Hubo un tiempo, hace unos 10 mil años, en que lo procesos de desertificación concentraron bandas de humanos en torno a grandes ríos, fue el tiempo en que aprendimos a domesticar plantas y animales. De vivir trashumantes en pequeñas pandillas familiares, cazando y recolectando, pasamos a formar pequeñas aldeas donde la riqueza genética de los diversos grupos produjo humanos más fuertes y longevos. Se articularon lenguas primitivas que identificaban estas tribus. La alfarería y la cestería enriqueció la vida de estos primeros humanos tribales, cuestión prácticamente imposible cuando la vida era una migración permanente para sobrevivir.

La producción de excesos de comida por la agricultura y la ganadería impulsó formas de liderazgo sociales ajenos a la actividad productiva y los conflictos entre tribus especializó algunos hombres en las artes de guerra. No sabemos cuándo, pero en eso que llamamos el neolítico surgió el primer Estado. Controlando muchas tribus un pequeño grupo se erigió en el poder y mediante la violencia pasó a controlar la propiedad de las tierras productivas, el ganado y en un momento determinado la vida de los individuos: surgió la esclavitud.

Estado, violencia y propiedad nacieron en un mismo acto, acompañados por el surgimiento de ejércitos, una corte de funcionarios y una casta sacerdotal. La propiedad como expresión del poder del Estado se extendió a los territorios que se consideraban potestad de los gobernantes y esto generaba las fronteras entre diversos Estados y guerras permanentes. Las guerras eran acciones violentas para ocupar más territorios y asumir su propiedad, incluso era común que los sistemas religiosos indicaran que sus dioses les habían concedido esas tierras. Todavía al inicio del siglo XXI muchos creen en esa tontería de tierra prometida.

Con el surgimiento del capitalismo la legitimidad de la propiedad pasó a ser una cuestión legal, aunque en sus momentos fundacionales la acumulación de riqueza, sobre todo en tierras, fue hecha de manera violenta. Marx en su obra El Capital analiza las formas de acumulación originaria que dieron sustento a que el capitalismo surgiera. La legalización de ese despojo creo las condiciones para que a su vez la riqueza acumulada por esas minorías no les fuera arrebatada por otros. En la moralidad burguesa el culto al trabajo tesonero y honrado oculta el pecado original del robo que les permitió crear esos capitales.

Cuando se discute en la actualidad la conocida Ley de extinción de dominio se está tocando el nervio del sistema capitalista mismo. La pregunta es cuáles capitales son legítimos para operar en una economía de capitalismo atrasado como la nuestra. Si la burguesía criolla permite que las grandes fortunas robadas por funcionarios públicos, las enormes sumas de dinero producidas por el narcotráfico y los bienes obtenidos por actividades criminales entran en el sistema económico legal, no solo tergiversaría el ambiente de negocios, sino que podíamos ser aislado del sistema financiero mundial por permitir el lavado de activos.

La violencia que fundamentó el Estado, el saqueo que generó los primeros capitales y la guerra permanente que dibuja y desdibuja los grandes intereses económicos a escala global, busca pacificarse mediante la legitimidad de los capitales y el orden institucional para los negocios.