Es imposible resumir en un breve artículo lo que ha pasado en Chile. De ser la joya de América Latina ha pasado ahora a un nuevo experimento marxista o radical de la región.
Muchas teorías se han esbozado. Explicaciones que van desde la economía, a la sociología, la ciencia política y hasta la sicología. Tal vez todas tengan algo de razón. Lo que sí resulta un hecho es que en Chile se rompió el contrato social, lo cual se evidenció con uno de los estallidos de violencia más dramáticos que se hayan visto en la región en las últimas décadas.
En un periodo relativamente corto se pasó de un discurso sensato, en que había un gran consenso en la sociedad de cómo ir avanzando, a manifestaciones radicales y hasta irracionales sobre el rol del Estado, sobre la educación, el sistema de pensiones y el modelo económico en general.
Se empezó a popularizar la frase de que el lucro era malo y que el sector empresarial oprimía a un pueblo que ya no aguantaba más. Una parte de los chilenos pasaron a negar todo el avance que se había logrado y achacaban sus problemas al modelo de economía de mercado que muchos llaman neoliberal.
Y no hay duda de que Chile era una economía de mercado. Simplemente aprendió hace décadas que no hay países que se desarrollen sin una buena dosis de capitalismo. Pero a la vez con un Estado mucho más eficiente en la ejecución del gasto público que la mayoría de los países de América Latina y con un gasto social que arrojaba indicadores cada vez mejores en términos de efectividad.
Chile cuenta con instituciones de nivel mundial como su Banco Central, un consenso de poca corrupción (para los estándares latinoamericanos) e indicadores económicos que eran la envidia de la región. El progreso de Chile a partir de 1990 fue innegable: eliminó la pobreza extrema, su crecimiento le permitió acercarse a los niveles de países desarrollados y avanzó enormemente en los indicadores sociales.
¿Y la educación? Podía mejorar sin dudas, pero Chile cuenta con algunas universidades de clase mundial y sus estudiantes de nivel pre-universitario consistentemente obtienen las mejores puntuaciones de la región en las evaluaciones internacionales.
La desigualdad de ingresos o de riquezas venía cayendo. Y también se había reducido la desigualdad intergeneracional. Eso significa que los hijos estaban mejor que sus padres. Es decir, cada generación estaba mejor que la anterior y tenía una mejor calidad de vida.
El estallido social ha sido visto como un gran triunfo de la izquierda y el fracaso del modelo neoliberal. Pero desde 1990 Chile fue gobernada en gran parte por una coalición de centroizquierda, la Concertación. Y la verdad es que cuesta creer que no haya nada que rescatar en materia económica.
Lo que sí está claro es que hay algo en Chile que no podemos ignorar: el crecimiento económico disminuyó gradual, pero sostenidamente. En la década de 1990 la economía chilena creció a una tasa promedio 6.1%. En la década del 2000 lo hizo a una tasa promedio de 4.2%. Y del 2010 al 2019 creció a una tasa de 3.3%. Pero en años más recientes, desde el 2014, creció anualmente 2%. Es decir, su tasa de crecimiento observada pasó de más de 6% en los años noventa a 2% en los años previos a la pandemia.
Y lo que es peor, su tasa de crecimiento potencial de largo plazo se redujo a menos de la mitad, pasando de más de 5% hace veinte años a colocarse en torno al 2.5% en años recientes. Es decir, la economía chilena perdió al menos la mitad de su capacidad de crecimiento en menos de una generación, en palabras del reconocido economista Andrés Velasco.
El crecimiento, que tanto se subestima en el país, parece que durante muchos años contuvo o amortiguó en Chile las grandes presiones sociales. Es que cuando un país deja de crecer todo se complica (¡el crecimiento económico es bueno después de todo!). No es casualidad que ahora los funcionarios del Gobierno miden todo en proporción al PIB, aprovechando que tuvimos en 2021 uno de los mayores crecimientos de nuestra historia.
Es por esto que nuestra clase gobernante, trabajando de la mano de todos los sectores, debe hacer lo necesario para mantener las tasas históricamente altas de crecimiento de nuestra economía, sabiendo por supuesto que hay muchísimos factores que escapan a su control. Cuando en Chile se agotó esa fuente, se destapó el pandemónium. Evitemos que eso pase aquí.