La difusión del mapa dominicano que muestra en rojo las provincias con casos de la enfermedad por coronavirus, ha provocado que 12 sin notificaciones oficiales hasta este martes 24 de marzo de 2020 (entre ellas, las cinco de la frontera dominico-haitiana y otras), hayan comenzado a reclamar a la autoridad bloqueos de entrada y salida de personas, o hayan adoptado esas decisiones por cuenta propia.

Si bien cualquier decisión respecto de la propagación en el territorio nacional debe partir sólo del gobierno, la exigencia de Pedernales, Elías Piña, Independencia, Dajabón y Montecristi, y las otras siete comunidades, es entendible y ha de ser analizada y respondida a la brevedad. No luce una locura.

La angustia o pánico que provoca reacción colectiva tan radical es el resultado de la carencia de una cultura de prevención que las hace más vulnerables al bombardeo sistemático de historias mediáticas sensacionalistas frente a una ínfima frecuencia de las explicativas con intención de promover la salud colectiva. Sí.

Pero el grito también registra componentes reales que jamás han de obviarse: son comunidades distantes, empobrecidas, con salud precarizada, muy desterradas por los gobiernos, y, como si fuera poco, en el caso de las fronterizas, son testigos del cruceteo, sin control, por tierra y mar de decenas haitianos hambrientos y enfermos que huyen al abandono de su país en busca de la comida del día para la sobrevivencia.

El otro factor es el dato de que países como China y Korea del Sur han cerrado fronteras de ciudades para detener el virus, y han exhibido éxito. Naciones desarrolladas como Italia, España y Estados Unidos, con sistemas sanitarios eficientes, están al borde del colapso. Miles de sus ciudadanos han fallecido, miles sufren complicaciones, las atenciones médicas resultan insuficientes, son lejanas las perspectivas de una vacuna preventiva o terapéutica. Los augurios son tétricos.

El Ministerio de Salud ha informado, a media mañana de este martes, que los casos han aumentado a 312, con seis muertos (cuatro de ellos en la provincia Duarte,  29 positivos), 298 en seguimiento. Ha enfatizado que 12 provincias (de las 31 del país) no registran notificaciones, y 22 presentan menos de tres. Ha reiterado la recomendación a extremar las medidas de prevención que incluyen (mantenerse en sus hogares, salvo necesidad.

La realidad es una: el virus circula, avanza; las pruebas diagnósticas son “como muela de garza”. Estamos ante una epidemia no declarada, mientras un segmento importante de la sociedad se resiste a adoptar las recomendaciones oficiales para la prevención. Los alegatos van desde la incredulidad sobre el discurso oficial de la enfermedad, al calificarlo como un plan político de cara a las próximas elecciones congresuales y presidenciales; pasan por el “no soporto estar en la casa” y llegan hasta expresiones conformistas como “pa que mate el hambre, que me mate el coronavirus”.

La violación a las disposiciones gubernamentales, incluido el decretado “toque de queda”, ha sido recurrente por parte de ciudadanos de las principales ciudades. Y ello complica el riesgo. Lo ha admitido en la rueda de prensa el ministro de Salud, Rafael Sánchez Cárdenas.

En las provincias fronterizas, libres aún del virus, la conducta ha sido diferente. No se niegan. Por razones varias, exigen medidas radicales como el cierre de sus entradas.

Ante el panorama poco auspicioso, el gobierno está obligado a arreciar los controles preventivos. Y uno de ellos ha de ser valorar el “grito fronterizo” de evitar que la propagación alcance la zona. Allá tienen derecho a la palabra. Y a defenderse, protegerse, que equivaldría a control sanitario de quienes entren a sus ciudades, sin importar nacionalidades.

Y eso no significa aislamiento, ni confinamiento, términos negativos, violentos, que deberían desaparecer del discurso oficial porque provocan en la población reacciones naturales adversas. Protegerse en casa, no confinarse, ni aislarse. ¿Quién responde a tiempo?