Al igual que en muchos otros países, la mal llamada “ideología de género” se ha convertido en el caballo de batalla de los ultraconservadores dominicanos, tanto católicos como evangélicos, religiosos como no religiosos. Aplicando el librito de sus mentores extranjeros, los anti-derechos han comprobado la enorme eficacia de este discurso, como vimos con la oposición a la Ordenanza de Género del MINERD, las campañas Con mis hijos no te metas, la prohibición de la Educación Sexual Integral (ESI), la negativa de los legisladores a reconocerle derechos a la diversidad sexual, el rechazo de las tres causales, etc. Ahora bien: ¿qué es la “ideología de género” y qué relación guarda con la teoría feminista de género y con la actual teorización trans? ¿Qué significa exactamente el término “género” en cada uno de estos contextos? Las confusiones semánticas y conceptuales en torno a estos temas dificultan el debate y el activismo político de los sectores progresistas, por lo que vale la pena hacer un esfuerzo de aclaración y reflexión.

 

La teoría de género feminista surge en el ámbito académico en los años 70 y en las dos décadas siguientes logra un importante desarrollo como herramienta de análisis de las ciencias sociales y del movimiento feminista. Su principal logro fue desencializar la sexualidad humana, mediante el uso diferenciado de los conceptos de sexo (características biológicas, innatas e inmutables) y género (modelos normativos de masculinidad y femenidad socialmente determinados que se asignan a cada sexo). Es decir, según la teoría de género, el hecho de nacer varón o mujer no determina los comportamientos, aptitudes y preferencias de hombres y mujeres, que por el contrario son moldeados por los arquetipos de género vigentes en cada sociedad. Se cuestiona así la visión tradicional que concibe los roles sociales de hombres y mujeres como “naturales” y los hace inseparables del sexo biológico, concepción que sigue caracterizando el pensamiento conservador, sobre todo de base religiosa.

 

El género es por definición jerárquico, caracterizado por valoraciones sociales desiguales de hombres y mujeres, y puede variar de una sociedad a otra y a lo largo del tiempo, como nos muestran los cambios verificados en los roles sociales de las mujeres dominicanas en los últimos 50 años. De ahí que un objetivo importante del activismo feminista haya sido subvertir las rigideces de los roles sociales que subordinan a las mujeres, otorgan privilegios a los hombres y limitan el desarrollo de personal de ambos sexos. Es decir, para romper las estructuras que sostienen la subordinación femenina hay que trascender los mandatos de género tradicionales que le asignan roles socialmente devaluados a las mujeres y roles de superioridad a los hombres (v.g., amas de casa versus proveedores/jefes de hogar). La distinción analítica entre sexo y género también permite cuestionar la equivalencia entre sexo biológico y orientación sexual, es decir, la idea de que nacer con genitales femeninos o masculinos automáticamente determina tu preferencia afectivo-sexual hacia el otro sexo, patologizando así las orientaciones que se desvían de la norma heterosexual establecida.

 

Si bien la teoría de género ha concitado la oposición de diversos sectores a lo largo de los años, ninguna ha sido tan extendida y tan influyente como la del Vaticano, empezando por el Arzobispo Ratzinger -futuro Benedicto XVI- que a poco de su designación en los años 80 como jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe (v.g., la Inquisición) publicó la crítica católica fundacional de la “ideología de género”. Las cumbres de Naciones Unidas de los años 90, sobre todo la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo (Cairo 1994) y la Conferencia Internacional de la Mujer (Beijing 1995), despertaron las alarmas del Vaticano, que aprovechó su condición de Estado Observador Permanente No-Miembro de las Naciones Unidas para liderar una gran alianza de países católicos, evangélicos y musulmanes contra los derechos sexuales y reproductivos de las personas, sobre todo de las mujeres.

 

La crítica católica a la “ideología de género”, que desde entonces sirve de base a la gran campaña internacional anti-derechos, fue prontamente adoptada por las demás religiones, cuyo interés en controlar la sexualidad y las vidas de las mujeres está por encima de cualquier rivalidad institucional o discrepancia teológica. La campaña de los fundamentalistas marcó el punto de inflexión en el reconocimiento de derechos de las mujeres por parte de los organismos multilaterales, que desde entonces han estado a la defensiva, tratando de proteger los logros de los años 80 y 90 de la embestida religiosa y sus discursos anti-género.

 

¿Y qué es exactamente lo que persiguen los anti-derechos con su crítica a la “ideología de género”? Según Case (2019), el propósito es borrar el concepto de género de todas las normativas legales y de políticas públicas, tanto de los organismos multilaterales (ONU, Unión Europea, OEA) como de los Estados nacionales, referidas a las relaciones entre los sexos, la sexualidad, la reproducción y la familia. Esto incluye políticas dirigidas a flexibilizar los roles de género tradicionales (como la asignación de los trabajos domésticos y de cuidados a las mujeres); a facilitar el acceso a la educación sexual, la anticoncepción, el aborto y las nuevas tecnologías reproductivas (como la fecundación in vitro); y el reconocimiento de derechos a las personas gays/lesbianas, transgénero y sus familias. En otras palabras, los anti-derechos procuran el retorno a un status quo basado en la perspectiva biologicista (y bíblica) de la naturaleza humana y la organización social, que promueve la primacía de la familia patriarcal, los roles de género tradicionales y la heteronormatividad compulsiva.

 

Con la irrupción del movimiento trans en los últimos años, los anti-derechos han dirigido sus ataques de manera desproporcionada hacia ese sector, cultivando una histeria generalizada que instrumentaliza los temores de los adultos en relación a niños y adolescentes para impulsar políticas públicas regresivas, negadoras de derechos en sentido amplio -aunque dirigidas desproporcionadamente a las mujeres, a los gays/lesbianas y a las personas trans-. El hecho de que la conceptualización queer/trans sobre el género sea radicalmente diferente a la de la teoría feminista que vimos anteriormente no ha cambiado ni un ápice el discurso de los anti-derechos, cuyos abordajes, como señala Mislev (2021), “han sido confundidos y mezclados sin matizar sus diferencias internas, bajo el concepto de ‘ideología de género’, siendo esta cualidad ‘simplificadora de lo complejo y unificadora de lo diverso’ la que ha resultado tan efectiva a nivel político”.

 

La teoría queer y el activismo trans asumen la distinción entre sexo y género como punto de partida, aunque luego se distancian por completo de la teoría feminista de género en dos sentidos fundamentales: 1) la noción de que no solo el género sino también el sexo es socialmente construido. Por eso, según ellos, al momento del nacimiento a los bebés no se les identifica sino que se les asigna un sexo biológico, tema al que volveremos más adelante; 2) la noción del género como un contínuo infinito que no admite más categorización que la autodefinición. Contrario a la teoría feminista, que concibe el género como una construcción en torno a categorías sociales de feminidad y masculinidad que son internalizadas por los niños a muy temprana edad y que permanecen relativamente estables a lo largo de la vida, la teoría queer concibe el género como variable, relativo, impermanente e infinitamente flexible y diverso. El hecho de que muchas feministas, sobre todo las jóvenes, hayan adoptado la teorización queer del género y ahora tilden la teoría clásica de esencialista, añade nuevas complejidades y confusiones al debate.

 

Como veremos en el próximo artículo, el caos conceptual que genera el uso de los mismos términos para designar categorías de análisis muy diferentes, junto a la polarización extrema del debate en torno al tema trans, solo favorece a los anti-derechos. Mientras los sectores progresistas no tengamos claros estos usos y significados, más difícil se nos hará articular nuestros discursos y estrategias frente a quienes quisieran borrar de un plumazo los avances de más de cinco décadas de luchas libertarias.