Los trujillistas se esfuerzan en presentar a Trujillo como un nacionalista, en 1935 “Chilo” dice admirar a Trujillo por “el profundo arraigo nacionalista con que ha desenvuelto sus gestiones de gobernante”, luego dice que con el tratado Trujillo-Hull se alcanzaba la “ausencia total y absoluta de todos los vínculos políticos de tutelaje que caracterizaron en la convención de 1907 la servidumbre internacional (…) a que desde esa fecha estuvo sujeta la República Dominicana” y este era un logro que: “Ni los enemigos más enconados y acérrimos del Generalísimo Trujillo podrían negarle la gloria de haber conseguido”. Según Balaguer Trujillo un “rasgo del carácter de Trujillo fue el de su fina sensibilidad patriótica”: “El País no ha tenido otro gobernante más celoso que él de las prerrogativas que el primer magistrado de la nación tiene el deber de preservar por mandato de la propia constitución del Estado”. El patriotismo acrisolado de Trujillo tendría tres manifestaciones: “la primera sería en el Seybo: Cuando enarboló con honores en la gobernación de esa ciudad, en plena intervención militar, la bandera dominicana”.

 

La segunda sería: “Como primer dignatario de la República, defendió siempre intransigentemente los fueros nacionales.  No hay un sólo caso durante su rectoría política en que el país haya abdicado, en su vida de relación con gobiernos extranjeros, de los atributos inherentes a su soberanía, o a su derecho a discutir de par a par con los demás Estados”. La tercera manifestación fue “una política sin precedentes para hacer respetar en las fronteras la soberanía dominicana”. Manuel Núñez afirma que: “Toda la estructura del nacionalismo que planteaba la lealtad al ideal de los próceres que fundaron el Estado en 1844, fue promovida durante el régimen que entra en lisa en 1930”.

A lo largo de toda la producción intelectual trujillista (1935-52) “Chilo” justifica su integración a la dictadura con el argumento de que Trujillo significaba el progreso, decía que Trujillo presentaba una “casi delirante consagración (…) al mejoramiento material del país”, ejemplo de ello son “el ensanchamiento del puerto de la Capital y la consolidación del Tratado Fronterizo de 1929”. Trujillo era “la Revolución Dominicana” / “el poderoso torrente de renovación y reconstrucción desatado por la voluntad y el espíritu del Jefe”.

 

Trujillo es “el promotor de nuestra primera gran revolución nacional”, el eje central de esa revolución fue la creación del Estado dominicano: “La democracia dominicana no había encontrado la mano cohesiva y la inspiración vidente que encausaran por sendas de construcción los elementos étnicos, sociales e históricos que la integran y la definen. Esa ha sido la obra fundamental del Generalísimo Trujillo: darle unidad, relieve y homogeneidad a la dispersa y difusa característica de nuestra nacionalidad”. Bajo el mando de esa “mano cohesiva” la nación pasó de “la disgregación de las fuerzas sociales y económicas (…) del caos del caudillismo y de la anarquía” a la “integración de un espíritu nuevo, de una nueva manera de comportarse, tanto en lo interno como el exterior, cuyas proyecciones tendrán que dejarse sentir por mucho tiempo en la historia del pueblo dominicano”.

 

El catolicismo es un rasgo básico del pensamiento de Peña Batlle, Balcácer afirma que, aunque no fuera devoto practicante, Peña Batlle fue: “De acendrada convicción católica”. Láutico García afirma que: “Peña Batlle fue siempre un agudo y potente propugnador de las esencias vitales de la civilización cristiana, hispánica y dominicana. Persiguiendo este ideal pudo unirse a hombres y regímenes que le parecieron tener y perseguir esa misma meta”, para luego “decepcionarse y frustrarse irremisiblemente cuando se percató que no era así”. Manuel Núñez afirma que Peña Batlle fue “católico y creyente convencido” / “un pensador fundamentalmente católico”, lo que estos autores olvidan es que la iglesia católica fue aliada incondicional del régimen, que el catolicismo fue uno de los principales instrumentos ideológicos de legitimación de la tiranía. “Chilo” el “colaborador incansable de Trujillo” al que sólo la muerte interrumpió su dedicación y sus esfuerzos a favor del gobierno que él consideró había “hecho volver, plenamente, al seno de la Iglesia al Pueblo Dominicano”.

 

En su etapa trujillista (1935-52) la indagación histórica realizada por Peña Batlle tenía un objetivo político predeterminado: establecer los conceptos de nación y Estado acorde con el régimen tiránico de Trujillo, el estudio de los orígenes de la nación constituye el tema clave del afán intelectual de Peña Batlle: “Estamos investigando los orígenes de nuestra vida nacional, y desde entonces echamos de ver hasta qué punto han influido las causas de nuestra incapacidad económica, en nuestra incapacidad política y social”, entiende que nación y Estado “son dos realidades sociales”, la nación es de “un conjunto de ciudadanos”, una “masa de hombres” que “constituyen una sociedad independiente”, que “viven dentro de una misma frontera geográfica”, es un mismo pueblo “con un origen común”, con “una misma tradición, una misma historia”, y el Estado es “una suerte de ser distinto creado por la misma raza”, su concepto de patria es permanente: “la patria ES UN ALMA; UN PRINCIPIO ESPIRITUAL, UN PASADO HEROICO” / “la patria es un principio espiritual, un conjunto armónico y noble de esfuerzos, dolores, regocijos y recuerdos vividos por una comunidad consciente”.

 

Andrés L. Mateo ve en Peña Batlle al intelectual atrapado por el ideal del Estado nacional “que simbolizaba el totalitarismo”. San Miguel opina que: “Su visión de la nación (…) es idealista, casi mística (…) Peña Batlle ve la nacionalidad primordialmente a partir de su sustrato cultural, religioso e institucional”.

 

Por último, producto del trujillismo Peña Batlle da el salto de Duartiano a Santanista, en efecto, antes de su integración al trujillismo fue un admirador del padre de la patria, de él decía que fue el apóstol, el maestro: “Duarte fue un desarraigado en la política dominicana y sólo así, renunciando totalmente a la lucha de los partidos por el poder, pudo conservar inalterado su ideal patriótico. En ese movimiento de su espíritu estriba su grandeza” / “Duarte, maestro magno de amor y sacrificio” / “la única figura excelsa de nuestra emancipación política” / “el verdadero y único fundador de la conciencia nacional dominicana” / “creo que fue él quien descubrió y fundó la conciencia nacional dominicana”.

 

El ideario nacionalista duartiano, el pensamiento trinitario. una “corriente avanzadísima”, fue “el ideal revolucionario puro” / “ideal purísimo” consistía en la independencia pura / la independencia total / la soberanía perfecta / ideal de la autonomía irrestricta / el ideal de la república inmaculada. En lo relativo a la influencia intelectual de Duarte: “La concepción de Duarte hizo escuela”. Pero santana y Báez eran fuertes adversarios del nacionalismo trinitario: “Lo cierto es que contra la actitud de los anexionistas se levantó el pendón de la independencia pura”.

 

Se produce el “fracaso lastimoso del ideal trinitario, expresado en el fracaso de Duarte” pero: “Duarte, al caer, no ha sido superado en ningún momento. Es único. Se sacrificó, en toda la extensión del sacrificio, a la idea, la salvó definitivamente, inmolándose en holocausto. Si Duarte no se resigna vencido, si no renuncia a sí mismo, a sus aspiraciones, a sus ambiciones, a su propia personalidad; hubiera sacrificado el ideal y oscurecido su Apostolado (…) el ideal se salvó porque Duarte, gran corazón y gran pensamiento, supo vivir para el ideal; porque Duarte supo morir para que su muerte diera aliento supremo al apostolado de su vida. Tal fue la misión de aquel gran hombre: sacrificarse a su concepción”. En 1926, Peña Batlle se refiere a Santana y Báez como “dos hombres funestos”, como dos déspotas: “Santana y Báez despotizaban de un modo absoluto el país”.

 

El “Presidente Báez; ante que todo propendía a la satisfacción de sus personales designios y a la conservación de un poder que no sabía emplear desinteresada y rectamente”. Posteriormente; consecuencia del trujillismo, Peña Batlle cambio de opinión y Santana pasa a ser un “político y guerrero de primer orden, en mi concepto mejor político que guerrero, o para hablar con más propiedad, guerrero en función de político”. Santana es el “líder integrar de la época y representante de todos sus sistemas, concepciones y sentimientos políticos, desembocó, en 1861, en la Anexión a España. Fue esta, sin embargo, la solución más lógica y concordante con lo que hasta entonces había sido la genuina constitución de la sociedad dominicana”.

 

La Anexión es el más grave error histórico de Santana, Peña le procura una excusa: “La anexión no fue un acto esporádico realizado por Santana contra un sentimiento unánime de la conciencia pública dominicana. Esta, unánime solamente frente a la unión con Haití, estaba dividida –profundamente dividida- en cuanto a la viabilidad de la independencia absoluta. Santana no mantuvo en ningún momento de su vida esta última disyuntiva ni la mantuvo tampoco una gran parte del pueblo. No hay que hablar de traición puesto que el político dominicano no ocultó nunca su disposición al entendido con una potencia europea. Gobernó el país bajo la premisa de aquel entendido, al que jamás desposeyó de las posibilidades de la anexión”.

El anexionismo de Santana está doblemente excusado: “Cuando Santana hizo la Anexión a España (…) no pudo dar un paso como el de la Anexión sino por vía intuitiva, presionado por circunstancias vitales y sin sujeción a ningún principio abstracto preestablecido, el de la independencia absoluta no había adquirido todavía carácter definitivo en la realidad dominicana. No hay duda posible de que Santana hizo la Anexión con gran repugnancia personal”.

 

Consultas.

 

Joaquín Balaguer (1990), La Palabra Encadenada.

Juan D. Balcácer (1995), Pasado y presente de Price Mars.

Federico García Godoy (1885), Denodado.

Héctor Incháustegui Cabral (1954), Prólogo al texto Orígenes del Estado Haitiano.

Andrés L. Mateo (1991), Haití y los intelectuales dominicanos.

Manuel Núñez (2011), Los días alcionios.

Manuel Núñez (2011), Peña Batlle, historia e ideología: un combate encarnizado.

Manuel A. Peña Batlle (1926), Demagogia.

Manuel A. Peña Batlle (1942), Transformaciones del Pensamiento Político.

Manuel A. Peña Batlle (1948), La Patria Nueva.

Manuel A. Peña Batlle (1954), Sincretismo y Superficialidad.

Manuel A. Peña Batlle (1989), Ensayos Históricos.

Manuel A. Peña Batlle (1927), El Período Presidencial.

Pedro L. San Miguel (1997), La hispanidad asediada de Peña Batlle.