubre, justamente, esta singularidad. Aunque podríamos hacer referencias a anteriores experiencias y teorías de Münsterberg, Bela Balazs, André Bazin, Rudolf Arnheim, Ricciotto Canudo, Christian Metz Jacques Aumont, Michel Marie, Serguei Eisenstein, Jean Epstein y Pavlov.
Pues bien, el cineasta estadounidense Sidney Lumet (junto al editor de El Prestamista, 1965) es el primero a usar lo que hoy se conoce como publicidad “subliminal” que se logra en base al montaje, en la yuxtaposición de imágenes diferenciadas, con tempo inferior a un segundo. No se debe confundir con el experimento de James Vicary, al respecto.
Se puede lograr ese efecto “subliminal” porque los sentidos son los módulos que permiten el cultivo de esas semillas (de comprensión y/o evocación) implantadas con imágenes y sonidos recurrentes, dirigidas y concatenadas por intuición o accidente, pero siempre a partir de una idea de conquistar receptividad.
De manera que hacer receptivo a un individuo es un logro; que sea afín a una idea y actúe en consecuencia. En cierta forma esto lo explica suficientemente la teoría de la aguja hipodérmica.
En general, en el cine se usa, y se vale bastante en la cultura burguesa, el explicar y hasta justificar los llamados pecados bíblicos, pero siempre obviando la óptica sociológica de las relaciones humanas. Principal consecuencia expresiva de individuos enajenados.
A usted le parecerá revolucionario ver en el cine que se califique como perverso al sistema capitalista en nuestras sociedades burguesas, pero jamás verá un debate sobre lo qué es que cambia la realidad, o cómo incide la plusvalía, y si se habla de lucha de clases es para afirmar que la “ideología” es cosa del pasado, así como la historia. Pueden tratar la vida desajustada e infame que viven obreros y sus familias, el resultado de los golpes de la miseria, pero con el fin de expresar sus inconductas sociales, apremios psicológicos, siempre para afirmar que pueden salir de ese marasmo volviendo al carril del status quo.
Y, por ejemplo, cuando se habla del derecho a la libertad de expresión se le esconde a la gente que esa libertad se acciona por medios de comunicación cuya propiedad está en manos de individuos con intereses diferenciados, que íntimamente actúan como bien lo describe José Martí: “…estos hombres demasiado entregados a los asuntos del bolsillo con notable dejación de los asuntos espirituales (…) Si este amor de riqueza no está atemperado y dignificado por el ardiente amor por los placeres intelectuales, -si la benevolencia hacia los hombres, la pasión por todo (…) lo que signifique sacrificio y gloria, no alcanza parejo desenvolvimiento al de la fervorosa pasión del dinero, ¿adónde irán?
Vivimos un momento en el que es cotidiano que usted oiga hablar de la carencia extrema de buenos guiones o de guionistas avanzados en el cine en todas partes del mundo, pues bien, esa escasez se debe a un periodo de crisis ideológica y a la falta de respuestas creativas para llevar al cine historias que integren la óptica sociológica. Y ese trance está enquistado en la pequeña burguesía.
De manera que es perentoria reconocer que la narrativa impuesta, que se renueva con el talento y genio de nuevos cineastas, es insuperable mientras se salvaguarde el comercio injusto de productos culturales que se mantienen en la esfera de la psicología individual o social, obviando aspectos sociológicos.
Es por eso que el cine de USA rige, porque sus individuos llevan en la sangre la promoción del sueño americano (criticando severamente sus imperfecciones), y a su vez recibe el aliento de quien paga para soñar que algún día alcanzará el paraíso en la tierra. Sí, es una máquina que se reorganiza y cultiva en el dominio del imaginario colectivo.
Y es por esto último que la industria del audiovisual ocupa el segundo lugar en el ranking del PIB estadounidense, y en el mundo entero genera ingresos superiores a los cinco mil millones de dólares anuales.