Desde mi observatorio de la Ciudad Primada de América me dirijo, en esta primera crónica, a todos mis improbables lectores para reflexionar sobre la carencia que tiene el ser humano actual de la necesaria compasión y empatía con aquellos que sufren.

La sobrevenida y surrealista Guerra entre Rusia y Ucrania, que se inició con el ataque unilateral (y sin motivación inmediata) de las fuerzas militares rusas del territorio ucraniano, es sólo la punta del iceberg de una escalada internacional en la que parece que el ser humano es capaz de perpetrar cualquier atrocidad si ello beneficia a sus intereses personales.

El conflicto de Ucrania es un conflicto internacional de poder, de intereses y el intento de mantener un equilibrio geoestratégico internacional (más propio de pasados siglos). Rusia sueña con mantener la hegemonía del pasado, su quimérica idea de un Imperio, y presentarse poderosa ante los países occidentales simbólicamente abanderados por los Estados Unidos de América.

Si bien es cierto que ningún país o alianza de países es perfecta, no se puede justificar que un país invada el territorio soberano de otro sin existir ningún hecho que ataque a su seguridad de manera directa. Sólo un ataque ucraniano en territorio ruso podría haber justificado, mínimamente, una acción militar contra Ucrania. Con todo, la gran invasión que se está perpetrando tampoco se justificaría por un pequeño ataque previo. La proporcionalidad no está justificada.

Pero con mi reflexión de hoy no me interesa profundizar en las causas o los motivos que son esgrimidos para legitimar o mantener dicha guerra. Lo que me interesa es profundizar en las virtudes que las sociedades contemporáneas han venido cultivando a lo largo de su Historia.

¿Es posible que la sociedad actual, o una parte de ella, perdiese sus virtudes humanas?. Puede ser posible. Es un fenómeno complejo pero, en su raíz, pueden identificarse algunas causas concretas que nos ayudarán a entender el motivo por el que una sociedad tan desarrollada como la actual puede encontrarse ante el abismo de haber perdido su notable desarrollo cívico y humanitario:

1º-Hemos relegado la condición humana a un segundo lugar. Aunque la Declaración Internacional de los Derechos Humanos proclama la libertad y la protección de la vida humana, como principios básicos, a nivel de la realidad social se ha tendido a “cosificar” la vida humana. La forma en que se concibe la existencia (lejana a principios de desarrollo, de honradez y de virtud) se centra en las pasiones como el objetivo básico de una vida plena. Véase, por poner un sencillo ejemplo, como nuestros jóvenes bailan y cantan canciones del género de la música urbana con unas letras que denigran la propia condición humana de las personas (ya sean mujeres u hombres) y muestran unos objetivos vitales totalmente inmediatos y materiales.

2º-Hemos eliminado cualquier principio filosófico, sobrenatural o trascendente de nuestras vidas. Ello ha traído un gran vacío existencial que se ha llenado de entretenimiento, del deseo de obtener dinero, el deseo de destacar socialmente (a toda costa). Tal situación nos ha llevado a un callejón sin salida en el que muchas personas sienten un vacío en su vida (a pesar, incluso, de tener muchos bienes y logros materiales). Una evidencia de lo que digo es el aumento que ha experimentado el suicidio en las últimas décadas.

3º-Debemos unir a lo anterior que el pensamiento crítico parece ser menos común, en la actualidad. Se lee pero no se piensa, se sacan conclusiones sin tener todas las piezas o informaciones que abarcan una realidad concreta. Se sentencia en vez de emitir opiniones prudentes. No se está dispuesto a rectificar cuando nos damos cuenta de que nos confundimos y preferimos reafirmarnos en nuestras ideas o postulados para sentirnos ganadores. Creemos que el que tiene la última palabra es el que tiene la razón y es, además, el que gana.

Quizás, como hipótesis que pueda aportar algún elemento de juicio a dicha situación, en la sociedad internacional actual (tan aletargada y confundida a nivel existencial) es fácil que pueda ocurrir lo que ha ocurrido en Ucrania. Es fácil que exista un agresor que pueda saltarse cualquier regla o principio humanitario internacional y, paralelamente, es igualmente fácil que el resto de espectadores de la sociedad internacional no estén capacitados para reaccionar como se debe dado que se encuentran “anestesiados”.

Con todo, hay que reconocer que son importantes los gestos que diversos países y entidades internacionales y nacionales han tenido ante lo ocurrido en Ucrania, pero el conflicto está lejos de solucionarse (en los próximos días) y sigue abierto el gran dilema: El dilema se concreta en que lo que está ocurriendo en Ucrania (sin mencionar otros hechos internacionales de los últimos años) es una muestra de que algo no funciona bien en nuestro planeta y de que todos los males que se consideraban enterrados (con el doloroso aprendizaje de las dos guerras mundiales, ocurridas en el siglo XX) parecen que han revivido en un contexto propicio. La sociedad actual ha olvidado que la paz conseguida por nuestros antepasados es un logro que se puede perder si las virtudes, la exigencia personal y los principios humanitarios dejan de cultivarse entre los más jóvenes y los no tan jóvenes. Corremos el riesgo de repetir los errores del pasado.