Si se arman ejércitos repetidamente, los impuestos son pesados. (Sun Tzu)

 El científico, físico, teórico, erudito y escritor que inventó la bomba atómica, Robert Oppenheimer, jamás imaginó los enormes estragos que este artefacto diabólico produciría en Hiroshima y Nagasaki, al término de la Segunda Guerra Mundial (1945).

Estos acontecimientos llevaron al científico Andrei Sajarov a oponerse de manera radical a los inventos que en esa dirección se desarrollaban en su país, la Unión Soviética; su oposición a su sistema totalitario y su fervor por la libertad que le mereció el Premio Nobel de la Paz de 1975.

Sajarov escribió el libro Mi país y el mundo que tuvo mucha demanda en los Estados Unidos y otros países por sus consideraciones sobre el ejercicio de la democracia y su preocupación por el destino de la humanidad.

Conviene tomar en cuenta los argumentos de Ana María Salazar, en su libro Las guerras que vienen. Riesgos para las democracias ante nuevos conflictos mundiales, donde afirma que: “En un mundo globalizado como el actual, promover una economía de guerra es una costumbre en desuso. Además, altamente peligrosa dadas las repercusiones globales que puede tener cualquier conflicto, armado o no”.

Considera que:

“Hoy, cualquier signo de inestabilidad en un país puede suponer un desequilibrio regional”. Asegura Salazar que: “Según los involucrados en el conflicto -en este caso Irak, una potencia energética, y Estados Unidos, una superpotencia-, serían los efectos a nivel mundial”.

Agrega que: “Otros conflictos nacionales que tuvieron un impacto directo en las economías mundiales fueron, por ejemplo, los disturbios entre los grupos étnicos en Nigeria y los paros nacionales en Venezuela”.

Refiere, en tanto, que: “Ambos conflictos, aunque internos, impactaron la economía mundial porque afectaban el flujo de petróleo proveniente de estos países”.

En todo caso—sostiene– los conflictos provocan inestabilidad, que es lo que más impacta a las economías y afecta a los consumidores. En ese orden, Ana María Salazar enfatiza que en otras épocas menos globalizadas, al iniciar una guerra, las decisiones sobre las operaciones militares quedaban en manos de los generales en el frente de batalla y sus estrategas en el comando central.

En ese sentido, subraya la escritora y periodista Salazar, quien fuera  asesora política de la Casa Blanca, que el Estado confería todo el poder al ejército con el fin de salvaguardar su integridad y la de los ciudadanos. En cambio, dice, hoy las cosas son distintas y los comandantes del ejército de la Coalición deben estar pendientes de las bolsas de valores como uno de los acontecimientos en  el campo de batalla y ponderar, en el momento de lanzar un ataque aéreo, la repercusión que tendrá en los mercados internacionales una acción militar de tal envergadura.

Como especialista en temas relacionados con seguridad nacional, analiza con profundidad los efectos y causas de los conflictos bélicos al extremo de también analizar los estragos económicos que los mismos producen. En tal sentido, señala que las bolsas de valores -al referirse a casos anteriores- mostraron una baja significativa como reacción a las imágenes bélicas que constantemente se mostraban en la televisión. Al mismo tiempo, cuando las tropas de la Coalición tocaron las puertas de Bagdad y se inició la guerra urbana, las imágenes se recrudecieron, y por ende las bolsas mostraron movimientos desiguales de un día para otro. Hubo fluctuaciones en los índices y en las cotizaciones, reflejo del nerviosismo ante la posibilidad de que las cosas no resultaran como lo planearon Estados Unidos y sus aliados.

(Ana María Salazar, Las guerras que vienen. Riesgos para las democracias ante nuevos conflictos mundiales, prólogo de Baltasar Garzón, Santillana Ediciones Generales, S. A. de C. V., 2003, pp. 53-54).

Cándido Gerón en Acento.com.do