La característica más repetida de los tiempos que vivimos es la incertidumbre. Al preguntarle a cualquier persona con la que tengamos una conversación qué opina sobre el futuro de la sociedad en la que vivimos, el no saber siempre va acompañado de un suspiro y de un ¨nada bueno¨. Considero que esto sucede no por falta de información sobre lo que sucede en nuestras sociedades ya que, al contrario, hay un exceso de datos y de informaciones que circulan por la web. A partir de los aportes del historiador Josep Fontana en su artículo titulado ¿Qué historia para el siglo XXI?  Retomo el concepto de conciencia colectiva con el objetivo de tener una idea más clara de por qué nos habita tanta incertidumbre y pesimismo al hablar de nuestras sociedades.

¿Qué es la conciencia colectiva? Por conciencia colectiva podemos entender el conjunto articulado de ideas de las personas que habitan en un determinado lugar y forman sociedad. Requisitos fundamentales de la conciencia colectiva son la participación, el diálogo, el sentido de realidad de lo que se vive y del lugar en el que se habita, así como el conocimiento de dónde se viene para poder articular un futuro y vivir a mayor plenitud el presente. Aquí la historia tiene un rol esencial: ayudar a cultivar una memoria colectiva en torno a la cual se formen las identidades que participen en la conciencia colectiva. El problema es que la historia que tenemos en la actualidad, parece no responder bien a esa necesidad.

Al hablar de historia, me refiero al campo de estudio. A ese campo de estudio, Josep Fontana le hace unas críticas que considero pueden ayudar a cambiar el rumbo de un área del conocimiento que parece estar ensimismada y no comprometida éticamente con la conciencia colectiva. Los tres puntos fundamentales de dicha crítica son: el historiador debe tener como fin los problemas que afectan a las personas de ayer y de hoy con el propósito de aportar conocimientos que sirvan para mejorar las condiciones de vida en el presente; la historia debe ser representativa y polifónica, abriéndose a que las voces de los subalternos también sea escuchada; y concebir una historia que tenga como meta contribuir a nuevas formas de pensar en vez de acumular conocimientos.

Las incertidumbres y el pesimismo crecen porque hay una ausencia de una conciencia colectiva participativa que, con su diversidad, logre establecerse una meta en conjunto de futuro. Los estados también cargan con gran parte de la culpa. Han cultivado una narrativa histórica para legitimarse como estado-nación basada en patrones identitarios (véase la prohibición de libros en Estados Unidos), en vez de fomentar un pensamiento participativo en el que cada ciudadano integre en su pensar que como sociedad nos rige un contrato social que va más allá de identidades raciales o nacionales. La práctica de los estados ha sido destinar recursos para imponer una forma de pensar que perpetúe la narrativa de los ganadores. Esto termina dejando a las mayorías fuera de esas narrativas y crea sociedades fragmentadas que funcionan bajo la mera lógica del mercado. Reina el cada uno haga lo que pueda, que viva la competencia y al olvido la humanidad en su concepción más integral.