En el mundo de los estudios críticos, culturales y poéticos, existe una red de sistemas de signos y símbolos cuya visión y expresión se constituyen mediante la relación representativa del contenido y la expresión de la obra de arte. Dicha relación supone también la oposición forma-de-la-expresión y forma-del-contenido. La poética, en este caso, es la disciplina explicativa del discurso artístico, en sus variedades particulares y sus estructuras específicas.

 

Desde Hegel, la poética es entendida como la disciplina estética y filosófica que trata de lo bello y sus formas y sobre todo del discurso propio de la obra y su hacedor. Existe así una poética de la pintura, de la arquitectura, del drama, de la escultura, de la danza, etc., donde los cambios genéricos y estructurales de la obra, admiten la posibilidad de una ciencia del arte y una ciencia de la lectura o interpretación de los productos artísticos. Este tipo de analítica tiende a dar cuenta, desde Kant y Husserl de los fenómenos internos de la obra, como de los fenómenos externos de la misma.

 

La poética y la crítica de arte van de la mano conjuntamente con las disciplinas complementarias que nos sirven de acceso a la comprensión y a la realización que nuestra la totalidad de la obra de arte. Dicho concepto se conoce en la reificación o materialidad de lo artístico, según G. Lukács (en Estética 1, 2, 3 y en sus primeros textos de influencia hegeliana y marxiana).

 

 

Elementos de percepción, sensorialidad y visualidad, concurren en la sustancia y formación de un modelo estético de cualidades sensibles determinadas. La calidad de la subjetividad es una fuerza de pensamiento y visión de mundo movilizador de entidades y gestos ideales del sujeto.

 

De esta manera, todo objeto de arte presentifica el tema y la ideación de lo que denominamos “obra de arte”. A través de la obra y su “obrar” estético se puede explicar el concepto de voluntad, junto al concepto de representación que encontramos en las sentencias estético-filosóficas de Arthur Schopenhauer en su obra El mundo como voluntad y representación. Según Gombrich, la figuralidad de un objeto de arte estará unida a la vocación del artista y del intérprete. (Ver, La imagen y el ojo, en Gombrich esencial, 1996).

 

Si la obra está unida o vinculada a los símbolos o representaciones de una cultura, sus efectos deben ser entendidos como efectos de dicha cultura, de tal manera que los fragmentos de dicha obra, habrán de integrarse en la unidad de producción del arte.

 

En efecto, debe observarse que, en el contexto de la obra, el objeto es determinado por las variables estéticas, culturales y simbólicas que intervienen en el mensaje. Las transformaciones, así como las inversiones interpretativas, hacen que tanto la crítica y la poética, se conviertan en dominio de reflexión que, aun dando cuenta del producto artístico, dan cuenta, además, de sus determinaciones sociales, estéticas y antropológicas. Tanto en publicidad como en fotografía, en pintura y escultura, así como en el arte de la instalación, el efecto de realidad será siempre dominante para los lectores, pues estos  asumen el contexto y el sistema comunicativo de la obra en estado de presencia y situación creacional.

 

Este mecanismo se utiliza en todo el arte occidental a partir de los modelos básicos de la representación visual. La figuralidad nos viene dada en la teoría y en la crítica, a partir de Dürero, las obras de Leonardo, Alberti, Miguel Ángel, Piero de la Francesca y otros modernos como Magritte, Duchamp, Diego Rivera, Tovar, Oviedo, Clara Ledesma, Ada Balcácer y muchos otros.  Un contenido imaginario y una visión normativa para la inscripción del objeto de arte implica un diálogo entre mundos visuales y culturales.

 

A partir de la transformación y el rompimiento con la imagen clásica, en la disolución del renacimiento,  los pintores, arquitectos y dibujantes, empezaron a investigar una imagen nueva en cuanto a sus leyes, trazados, memoria visual y descomposición de los planos de imagen. A partir del Dadaísmo y el Expresionismo, todas las imágenes oníricas, se reconocen en el tipo de representatividad metafórica, simbólica y abstracta, siendo así que las leyes de la pintura y del dibujo clásico, son violentadas y en consecuencia transformadas por una nueva visión de la representatividad, a la que se le llama Neo-figuralidad.

 

Con el desarrollo del nuevo diseño, los nuevos procedimientos de proyección de imágenes icónicas, tienden a resaltar el objeto a través de la clave, el procedimiento y la técnica de articulación. Los componentes o elementos de la lectura formal, constituyen el marco de referencias para una nueva invención partiendo del color, el dibujo, la geometría, la superficie pictórica, tonalidad, acentuación rítmica y otros elementos que integran un marco de lectura encaminado a producir distinciones en el ámbito de lo visual. Las estructuras espaciales y temporales, concurren desde el punto de vista estético-visual, a la unificación de las vertientes funcionales del objeto de arte. Se destaca en todos los aspectos formativos de la imagen un diálogo, a la vez que una estructuración de los diversos mundos que nos exhibe o muestra el encuadre artístico y las demás formas o fórmulas representativas.

 

A partir de 1924, la teoría y la crítica de arte, asimilaron nuevas modalidades de enjuiciamiento estético, habiendo asistido desde 1905 al fenómeno denominado “vanguardias artísticas”. La llamada “revolución surrealista” trastocó el orden significante de la interpretación artística siendo así que, a partir de los manifiestos surrealistas de Breton, el arte fue visto como una manifestación de la neo-figuralidad un tanto conceptual que propician las nuevas modalidades artísticas de nuestros días.