“Le canto al Señor,
la bondad que nos prodiga.
Nos ha tocado el alma;
él, nos ofrece su vida,
nos conduce con calma”.

Dinorah García Romero

 

Hablar es una facultad de las personas que, entre otras cosas, nos ha permitido establecer la vida en sociedad. Su origen parece perderse en aquellos incógnitos momentos de surgimiento de la humanidad. Sin embargo, el acto de escribir lo conseguimos mucho más tarde. Esta capacidad supuso un dilatado proceso de desarrollo cultural sistematizado y compartido en sociedades con un mayor grado de organización. La escritura tiene vocación de permanencia en el tiempo, pero si se trata de un poema hay muchas posibilidades de que trascienda y se instale para siempre en nuestra alma, como un emblema.

Ahora bien, muy por el contrario a lo que el común de nosotros pudiera suponer, la primera persona escritora de la cual se tiene registro en la humanidad fue una mujer. Se trató de una notoria poetisa de alta influencia religiosa y política en la sociedad que le tocó vivir. De manera que, desde tiempos ancestrales, la mujer ha ocupado un lugar preponderante en la literatura. Esto así, muy a pesar de las actitudes machistas y discriminatorias hegemónicas que han impedido su justo reconocimiento en las sociedades a lo largo de nuestra historia.

Desde luego, esa primera persona escritora de la que hablamos no se trata de una mujer de nuestra época que tiene en la cumbre a la premiada Gabriela Mistral ni de una de ese período crítico de la colonización de América que le tocó vivir a Sor Juana Inés de la Cruz; tampoco una de esas mujeres transgresoras de esquemas con sus escritos místicos y sus acciones durante la Edad Media, como Hildegarda de Bingen, la abadesa, profetisa y reformadora del siglo XII que enfrentó la hegemonía de los hombres en la Iglesia católica ni María de Ventadorn, una trovadora que en sus textos planteó la igualdad entre hombre y mujer a principios del siglo XIII o Margarita Porete, quien por sus escritos terminó en la hoguera como Juana de Arco. Por supuesto que ni siquiera se trata de una mujer de la Grecia antigua, como Safo, la poetisa que irradió su figura y poemas en las polis entre los clásicos padres pensadores de Occidente, hasta llegar a ser considerada como la décima musa; incluso, ni siquiera nos referimos a una mujer desarrollada en la revolución cultural en el antiguo Egipto de la gran Nefertiti. Más bien, tendríamos que adentrarnos en aquellos pueblos, acadio y sumerio, de la remota Mesopotamia en el III milenio a. C. Allí encontraremos a Enheduanna, poetisa y sacerdotisa que escribió himnos y poemas al dios Nannar y a la diosa Inanna. En la obra de esta mujer tenemos, hasta ahora, la evidencia más antigua de una escritora o escritor conocido.

Desde entonces, hace alrededor de cinco mil años, el canto y la escritura han servido de vías para una incesante búsqueda de conversación con las divinidades, celebrarlas, alabarlas y expresarles la más profunda gratitud desde la vulnerabilidad humana. Se trata de una necesidad espiritual que adquiere en las palabras su concreción más emotiva, como una manifestación artística y, sobre todo, como una manifestación de la subjetividad de las personas que casi siempre requerimos de las fuerzas trascendentes para explicarnos este mundo, nuestra existencia en él y afrontar las vicisitudes del diario convivir en sociedades cada vez más complejas, interdependientes y con un predominio de relaciones cada vez más asimétricas y negadoras de la condición humana.

Ahora podemos decir que es en esta tradición mística, milenaria y de protagonismo de la mujer en la escritura que se inscribe la presente obra de Dinorah García Romero: Conversaciones con Dios. Obra que, por varias razones, no deja de sorprendernos gratamente. En primer lugar, porque no era una dimensión creativa que conociéramos de su autora, una consagrada académica y educadora; en segundo lugar, por la profusión de la misma, pues sabemos que este es el segundo volumen que complementa el publicado el año pasado. Sin lugar a dudas, esto nos indica que no se trata de un ligero pasatiempo en los momentos de soledad, sino de una labor creativa cultivada en el sosiego de los días durante largo período tiempo. Por consiguiente, nos atrevemos a afirmar que, incluso quienes le hemos conocido por décadas, hemos quedado verdaderamente sorprendidos del desarrollo de esta nueva faceta que empieza a explotar la apreciada amiga Dinorah García Romero. ¡Bienvenida sea al mundo creativo!

En particular, debemos precisar que en este segundo volumen de Conversaciones con Dios, igual que en el primero, la autora mantiene un epicentro motivacional que ha quedado recogido en el propio título de esta secuencia literaria.

Pero lo que merece ser destacado es que en el conjunto de textos recogidos aquí podemos percibir esa esencia comunicativa propia del acto de orar en la intimidad. Sabemos muy bien que orar implica reconocernos vulnerables, asumir un tono de invocación y canto a la divinidad que, en el caso de Dinorah, Dios ocupa el centro de toda su producción. Quizás por ello la autora apela a un lenguaje llano, en ocasiones con ribetes del razonamiento de la academia que permanece latente ahí detrás. Sin embargo, siempre predomina la plasticidad de la palabra, pues al desarrollar la ceremonia de orar al ser supremo, igual que en el proceso de escribir poesías, es inevitable que el alma se desnude como una musa de la mitología griega. Y es que, a diferencia del cuento y la novela, donde quien escribe recrea un mundo con una serie de personajes, en la oración y el poema predomina la transparencia de la persona autora: su intimidad, la esencia de sus anhelos y sentimientos más profundos. Más aún, si pretende establecer un vínculo especial comunicativo con un ser divino, como es en el caso que nos ocupa.

Lo cierto es que, en esta producción de Dinorah García Romero podemos apreciar lo que consideramos son dos énfasis que caracterizan su abordaje de la escritura, los cuales revelan algunas dimensiones de su actitud ante la vida. En el primero, la autora se sitúa como una espectadora que redescubre las maravillas de su contexto existencial, las cualidades del Universo y sus componentes que más han impactado nuestros sentidos y emociones durante todo el desarrollo de la humanidad. Así, página tras página del presente volumen podemos apreciar el asombro, la búsqueda de sentido, la descripción de fenómenos que por obvio no nos detenemos a disfrutar conscientemente, mucho menos a expresar lo que nos provocan y las relaciones que establecemos con ellos, a menos que desarrollemos nuestro ser contemplativo, místico y poético.

Entonces es cuando en la obra de esta autora espectadora adquieren protagonismo la luz, la brisa, el día, el mar, las nubes, la playa, la luna, el aire, la lluvia, entre otros elementos que proporcionan la parte más lírica del presente libro. Es como un asombro divino expresado en verso. Por lo tanto, en esta dimensión es donde afloran las cualidades más creativas de la autora y en la que se percibe mayor frescura en el lenguaje. Esto se aprecia en una serie de textos a lo largo del libro, entre ellos el que recibe al lector en la apertura de esta obra: La luna, orgullo de la naturaleza. Veamos una de sus estrofas en la que se evidencia lo dicho:

“La luna es un cristal que arroba,
amplía el horizonte,
evoca mil canciones,
invita a hilvanar
un raudal de ilusiones”.

En el texto anterior, como en muchos otros del presente volumen, resulta fácil percibir la veta más lírica, el buen ritmo y cierta musicalidad, tanto que bien podrían convertirse en canciones, himnos a la naturaleza y a Dios que los inspira, como lo hizo Enheduanna, la poetisa sumeria, cinco mil años atrás. Sí, porque cada palabra, cada verso en esta producción tiene como fin reconocer a Dios como centro del Universo y, por lo tanto, de la vida de la autora. Es por esto que podemos afirmar que estamos frente a una obra que mantiene coherencia en lo formal y lo temático, al mostrar la preocupación ontológica de su autora. Se trata de una conexión con las maravillas naturales del entorno, la divinidad y con el desarrollo de su propio ser como mujer, educadora y creyente, todo lo cual se pone en juego en cada texto. Este es un rasgo definitorio de esta obra.

El segundo énfasis en el abordaje de la producción literaria contenida en el presente volumen, lo hallamos en ese tono conversacional, de invocación, próximo a la oración que se realiza en la quietud del amanecer a la divinidad que ya hemos venido refiriendo. En efecto, la mayor parte de los textos reunidos en esta publicación adquieren este rasgo comunicacional con un yo poético que establece a Dios como único destinatario del mensaje. Por supuesto que podríamos decir que esto viene dado por una escritura desarrollada en segunda persona, lo que le proporciona cierto grado de cercanía y carácter dialógico, aunque en ningún caso se establezca el diálogo propiamente dicho. Es esta perspectiva la que hace que quienes leemos la obra en cuestión enganchemos y nos identifiquemos con ella con facilidad. Para ser más específico, se trata de una visión que cuenta con múltiples referentes comunes, entre ellos: contexto sociopolítico excluyente, necesidad de valores humanos universales y una fe que infunde y convoca a nuevas prácticas.

Dicho lo anterior, conviene precisar que en el conjunto de textos de este volumen, son recurrentes las manifestaciones de gratitud y petición al Dios inspirador, guía y dador de los dones y valores necesarios para el desarrollo personal y el buen convivir en la sociedad. Así es como entonces tenemos que verdad, justicia y bondad, forman parte de los anhelos plasmados como petición en los versos en este libro. Se trata de la búsqueda de ciertos dones necesarios ante una sociedad en crisis. Pero, a la vez, esta conversación con la divinidad emplaza a un compromiso de actuación sustentado en la ética y la fe en el ser supremo que es capaz de proporcionar, en gran medida, ese horizonte axiológico que requerimos como persona y como colectividad. Lo expresado aquí se evidencia, por ejemplo, en el siguiente fragmento de Un Pastor que nos renueva, uno de los poemas que marcan el enfoque de la presente producción:

“Señor, tú, nuestro Pastor,
inspiras y socorres,
infundes tu amor,
alientas, liberas
y escucha nuestro clamor”.

Quizás debido a la permanente articulación entre ser humano – fe – realidad, hallamos en esta obra una vasta gama de temáticas abordadas. Entre ellas destacamos cuatro que, a nuestro juicio, son las más significativas por la trascendencia de su contenido para la sociedad.

Por ejemplo, encontramos temáticas relativas a lo sociopolítico (democracia, elecciones, justicia, servicios públicos, corrupción); asimismo, las concernientes a lo educativo, siempre encarnado en Dios, las descubrimos presentes en textos como Pedagogía de Dios, Los deseos de Dios, Mentalidad de Dios …; igualmente, como ya dijimos más arriba, las temáticas relativas a los elementos de la naturaleza están latentes en la médula de esta obra (la luz, la brisa, el día, el mar, las nubes, la playa, la luna, el aire, la lluvia…); y desde luego, también hallamos esos valores y cualidades que requerimos para convertirnos en mejores seres humanos (bondad, ternura, humildad, compasión, coherencia, sencillez, amor…). Si bien estamos ante una gran diversidad de temas relevados en el libro, reconocemos que ellos mantienen la unidad de sentido en torno a la divinidad que lo irradia todo. Y es que en cada uno de estos abordajes se reconoce que todo lo que existe dimana del ser supremo a quien se le pide fortaleza para enfrentar la realidad adversa que se vive y de la cual la autora es testigo de primera línea.

Asimismo, en esta producción, que es un fiel testimonio literario y de fe, descubrimos dos rasgos que aparecen de manera transversal en el conjunto de textos reunidos, como si se tratara de una consciente estampa del ser que quiere trascender en su condición humana.

Por un lado, hallamos una permanente actitud autocrítica, de mirarse y mirarnos, consciencia que va acompañada de un espíritu de superación, de búsqueda de los valores acordes con la espiritualidad profesada. De ahí, que nuevamente la autora apele a Dios como fuente de cambio de una humanidad que necesita reencontrarse con los valores más universales para superar la actual crisis y avanzar hacia el desarrollo de una convivencia más justa, democrática y en armonía con el entorno natural que nos ha sido dado.

Mientras que, por otro lado, percibimos a lo largo de esta obra una constante preocupación por el destino de la sociedad, local y global, lo que lleva a su autora a expresar un firme compromiso con su mejora, siempre desde un horizonte de convivencia más democrática. De manera que nos hallamos ante una espiritualidad que trasciende el gozo y la alabanza a la divinidad, para asumir el deber de impulsar la renovación social desde un enfoque de ciudadanía que cuenta con un gran sustento en la fe. Por consiguiente, el poema, la oración y el canto, con pinceladas líricas, se convierten en los medios apropiados para anunciar este compromiso de cambio inquebrantable que se fortalece en la íntima conversación poética con Dios. De ahí que nos hallemos frente a un libro que representa una huella literaria, de ciudadanía y de fe.

En suma, por todo lo dicho hasta ahora, nos complace presentar este segundo volumen de la obra en verso de Dinorah García Romero en un momento en que el mundo parece ser sacudido y amenazado por una grave crisis de parámetros éticos, del consabido predominio del Tener sobre el Ser y de la recurrencia de catástrofes insospechadas, todo lo cual nos ha sumido en una evidente incertidumbre existencial. Por lo tanto, es precisa y oportuna la circunstancia presente, en la cual la poesía, el canto y la acertada visión mística adquieren mayor significación para la humanidad. Asimismo, la necesidad de reconocer cómo el arte de la palabra puede liberarnos y resignificar nuestra vida cuando más lo necesitamos. Y es que, como se infiere de la lectura de este libro de Dinorah, la vida también es un poema que nos llena de esperanza en medio del enigma de nuestro existir:

“La existencia es
un camino dibujado
de ensueños e incertidumbres;
de cantos, lágrimas y poemas;
es un río desbordado de júbilo,
de preguntas y de nuevas miradas”.

Así es que celebremos y disfrutemos, pues, la aparición de este segundo volumen de Conversaciones con Dios. Su lectura es un encuentro con nosotros mismo y nuestro vínculo con la divinidad.