El vuelo hacia el sur fue una aventura inesperada. La línea Pan American volaba los Boeing 707, la primera generación de jets de pasajeros. Algunas semanas después, observando una enorme aeronave sin hélices elevarse en el aire sobre el aeropuerto dominicano, un amigo comentó asombrado que “se succiona sola del suelo”.

Esa fue una agradable sorpresa. Llegar como diplomático canadiense a mi primer puesto fue una sorpresa de otro carácter. Tenía apenas una idea remota de lo que podía esperar.

Canadá exportaba granos y bacalao salado y estaba invirtiendo en una mina de níquel, y me habían dicho que  las personas en su mayoría eran muy simpáticas y algunas -como pronto descubrí- eran temerarias, valientes hasta la fatalidad. Se me hizo saber con claridad que el país se había convertido en una dictadura brutal. Pero, ¿qué significaba eso? Asumí que como diplomático estaría protegido del lado oscuro.

El general Rafael Leónidas Trujillo, dictador de la República Dominicana. Credit Tad Szulc/The New York Times
09/05/2016

En este sentido, no hubo un aterrizaje suave. Mi educación comenzó en el aeropuerto. Fui recibido por mi predecesor Leopold y su amigo Philip Bernstein. Philip, quien se convertiría en mi amigo, era un empresario británico entrado en años y la única persona que he conocido que  consumía rapé. Más o menos  cada veinte minutos inhalaba un poco de una pequeña caja de marfil, introducía una pizca en un orificio de la nariz y estornudaba en un pañuelo amarillento.

Leopold, con quien coincidí brevemente, era inusual. Ni extendiendo la imaginación podía ser descrito como el  diplomático estereotípico. Era voluble, táctil y exuberante en sus pasiones, sus gustos y disgustos. Y era encantador, pero me sentí desconcertado por él, y muy pronto, por muchas cosas más.

El aeropuerto fue una iniciación. Leopold vestía una guayabera que ocultaba la pistola que tenía sujeta a su correa. Como explicó, la pistola era para su autodefensa. Había asistido al funeral de alguien liquidado por la policía secreta, y admitió que se había hecho paranoico ante la posibilidad de que su creciente y visible aversión al régimen condujera a un atentado contra su vida. Era improbable que él pudiera convertirse en un objetivo, pero la noticia difundida pocos días después de que las tres reconocidas y respetadas hermanas Mirabal habían muerto en un “accidente automovilístico" justificaba sus temores.

Salimos del aeropuerto Generalísimo Trujillo, tomamos la autopista Teniente General Trujillo, cruzamos el puente Rhadamés Trujillo, dejamos atrás, a nuestra derecha, el ensanche Julia Molina, y entramos a Ciudad Trujillo. El nombre original, conferido por Cristóbal Colón, se había mantenido por casi 500 años antes de convertirse en una víctima del narcisismo del dictador.

Había estado en suelo dominicano menos de una hora, y ya estaba comenzando a darme cuenta de que estaba en un muy hermoso, pero diferente planeta.

De una empobrecida, caótica y altamente endeudada nación, Trujillo había forzado la entrada del país al siglo XX con empleos, caminos, escuelas y otras infraestructuras. Sin embargo, el precio pagado en derechos humanos básicos, libertades y auto-respeto era enorme – en ese tiempo el más alto del hemisferio. La eficiencia de Trujillo transformando la economía hacía juego con su eficiencia como tirano.