La fiesta como género y como celebración antropológica en la antigüedad griega, es una manifestación colectiva, religiosa, cultural, antropológica, ritual y teatral.
Según Francisco Rodríguez Adrados en su obra titulada Fiesta, Comedia y Tragedia (1972), la fiesta es un encuentro celebratorio que “… suele comenzar por una pompé o procesión del como que representa a la colectividad o de los varios comos que representan a fracciones de ella; pompé que suele contener elementos hímnicos o trenéticos, a veces agonales también. A partir de aquí es posible la más grande libertad: hay rituales diversos como los que ya hemos estudiado(invocación, evocación, treno…) y otros de los que hemos llamado de acción, a saber, fundamentalmente el agón, pero también otros como la “boda sagrada”, la arada sagrada, etc. Hay, el sacrificio, desde luego, el “sacrificio…” (Véase Op. cit. p.398).
Esta consideración de la fiesta como celebración, representación, género y expresión aglutinante, implica otro elemento fundamental del drama que es la danza, pero que también tiene sustento en la voz, el grito, el canto, la invocación y la bebida afrodisiaca.
De ahí que en Occidente la fiesta esté asociada necesariamente al baile, a la expresión exaltada, el acercamiento social, que por otro lado implica la alta y popular celebración; siendo así que la voz, el cuerpo y la convivencia son los elementos que estimulan, fortalecen y crean la fiesta o la festividad ligada a la fuerza colectiva que invita a la emoción, desde el punto de vista convivencial.
De ahí que las primeras fiestas humanas eran por lo general fiestas agrarias, religiosas y familiares. El participante en una fiesta tenía un rol accional o dramático; por cuanto el término dramático o drama remite por lo general a estados del cuerpo, el movimiento, la voz, y el sentido cultural del acercamiento y el compartir comunitario. Lo que dar lugar a un encantamiento frenético, vivencial y por lo mismo motivacional que expresa los estados psicológicos y humanos justificados en el movimiento corporal y vocal.
De ahí que la fiesta esté asociada a los orígenes del teatro. Según el helenista español Francisco Rodríguez Adrados:
“En vez de arrancar de un solo ritual o un género lírico para cada género teatral, trátese del “Ditirambo”, el llamado “Ditirambo de Sátiros” (es decir, los comos de sátiros y demás) o los Himnos Fálicos, hemos tomado en consideración la totalidad de los elementos que se encuentran en las fiestas agrarias. (vid. p. 447)
La fiesta tiene su estructura que obedece a:
Un motivo o impulso
Una celebración ritual
Un estado emocional
Una fuerza cultural y tradicional
Un encantamiento
Un acto de alegría o final
Un encuentro comunitario y un acercamiento sociodinámico del sujeto de la fiesta contextualizado en un espacio-tiempo que puede ser religioso, congregacional y familiar.
El actor cultural es la base expresiva de la fiesta. La música es el cuerpo danzante del participante-actor que produce la disposición bailable o danzaria; pues la música, la palabra y el cuerpo son los responsables de la fiesta, así como de todo lo que se desprende de su matriz genésica. El concepto de participante en la fiesta tiene un valor mítico, religioso y amistoso, pues todo aquel que comparte y participa o celebra en una fiesta, tiene una responsabilidad en el compartir sagrado o profano de la fiesta.
Carne, voz y huellas en el teatro.
Una teoría cultural de la fiesta debe ser comprendida sobre la base de relaciones conformativas del cuerpo, la voz, el movimiento y la forma expresiva del campo teatral y visional respaldado por la acción propiamente espectacular. La mano, el ojo, el plexo o cualquier desplazamiento en juego y tejido se revelan en el orden del teatro como inscripción fenomenológica, psicológica y antropológica.
En su obra titulada El Héroe de las mil Máscaras (1949) de Joseph Campbell, que lleva como subtítulo Psicoanálisis del mito, el antropólogo norteamericano elabora todo un trabajo sobre el héroe. Esta obra sugiere cardinales mitológicas incidentes en el enmarque espectacular y cultural
Existen muchos espacios de origen que conforman diversas dramaturgias locales reconocidas por sus aportes estéticos y vinculares de la representación. Es por eso que el concepto de participante espectacular debe estar dispuesto a cualquier experiencia vocal y corporal en el contexto de toda actitud danzaria visible en toda colaboración espectacular.
El participante tiene en este y en otros casos, una acción parateatral y por eso no es lo mismo un participante que un actor; pues en el participante se da una experiencia en un teatro de la calle que tiene características culturológicas surgentes y por tanto, simbólicamente, el mismo respeta la tradición y hace aportes que son serios y necesarios para el fundamento psicológico del teatro y la teatralidad contemporánea.