Si no quieres tener Dios (y él es un Dios celoso) tendrás que rendir homenaje a Hitler o Stalin. (S. Eliot)
Asegura Karl von Clausewitz que si el resultado de la guerra dependiera de una decisión única o de varias decisiones simultáneas, los preparativos para esa decisión o para estas decisiones diversas deberían ser llevados hasta el último extremo. Nunca podría recuperarse una oportunidad perdida; la única norma que podría darnos el mundo real para los preparativos a hacer, sería, en el mejor de los casos, la medida de los preparativos de nuestro adversario, por lo que de ellos llegáramos a conocer, y todo lo demás habría de quedar nuevamente relegado al campo de la abstracción. Si la decisión consistiera en varios actos sucesivos, cada uno de estos, con sus circunstancias concomitantes, podría suministrar una norma para los siguientes y, de este modo, el mundo real ocuparía también aquí el lugar del mundo abstracto, modificando, de acuerdo con ello, la tendencia hacia el extremo.
A su juicio: “La guerra no consiste en un golpe sin duración”.
Sin embargo, -añade- si toda guerra hubiera de limitarse necesariamente a una decisión única o a varias decisiones simultáneas, si los medios disponibles para la lucha fueran puestos en acción a un tiempo o pudieran ser puestos de ese modo, una decisión adversa reduciría estos medios, y si hubieran sido empleados o agotados en la primera decisión, no habría base para pensar en que se produjera una segunda. Todas las acciones bélicas que pudieran producirse después, formarían en esencia parte de la primera y solo constituirían su duración.
Pero hemos visto que en los preparativos para la guerra el mundo real ha ocupado ya el lugar de la idea abstracta, y una medida real, el lugar de un extremo hipotético. Cada uno de los oponentes, aunque no fuera por otra razón, se detendrá por lo tanto en su acción recíproca lejos del esfuerzo máximo y no pondrá en juego al mismo tiempo la totalidad de sus recursos.
Pero la naturaleza misma de estos recursos y de su empleo, hace imposible la entrada en acción simultánea de los mismos. Estos recursos comprenden las fuerzas militares propiamente dichas, el país con su superficie y población y los aliados.
El país, con su superficie y población, no solo es la fuente de las fuerzas militares propiamente dichas, sino que, en sí mismo, es también una parte integral de los factores que actúan en la guerra, aunque solo sea la parte que suministra el teatro de operaciones o tiene marcada influencia sobre él.
Ahora bien, todos los recursos militares móviles pueden ser puestos en funcionamiento simultáneamente, pero esto no reza para con las fortalezas, los ríos, las montañas, los habitantes, etc., en una palabra, el país entero, a menos que sea tan pequeño que la primera acción bélica lo envuelva totalmente. Además, la cooperación de los aliados no es cosa que dependa de la voluntad de los beligerantes, y ocurre frecuentemente, por la misma naturaleza de las relaciones políticas, que no se hace efectiva sino más tarde, con el propósito de restablecer el equilibrio de fuerzas perdido.
Más adelante explicaremos con lujo de detalles que esta parte de los medios de resistencia, que no puede ser puesta en acción a un tiempo es, en muchos casos, una parte del total mucho más grande de lo que podríamos pensar a primera vista y que, por lo tanto, es capaz de restablecer el equilibrio de fuerzas, aun cuando la primera decisión se haya producido con gran violencia y de ese modo haya alterado seriamente el equilibrio. Por ahora, bastará con dejar sentado que es contrario a la naturaleza de la guerra el que todos nuestros recursos estén en juego al mismo tiempo. Esto, en sí mismo, no habrá de motivar la disminución de la intensidad de nuestros esfuerzos en la decisión de las acciones iniciales, ya que un comienzo desfavorable es desventaja a la cual nadie se expondría de intento, dado que, si bien la primera decisión es seguida por otras, mientras más decisiva sea, mayor será su influencia sobre las que la sigan.
Empero, reafirma, el hombre trata de eludir el esfuerzo excesivo al amparo de la posibilidad de que se produzca una decisión subsiguiente y, por lo tanto, no concreta ni pone en tensión sus recursos para la primera decisión hasta donde hubiera podido hacerlo, de no mediar aquella circunstancia. Lo que uno de los adversarios no hace por debilidad se convierte para el otro en base real y objetivo para aminorar sus propios esfuerzos y, de este modo, a través de esta acción recíproca, la tendencia hacia el extremo se reduce una vez más a un esfuerzo limitado.
Por último, en su diagnóstico, asevera que la decisión final de una guerra total no siempre debe ser considerada como absoluta. El Estado derrotado, a menudo ve en ella un mal transitorio al que puede encontrarse remedio en las circunstancias políticas venideras. Es evidente que esto modifica, en gran medida, la violencia de la tensión y la intensidad del esfuerzo.
(Karl von Clausewitz, De la guerra, Talleres El Gráfico, Argentina, 1960, págs. 9-15).
En sus aspectos metodológicos y a nivel teórico y académico, Alvin Toffler, en su obra El shock del futuro, se basa en la aceleración de la historia con respecto al siglo pasado y plantea que ha sido más rápido, a partir de la Segunda Guerra Mundial, detectar los descubrimientos tecnológicos, la explosión demográfica, las inquietudes socioeconómicas, los conflictos bélicos latentes o en activo y el inmenso avance en los sistemas de información que llegan a cantidades cada vez mayores de personas, los datos referentes a esta época histórica, en ebullición, que estamos viviendo.
Esto explica las preocupaciones filosóficas y políticas que están planteando, de manera puntual y a partir de una visión global, estudiosos de gran calado como Byung-Chul Han y Yuval Noah Harari, quienes ponen de relieve aspectos como la deshumanización de los individuos y la capacidad enorme de las corporaciones que controlan las riquezas, el poder de la información e imponen esquemas y patrones que potencializan efectos negativos sobre las clases obreras y los sectores vulnerables.
Ambos filósofos plantean las enormes desigualdades sociales que se dan en los grupos humanos debido al control total de las corporaciones. Factores que están desarticulando la pluralidad de la cultura a nivel universal. También est sufriendo cambios acelerados la movilidad de los ciudadanos con su secuela de desequilibrios psicológicos.
La llamada posmodernización, que se ha adueñado del campo de la información y de los derechos fundamentales del hombre, se ve amenazada en muchos aspectos debido a la industrialización. En este caso, se observa cómo Occidente quiere imponer al mundo de manera indiscriminada sus criterios estratégicos en el comercio, el medioambiente, en la geopolítica que también engloba a Asia y se propone inmovilizar a los Estados Unidos y a China en sus planes de expansión de mercados y el control de una posible guerra atómica.
Toffler nos aclara esta realidad al exponer que la asociación política soberana, es decir, el Estado, como forma más perfecta, hasta ahora, de dicha convivencia, ha sufrido indudablemente las consecuencias de estos cambios, que en forma necesaria se reflejan en la actitud y los métodos de las ciencias políticas, para interpretarlos y expresar sus principios.
Por lo cual, y en muchos aspectos, hay que validar las evidentes causas que plantea Toffler, a partir de lo complicado que se revela el mundo como consecuencia de la caída de las ideologías y el apogeo del neoliberalismo, que han servido de plataforma a estas corporaciones logrando separar a la clase trabajadora de su lucha social e ideológica fracturando las relaciones humanas con el propósito de encaminar la influencia global que ya está dando sus frutos con la materialización de una guerra en línea de productos que provocan gran escasez y que los beneficia enormemente.
Concentrados en esta estrategia, no ofrecen mediaciones concretas y, en algunos casos, poca ayuda humanitaria en la guerra entre Rusia y Ucrania, al entender que no ganan nada con ser intermediarios ni propiciar un acuerdo de paz entre estas dos naciones, sino tienen por delante asuntos más puntuales como el control de los territorios que van dejando las inmigraciones ante la carencia de agua, seguridad ciudadana, trabajo. Al parecer, el Estado es una maquinaria manejada por gobernantes que se preocupan más por las riquezas que por la suerte de sus gobernados.
Sin embargo, para Toffler, queda la perspectiva de que la crisis de Estado no se ha resuelto aún en definitiva, pero ya existen suficientes elementos de juicio para estimar que no se avizora la desaparición de este organismo social como forma suprema de convivencia, sino, por el contrario, la soberanía, que es la nota culminante y decisiva de la constitución del Estado, se sigue afirmando en los núcleos políticos independientes y solo desaparece con la sumisión a otros Estados de los grupos políticos subordinados que en realidad han perdido su soberanía y, en consecuencia, su calidad de Estados, en sentido estricto, para dar lugar a la presencia de los llamados sistemas satélites (que tuvieron gran predominio a partir de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría), como fue el caso de la URSS y las naciones que sirvieron de recepción como Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Polonia, Alemania Oriental).
(Alvin Toffler, El shock del futuro, Fondo de Cultura Económica, México, 1972, p. 15).
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